miércoles, 8 de enero de 2014

The Bane Chronicles N°9: The Last Stand of the New York Institute (2/3) - Cassandra Clare - TRADUCCIÓN

Hola, hola J Bastante rápido para ser tan largo, así que aquí está, la 2° parte de 3. Disfruten.
AVISO: me voy de vacaciones a donde no tengo internet mañana. Voy a tratar de adelantar todo lo posible y subirlo tan pronto pueda, pero no hay promesas.
  El niño apareció bajo su ventana alrededor de la una de la madrugada, justo cuando Magnus había podido finalmente distraerse y empezar a traducir un antiguo texto griego que había estado en su escritorio por semanas. El brujo levantó la vista y notó al niño caminando confundido fuera. Tenía nueve, tal vez diez años –un pequeño punk de la calle East Village, con una remera de los Sex Pistols que probablemente le pertenecía a algún hermano mayor, y un par de holgados joggings* grises. Tenía un irregular corte de pelo casero. Y no llevaba abrigo.
  Todas estas cosas, sumadas a un niño en problemas y a su conocimiento callejero, más una cierta fluidez al caminar, sugerían un hombre lobo. Magnus abrió la ventana.
-¿Estás buscando a alguien? –Lo llamó.
-¿Es usted el magnífico Bane?
-Seguro, -Dijo Magnus. –Continúa con eso. Espera un momento. Abre la puerta cuando zumbe.
  Se deslizó del asiento en la ventana y fue hacia el timbre junto a la puerta. Escuchó rápidas pisadas en los escalones. El niño estaba en un apuro. Magnus no había terminado de abrir la puerta cuando entró. Una vez dentro y a la luz, la verdadera extensión de la aflicción del chico era visible. Sus mejillas estaban altamente sonrojadas y manchadas por rastros de lágrimas. Estaba sudando, a pesar del frío, y su voz era temblorosa y apremiante.
-Debes ir. –Dijo mientras tropezaba al entrar. –Tienen a mi familia, están aquí.
-¿Quiénes están aquí?
-Esos locos Cazadores de Sombras que volvieron loco a todo el mundo. Están aquí. Tienen a mi familia. Debes ir, ahora.
-¿El Círculo?
  El niño sacudió la cabeza, no en desacuerdo sino en confusión. Magnus podía ver que no sabía lo que el Círculo era, pero la descripción encajaba. El chico debía de estar hablando de él.
-¿Dónde están? –Preguntó el brujo.
 -En Chinatown. En el refugio. –El niño casi temblaba de impaciencia. –Mi mamá escuchó que esos raros estaba aquí. Ya mataron a todo un grupo de vampiros en Spanish Harlem más temprano en la noche, dijeron que por haber matado mundanos, pero nadie escuchó hablar de mundanos muertos, y un hada dijo que venían a Chinatown a por nosotros. Así que mi mamá nos trajo al refugio, pero entraron. Pude salir por una ventana. Mi mamá me dijo que viniera contigo.
  La historia fue contada en tal frenético y embrollado apuro que Magnus no tuvo tiempo de desenredarlo.
-¿Cuántos son ustedes? –Pregnutó.
-Mi mamá y mi hermano y hermana y otros seis de mi manada.
  Así que nueve hombres lobo en peligro. La prueba había llegado, y lo había hecho tan rápido que Magnus no tuvo tiempo de realmente registrar sus sentimientos o pensar en un plan.
-¿Oíste algo de lo que dijo el Círculo? –Preguntó el brujo. -¿De qué acusó a tu familia?
-Dijeron que nuestra manada anterior hizo algo, pero no sabemos nada sobre ello. Eso no importa ¿o no? Los matarán de cualquier forma ¡Eso es lo que dicen todos! Debes ir.
  Agarró la mano de Magnus y lo empujó. El brujo se separó del niño y agarró una libreta y una lapicera.
  La última cosa que hizo antes de irse fue escribir los detalles: dónde se encontraba el refugio (un almacén) y qué temía que planeaba el Círculo hacer con los hombres lobo dentro. Dobló el pedazo de papel, dándole forma de ave, y la envió con un golpe de sus dedos y un estallido de chispas azules. El frágil pájaro de papel se tambaleó en el aire como una hoja pálida, volando en la noche hacia las torres de Manhattan, que cortaban la oscuridad como cuchillos brillantes.
  No sabía por qué se molestaba en enviar un mensaje a los Whitelaw. No pensaba que vendrían.
  Magnus corrió por Chinatown bajo señales de neón que titilaban y chisporroteaban, a través de la bruma amarilla de la ciudad, que colgaba como fantasmas oradores de los pasantes. Corrió junto a un grupo de personas drogadas en una esquina, y finalmente llegó a la casa donde se encontraba el almacén, con su fino techo sacudiéndose por el viento nocturno. Un mundano lo hubiera percibido más pequeño de lo que realmente era, desgastado y obscuro, sus ventanas tapadas con madera. Magnus vio las luces, Magnus vio la ventana rota.
  Había una pequeña voz en la cabeza del brujo, advirtiéndole, pero él había escuchado decir con gran detalle lo que el Círculo de Valentine le hacía a los Subterráneos vulnerables cuando los encontraban.
  Magnus corrió hacia el refugio, casi tropezándose con sus Doc Martens sobre el pavimento roto. Alcanzó la puerta doble, con aureolas, coronas y espinas pintadas con spray, y las abrió por completo.
  En la habitación principal, con sus espaldas contra la pared, estaba un grupo de hombres lobo, aún, la mayoría de ellos, en forma humana, aunque Magnus podía ver dientes y garras en algunos, agachados en posición defensiva.
  Rodeándolos había un grupo de jóvenes Cazadores de Sombras.
  Todos se giraron para ver a Magnus.
  Incluso aunque los Nefilims hubieran estado aguardando una interrupción, y los hombres lobo hubieran estado deseando un salvador, aparentemente nadie esperaba tanto rosa eléctrico.
  Los reportes sobre el Círculo eran verdad.
  Tantos de ellos eran desesperadamente jóvenes, una generación completamente fresca, brillantes nuevos guerreros que recién alcanzaban la adultez. Magnus no estaba sorprendido, pero lo encontró triste y exasperante que debieran tirar el esplendoroso principio de sus vidas a la basura con ese odio sin sentido.
  Al frente del grupo de Cazadores de Sombras, estaba parado un pequeño conjunto de personas que, a pesar de su juventud, tenían un aire autoritario en ellas: el círculo dentro del Círculo de Valentine. Magnus no reconoció a nadie que coincidiera con la descripción que había escuchado del cabecilla.
  El brujo no estaba seguro pero pensaba que el líder actual del grupo era, o el hermoso chico rubio de ojos azules, o el hombre joven a su lado de pelo oscuro y cara estrecha e inteligente. Magnus había vivido por un largo tiempo, y podía identificar a los miembros del grupo que actuaban como líderes de la manada. Ninguno de los dos se veía imponente, pero el lenguaje corporal del resto los señalaba a ellos. Estos dos eran flanqueados por un joven hombre y una mujer, ambos de pelo negro y fieros rostros de halcón, y detrás del hombre estaba un guapo joven de pelo rizado.  Atrás de ellos habían otros seis. Al otro lado de la habitación había una única puerta simple, no una doble como la que había atravesado Magnus, sino una puerta interior que conducía a otra recámara. Un Nefilim bajo y fornido se encontraba frente a ella.
  Eran demasiados para luchar, y también tan jóvenes y frescos de las aulas escolares de Idris que Magnus nunca los había conocido. El brujo no había enseñado en la academia de Cazadores de Sombras desde hacía décadas, pero recordaba los salones, las lecciones del Ángel, las jóvenes cabezas vueltas hacia arriba, bebiendo de cada palabra sobre su deber sagrado.
  Y estos Nefilims recientemente adultos habían salido de sus salones de clase para hacer esto.
-El Círculo de Valentine, presumo. –Dijo y los vio a todos impresionarse por sus palabras, como si hubieran sido enseñados que los Subterráneos no tenían sus propias formas de pasar la información al ser cazados. –Pero no creo estar viendo a Valentine Morgenstern. Escuché que es lo suficientemente carismático como para sacar a las aves de sus árboles y convencerlas de vivir bajo el mar. Es alto, es devastadoramente atractivo, y tiene cabello rubio platinado. Ninguno de ustedes encaja con esa descripción.
  Magnus hizo una pausa.
 -Y tampoco son rubios platinados.
  Todos miraron impactados al ser referidos de esa manera. Eran de Idris, y sin dudas que si conocían brujos, los conocían como Ragnor, quien se aseguraba de ser profesional y civilizado en todos sus tratos con Nefilims. Marian Whitelaw pudo haberle dicho a Magnus que controlara su lengua rebelde, pero no había estado impresionada con su forma de hablar. Estos niños estúpidos se contentaban con odiar a la distancia, con pelear y nunca hablar con Subterráneos, con nunca arriesgarse, ni por un momento, a ver a sus enemigos designados como cualquier cosa parecida a una persona.
  Pensaban que lo sabían todo, y conocían tan poco.
-Soy Lucian Graymark, -Dijo el joven hombre con el delgado rostro inteligente al frente del grupo. Magnus había escuchado el nombre antes: el parabatai de Valentine, su segundo al mando, más querido que un hermano. A Magnus no le gustó tan pronto habló. -¿Quién eres para venir aquí e interferir en el cumplir con nuestro deber jurado?
  Graymark sostuvo su cabeza en alto mientras hablaba con una voz tan clara y autoritaria que contradecía su edad. Era en todo sentido el hijo perfecto del Ángel, terco y despiadado. Magnus miró sobre su hombro hacia los hombres lobo acurrucados al fondo de la habitación.
  El brujo levantó una mano y pintó una línea de magia, una barrera brillante de azul y dorado. Hizo a la luz arder tan ferozmente como cualquier espada del ángel podría haberlo hecho, bloqueando el camino de los Nefilim.
-Soy Magnus Bane. Y ustedes están transgrediendo la ley en mi ciudad.
  Eso obtuvo una pequeña risa. -¿Tu ciudad? –Dijo Lucian.
-Necesitan dejar a esta gente irse.
-Estas criaturas, -Dijo Lucian. –son parte de la manada de lobos que mataron a los padres de mi parabatai. Los rastreamos hasta aquí. Ahora podemos ejercer la justicia de los Cazadores de Sombras, tal y como es nuestro derecho.
-¡Nosotros no matamos a ningún Cazador de Sombra! –Dijo la única mujer entre los hombres lobo. –Y mis hijos son inocentes. Matar a mis niños sería asesinato. Bane, tienes que hacer que los suelten. Él tiene a mi…
-No escucharé más de tu lloriqueo de perro mestizo. –Dijo el hombre joven con la cara de halcón, el parado al lado de la mujer pelinegra. Se veían como un set de pareja, y las expresiones en sus rostros eran igualmente feroces.
  Valentine no era famoso por su piedad, y Magnus no confiaba en el Círculo compadeciéndose de los niños.
  Los hombres lobo pueden haber estado parcialmente cambiados de humanos a lobo, pero no se veían listos para luchar y Magnus no sabía por qué. Habían demasiados Nefilims para estar seguro de poder vencerlos por su cuenta. Lo mejor que podía esperar era entretenerlos conversando y poder implantar la duda en alguno del Círculo, o que Catarina vendría, o los Whitelaw, y que se pondrían del lado de los Subterráneos y no de su propia raza.
  Era una esperanza muy pequeña, pero era todo lo que tenía.
  Magnus no pudo evitar mirar de nuevo al joven rubio al frente del grupo. Había algo terriblemente familiar en él, como también una sombra de sensibilidad en su boca y dolor en los profundos pozos azules de sus ojos. Había algo que hacía que Magnus lo mirara como la única oportunidad de lograr que el Círculo se desviara de su propósito.
-¿Cuál es tu nombre? –Preguntó el brujo.
Esos ojos azules se estrecharon. –Stephen Herondale.
-Solía conocer a los Herondale muy bien, hace mucho. –Dijo Magnus, y vio que fue un error por el modo que Stephen Herondale se encogió. El Nefilim sabía algo, entonces había escuchado algunos oscuros rumores sobre su árbol familiar, y estaba desesperado para probar que no era verdad. Magnus no sabía que tan desesperado Stephen Herondale estaba y no tenía deseos de averiguarlo. El brujo continuó, dirigiéndose a todos en general: -Siempre fui amigo de los Cazadores de Sombras. Conozco a muchas de sus familias, volviendo atrás cientos de años.
-No hay nada que podamos hacer para corregir el cuestionable juicio de nuestros ancestros. –Dijo Lucian.
  Magnus odiaba a este tipo.
-También, -Continuó el brujo, explícitamente ignorando a Lucian Graymark, -Encuentro su historia sospechosa. Valentine está listo para cazar a cualquier Subterráneo bajo cualquier pequeño pretexto ¿Qué le hicieron los vampiros que mató en Harlem?
  Stephen Herondale frunció el ceño y miró a Lucian, quien de a turnos se veía afligido, pero dijo, -Valentine me dijo que fue a la cacería de unos vampiros que rompieron los Acuerdos allí.
-Oh, los Subterráneos somos todos tan culpables. Y eso es muy conveniente para ustedes ¿o no? ¿Qué pasa con sus niños? El chico que vino a buscarme tiene unos nueve ¿Ha estado cenando carne Nefilim?
-Las crías se aferran a cualquier hueso que sus mayores les tiren. –Murmuró la mujer de pelo negro, el hombre a su lado asintió.
-Maryse, Robert, por favor ¡Valentine es un hombre honrado! –Dijo Lucian, su voz subiendo mientras se giraba para hablarle a Magnus. –Él no lastimaría a un niño. Valentine es mi parabatai, mi más amado hermano en armas. Su lucha es la mía. Su familia ha sido destruida, los Acuerdos han sido rotos, y él se merece y tendrá su venganza. Hazte a un lado, brujo.
  Lucian Graymark no tenía un arma en la mano, pero Magnus vio que la mujer de pelinegra, Maryse, detrás de él, tenía una espada brillando entre sus dedos. El brujo miró nuevamente a Stephen y se dio cuenta de exactamente por qué su cara le era tan familiar. Rubio y de ojos azules, era una versión más etérea y delgada de un joven Edmund Herondale, como si Edmund hubiera vuelto del cielo, doblemente angelical. Magnus no había conocido a Edmund por mucho, pero había sido el padre de Will Herondale, quien fue uno de los pocos Cazadores de Sombras que Magnus alguna vez consideró un amigo.
  Stephen lo vio mirándolo. Sus ojos se estrecharon tanto que ese dulce azul se perdió y parecían negros.
-¡Suficiente de este aparte con este engendro del demonio! –Dijo Stephen. Sonaba a estar citando a alguien, y Magnus creía saber a quién.
-Stephen, no… -Ordenó Lucian, pero el rubio Stephen ya había tirado un cuchillo en dirección a uno de los hombres lobo.
  Magnus agitó su mano e hizo que el cuchillo callera al suelo. Miró a los hombres lobo. La mujer que había hablado le respondió la mirada con intensidad, como tratando de transmitirle un mensaje usando sólo sus ojos.
-¿Esto es en lo que la moderna juventud Nefilim se convirtió? –Preguntó Magnus. –Déjenme ver, ¿Cómo es que dice su pequeño cuento de dormir sobre lo super-hiper-especiales que son?... Ah, sí: A lo largo de los años, su mandato fue proteger a la humanidad, luchar contra las fuerzas malignas hasta que sean finalmente derrotadas y el mundo pueda vivir en paz. Ustedes no parecen estar terriblemente interesados en la paz o en proteger a nadie ¿Contra qué están luchando exactamente?
-Yo estoy luchando por un mundo mejor para mí y para mi hijo. –Dijo la mujer llamada Maryse.
-No tengo interés en el mundo que quieres. -Le dijo Magnus, -O en tu, sin duda alguna, mocoso repelente, debo añadir.
  Robert sacó una daga de su manga. El brujo no estaba preparado para gastar toda su magia desviando dagas. Alzó una mano y toda la iluminación del cuarto  se apagó. Sólo el ruido y el brilló de neón de la ciudad entraba, sin proveer la suficiente luz para ver, pero Robert tiró la daga de todas formas. Entonces fue cuando el vidrio de las ventanas se rompió y oscuras formas entraron: Rachel Whitelaw aterrizó con un rol en el piso frente a Magnus y recibió el cuchillo destinado a él en su hombro.
  El brujo podía ver mejor en la oscuridad que la mayoría. Vio que, más allá de toda esperanza, los Whitelaw habían acudido. Marian Whitelaw, la cabeza del instituto; su esposo, Adam; el hermano de Adam; y los jóvenes primos Whitelaw a quienes Marian y Adam habían acogido después de la muerte de sus padres. Los Whitelaw ya habían estado luchando esta noche. Sus trajes estaban manchados con sangre y rotos, y Rachel Whitelaw estaba claramente herida. Había sangre en el pelo gris, corte a lo garçon, de Marian, pero Magnus no pensaba que fuera de ella. Marian y Adam Whitelaw, hasta donde el brujo sabía, no habían sido capaces de tener sus propios hijos.
  Se decía que adoraban tanto a los jóvenes primos que vivían con ellos, que siempre hacían un escándalo sobre cualquier joven Cazador de Sombras que fuera a su Instituto. Los miembros del Círculo deben de haber sido colegas de los primos Whitelaw, deben de haber crecido juntos en Idris. El Círculo estaba perfectamente diseñado para ganar la simpatía de la familia.
  El Círculo había entrado, de todas formas, en pánico. No podían ver como lo hacía Magnus. No sabían quienes los atacaban, sólo que alguien había venido en el auxilio del brujo. Magnus vio el blandir de las espadas y oyó el sonido de las hojas al chocar, tan alto que era casi imposible escuchar los comandos de alto y de bajar las armas que Marian Whitelaw le daba al Círculo.  Él se preguntó quién del Círculo siquiera notó contra quién estaban peleando. Conjuró una pequeña luz en su palma y buscó a la mujer hombre lobo. Debía saber por qué los hombres lobo no atacarían.
  Alguien lo golpeó. Magnus observó los ojos de Stephen Herondale.
-¿Nunca tienes dudas sobre todo esto? –Resolló el brujo.
-No, -Jadeó Stephen. –Perdí demasiado, sacrifiqué demasiado por esta gran causa, y nunca le daré la espalda.
  Mientras hablaba, levantó su cuchillo hacia la garganta de Magnus. El brujo calentó el mango en la mano del joven hasta que lo soltó.
  A Magnus de pronto no le importaba qué había Stephen sacrificado, o el dolor en sus ojos azules. Quería al niño fuera de este mundo. El brujo quería olvidar haber visto la cara de Stephen Herondale tan llena de odio y tan parecida a caras que Magnus había amado. El inmortal recitó un nuevo encanto en su mano, y estuvo a punto de lanzárselo a su atacante, cuando un pensamiento lo detuvo. No sabía cómo podría mirar a Tessa a la cara de nuevo si mataba a uno de sus descendientes.
  Entonces, Marian Whitelaw se posicionó a la luz del hechizo brillando en la palma de Magnus, y Stephen empalideció de la sorpresa.
-¡Señora, es usted! No deberíamos… somos Cazadores de Sombras. No deberíamos estar peleando por ellos. Son Subterráneos. –Siseó Stephen. –Se van a volver contra ti como los perros desleales que son. Esa es su naturaleza. No vale la pena luchar por ellos ¿Qué dice?
-No tengo ninguna prueba de que estos hombres lobo hayan roto los Acuerdos.
-Valentine dijo, -Comenzó  Stephen, pero Magnus escuchó la duda en su voz. Lucian Greymark podía creer que sólo cazaban a Subterráneos que hayan roto los Acuerdos, pero Stephen al menos sabía que estaban actuando como justicieros más que como Nefilims respetuosos de las leyes. Stephen lo había estado haciendo de cualquier manera.
-No me importa lo que Valentine Morgenstern dice. Yo digo que la Ley es dura. –Replicó Marian. Sacó su espada y la blandió contra la de Stephen.
  Sus ojos se encontraron, brillantes, por sobre sus hojas.
  Marian continuó con suavidad, -Pero es la ley. No tacarán a estos Subterráneos mientras yo, o alguien de mi sangre, viva.
  El caos hizo erupción, pero las más oscuras imaginaciones de Magnus habían probado ser incorrectas.  Cuando se habían unido a la pelea, hubieron Cazadores de Sombras de su lado luchando con él contra Cazadores de Sombras, luchando por Subterráneos y los Acuerdos de paz a la que todos habían accedido.
  La primer baja fue el Whitelaw más joven. Rachel Whitelaw embistió a la mujer llamada Maryse, y la pura ferocidad del ataque hizo retroceder a Maryse tanto que Rachel casi la tuvo. Maryse tropezó pero se recompuso, tanteando por una nueva espada. Entonces, el hombre de pelo negro, Robert, quien Magnus pensó que era el esposo, arremetió contra Rachel y la atravesó.
  Rachel se encorvó con la punta de la espada del hombre perforándola como un clip, como a una mariposa.
-¡Robert! –Dijo Maryse en voz baja, como si no pudiera creer lo que pasaba.
  Robert sacó su espada del pecho de la niña y esta se desplomó sobre el suelo.
-Rachel Whitelaw acaba de ser asesinada por un Cazador de Sombras. –Gritó Magnus, e incluso entonces pensó que Robert gritaría que sólo estaba defendiendo a su esposa. Magnus creyó que los Whitelaw preferirían bajar sus armas antes que seguir derramando sangre Nefilim.
  Pero Rachel había sido el bebé de la familia, la mascota especial de todos. Los Whitelaw, como uno, rugieron en desafío y se arrojaron a la lucha con una ferocidad redoblada.
    Adam Whitelaw, un impasible hombre viejo de cabello blanco quien siempre parecía seguir a su esposa, cargó contra el Círculo de Valentine, sacudiendo una resplandeciente hacha por sobre su cabeza, y derribó a todo aquel que se paró frente a él.
    Magnus se dirigió hacia los hombres lobo, hacia la mujer quien había sido la única en permanecer humana, incluso aunque sus dientes y garras estaban creciendo rápidamente.
-¿Por qué no estás peleando? –Le demandó.
  La mujer hombre lobo lo miró como si fuera imposiblemente estúpido.
-Porque Valentine está aquí. –Dijo cortante. –Porque tiene a mi hija. La llevó allí, y dijeron que si nos movíamos la matarían.
  Magnus no tuvo un momento para reflexionar sobre lo que Valentine le haría a una pequeña niña Subterránea indefensa. Elevó una mano y levantó del suelo al Cazador de Sombras bajo y fornido de la puerta simple al fondo de la habitación, luego, corrió hacia ella.
  Escuchó los gritos a su espalda de los Whitelaw demandando: “Bane, ¿dónde estás?”; y un grito, que Magnus pensó era de Stephen, diciendo: “¡Va tras Valentine! ¡Mátenlo!”
  Detrás de la puerta, oyó un sonido bajo y horrible. La abrió de un empujón.
  Del otro lado, había un pequeño cuarto ordinario, del tamaño de un dormitorio, aunque no había camas, sólo dos personas y una silla. Allí estaba un hombre alto con una cascada de cabello rubio platinado, usando el negro de los Cazadores de Sombras. Él estaba inclinado sobre una niña que parecía de doce. Ella estaba atada a la silla con cuerda de plata y hacía un terrible sonido grave, una mezcla entre gemido y lloriqueo.
  Sus ojos brillaban, Magnus pensó por un momento que la luz de luna los convertía en espejos.
  Su error duró un cortísimo instante. Luego Valentine se movió un poco y el resplandor de los ojos de la niña se resolvió ante la visión del brujo. El brillo no eran sus ojos. La luz de luna centelleante eran monedas de plata presionadas contra ellos,  pequeñas volutas de humo escapaban desde debajo de los discos luminosos, como los pequeños sonidos de entre sus labios. Ella trataba de suprimir el son de su dolor por el miedo que tenía a lo que Valentine fuera a hacerle a continuación.
-¿A dónde fue tu hermano? –Demandó Valentine, y los quejidos de la niña continuaron, pero sin decir nada.
  Magnus sintió por un momento que se convertía en una tormenta, con negras nubes arremolinándose, el retumbar de los truenos y el partir de los rayos, y toda esa tempestad quería descargarse contra la garganta de Valentine. La magia de Magnus arremetió por voluntad casi propia, saltando de ambas manos. Era como un rayo, ardiendo tan azul que por poco parecía blanco. Golpeó a Valentine, derribándolo contra una pared, tan fuerte que se formó una grieta, para luego deslizarse hasta el suelo.
  Ese único acto gastó demasiado el poder de Magnus, pero no podía pensar en eso ahora. Corrió hacia la silla de la niña y la desató, luego tocó su rostro con dolorosa amabilidad.
  Ella estaba llorando más libremente ahora, encogiéndose y sollozando bajo sus manos.
-Calla, calla. Tu hermano me envió. Soy un brujo; estás a salvo. –Le murmuró tomándola del cuello.
  Las monedas estaban lastimándola. Debían ser quitadas ¿Pero, removiéndolas, no le haría más daño? Magnus podía sanar, pero nunca había sido su especialidad como Catarina, y no tenía que curar a hombres lobo seguido. Ellos eran tan resistentes. Él sólo podía desear que ella fuera fuerte ahora.
  Levantó las monedas lo más gentilmente que pudo y las tiró contra la pared.
  Era demasiado tarde. Había sido demasiado tarde antes de que siquiera entrara en la habitación. Se había quedado ciega.
  Los labios de la niña se separaron y dijo:
-¿Está mi hermano a salvo?
-Tan a salvo como podría estar, cariño. –Dijo Magnus. –Te llevaré con él.
  Tan pronto como dijo la palabra “él”, sintió una cuchilla fría hundirse en su espalda, y su boca llenarse con sangre caliente.
-Oh, ¿Cómo lo harás? –Preguntó la voz de Valentine en su oído.
  La espada se deslizó fuera de su espalda, hiriéndolo tanto como lo había hecho al haber entrado. Magnus apretó los dientes y agarró el respaldo de la silla con más fuerza, manteniéndose a sí mismo arqueado sobre la niña para protegerla, y giró la cabeza para encarar a Valentine.
  El hombre rubio platinado se veía más viejo que los otros líderes, pero Magnus no estaba seguro de si era en realidad mayor o si su frío propósito hacía que su rostro pareciera estar tallado en mármol. El brujo quería aplastarlo.
  La mano de Valentine se movió y Magnus apenas logró tomar la muñeca de Valentine antes de encontrar su cuchillo en su pecho.
  El brujo se concentró, haciendo que la palma de su mano ardiera y electricidad azul circulara por sus dedos. Hizo que el contacto quemara como la plata lo había hecho con la niña, y rió al escuchar el siseó de dolor de Valentine.
  Valentine no preguntó su nombre como los otros, no lo trató como una persona, precisamente. Él simplemente lo miraba con ojos fríos, de la misma manera que cualquiera observa a un animal desagradable en su camino, impidiendo su progreso.
-Interfieres en mis negocios, brujo.
  Magnus escupió sangre en su cara. –Tú torturas a un niño en mi ciudad. Nefilim.
  Valentine usó su mano libre para golpear al brujo y mandarlo de espaldas, tambaleándose. Valentine giró y lo siguió y Magnus pensó: Bien. Significaba que se estaba alejando de la niña.
  Era ciega, pero un hombre lobo, su oído y olfato eran tan importantes como su vista. Podía correr y encontrar el camino hacia su familia.
-Pensé que estábamos jugando a un juego en el que decíamos lo que era la otra persona y lo que hacíamos. –Le dijo Magnus. -¿Lo hice mal? ¿Puedo tratar de adivina de nuevo? ¿Estás rompiendo tus propias leyes sagradas, idiota?
  Miró a la niña, esperando que corriera, pero parecía congelada en su lugar con terror. Magnus no se atrevía a llamarla en caso de atraer la atención de Valentine.
  El brujo alzó una mano, bosquejando un hechizo en el aire, pero Valentine lo vio venir y lo evadió. Saltó contra una pared, con la velocidad de los Nefilim, para lanzarse contra Magnus, tirando de sus piernas. Cuando el inmortal cayó, Valentine lo golpeó brutalmente fuerte. Sacó una espada y la bajó. El brujo rodó para así que lo golpeara de refilón en las costillas, cortando la camisa y piel, pero no los órganos vitales. No esta vez.
  Magnus deseo con sinceridad, no morir aquí, en este almacén frío, lejos de cualquiera a quien amara. Trató de levantarse del suelo, pero estaba resbaloso con su propia sangre, y los retazos de magia que le quedaban no eran suficientes para sanar o pelear, menos que menos ambos.
  Marian Whitelaw se paró frente a él, con sus espadas desenvainadas y nuevas runas brillando en sus brazos. Su cabello brillaba plateado ante su visión borrosa.
  Valentine blandió su espada y la cortó casi a la mitad.
  Magnus jadeó, su salvación perdida tan pronto como la había encontrado, entonces giró su cabeza al sonido de más pasos sobre la piedra.
  Había sido un tonto por haber esperado otro rescate. Vio a uno de los del Círculo de Valentine parado en la entrada con sus ojos puestos sobre la niña hombre lobo.
-¡Valentine! –Gritó Lucian Graymark. Corrió hacia la chica y Magnus se tensó, enrollado listo para saltar, pero se detuvo al ver a Lucian recoger a la nena y girar hacia su maestro. -¿Cómo pudiste hacer esto? ¡Es una niña!
-No, Lucian. Ella es un monstruo con la forma de niña.
  Lucian sostenía a la chica, su mano en el pelo de ella, acariciándola y relajándola. Magnus comenzaba a pensar que puede haber juzgado realmente mal a Lucian Graymark. La cara de Valentine estaba blanca como el hueso. Parecía una estatua, ahora más que nunca.
  Valentine dijo, lentamente. -¿No me prometiste obediencia incondicional? Dime, ¿Qué uso le tengo a un segundo en comando que me socava de esta forma?
-Valentine, te quiero y comparto tu dolor. –Dijo Lucian, -Sé que eres un buen hombre. Sé que si te detienes y reflexionas verás que esto es una locura.
  Cuando Valentine dio un paso hacia él, Lucian dio uno hacia atrás. Curvó su mano de forma protectora sobre el cabello de la niña lobo mientras ella se aferraba a él con sus pequeñas piernas enganchadas alrededor de su cintura; su otra mano se removía como si fuera a ir por un arma.
-Muy bien. –Dijo finalmente Valentine con gentileza. –Que sea a tu manera.
  Se hizo a un lado para dejar a Lucian Graymark pasar a través de la puerta, hacia el corredor, y de vuelta a la habitación donde los hombres lobo pensaron que estarían a salvo.
  Dejó a Lucian devolverle a los hombres lobo, su hija, y lo siguió a una cierta distancia.
  Magnus no confió en Valentine ni por un instante.  No creería que la niña estaba a salvo hasta que se encontrara en los brazos de su madre.
  Lucian Graymark le había dado al brujo tiempo suficiente como para reunir su magia. Se concentró y sintió su piel soldarse a medida que su poder se desvanecía.
  Se levantó del suelo y corrió tras ellos.
  La pelea en la habitación que habían dejado se había tranquilizado, pero porque habían muchos cuerpos. Alguien había logrado volver a encender las luces. Había un lobo yaciendo muerto en el piso, transformándose, centímetro a centímetro, en un joven hombre pálido. Otro muchacho falleció a su lado, uno del Círculo. Y, en la muerte, no se veían tan diferentes.
  Muchos de los Cazadores de Sombras en el Círculo de Valentine permanecían de pie. Ninguno de los Whitelaw lo estaba. Maryse Lightwood tenía la cara en sus manos. Algunos otros estaban visiblemente perturbados. Ahora, las sombras y el frenesí de la batalla habían retrocedido, y habían sido dejados a la luz de lo que habían hecho.
-Valentine. –Dijo Maryse, su voz implorante a medida que su líder se acercaba. –Valentine ¿Qué hemos hecho? Los Whitelaw están muertos… Valentine…
  Todos miraban a Valentine cuando se acercaba, apiñándose contra él como niños asustados, no como adultos. Debe de haberlos agarrado cuando eran muy jóvenes, pensó Magnus, pero se encontró a sí mismo incapaz de preocuparse por si les habían lavado el cerebro o engañado, no después de lo que habían hecho. Parecía que no había más pena en él.
-No hicieron nada mas que tratar de defender la Ley. –Dijo Valentine. –Saben que todos los traidores a nuestra raza deben pagar algún día. Si hubieran elegido hacerse a un lado, creernos, sus compañeros hijos del Ángel, estarían todos bien.
-¿Qué hay de la clave? –Dijo el hombre de pelo rizado con una nota de desafío en su voz.
-Michael, -Murmuró el esposo de Maryse.
-¿Qué de ellos, Wayland? –Preguntó Valentine, cortante. –Los Whitelaw murieron por unos hombres lobo rebeldes. Es la verdad y eso le diremos a la Clave.
  El único del Círculo de Valentine que no estaba escuchando desesperadamente, era Lucian Graymark.   Él hizo su camino hasta la mujer lobo y puso a la pequeña en sus brazos. Magnus escuchó a la mujer jadear al ver los ojos de su hija. Escuchó el comienzo de un suave llanto. Lucian permaneció al lado de madre e hija, viéndose profundamente afligido, luego cruzó el suelo con pisadas repentinamente determinadas.
-Vámonos, Valentine. –Dijo. –Todo esto con los Whitelaw fue… fue un terrible accidente. No podemos tener a nuestro Círculo sufriendo por esto. Deberíamos irnos, ahora. Estas criaturas no merecen nuestro tiempo, ninguna de ellas. Estos hombres lobo son sólo extraviados que se alejaron de su manada. Ambos vamos a ir de caza al campamento de hombres lobo donde la verdadera amenaza yace esta noche. Vamos a hacer caer al líder de la manada, juntos.
-Juntos. Pero mañana al crepúsculo ¿Vienes a casa hoy? –Preguntó Valentine en voz baja. –Jocelyn tiene algo que decirte.
  Lucian apretó el brazo de Valentine, claramente aliviado. –Por supuesto. Cualquier cosa por Jocelyn. Cualquier cosa por cualquiera de ustedes dos. Lo sabes.
-Amigo mío, -Dijo Valentine. –Lo hago.
  Valentine tomó el brazo de Lucian en respuesta, pero Magnus notó la mirada que le ofreció. Había amor allí, pero también odio, y este último estaba ganando. Era tan claro como la aleta de un tiburón plateado en las oscuras aguas de los oscuros ojos de Valentine. Había muerte en aquellos ojos.
  El brujo no estaba sorprendido. Había visto a muchos monstruos que podían amar, pero sólo unos pocos que habían dejado que el amor los cambiara, quienes habían sido capaces de transformar el amor de una persona en amistad hacía varias.
  Recordó la cara de Valentine como el líder del Círculo que había partido a Marian Whitelaw en dos sangrientas mitades, y Magnus se preguntó que sería vivir con alguien como Valentine, se preguntó cómo era para su esposa, a quien Marian había descripto como encantadora. Podías compartir tu cama con un monstruo, recostar tu cabeza en la misma almohada que otra cabeza llena de asesinatos y locura. Él mismo lo había hecho.
  Pero el amor ciego no dura. Un día levantas la cabeza de la almohada y ves la pesadilla  que estás viviendo.
  Lucian Graymark podía ser el único del lote por el que valiera la pena preocuparse, y Magnus apostaría que podía darse como muerto.
  El brujo había cometido un terrible error al dejar que el pasado lo engañara; había cometido un error al pensar que alguien con rastros de bondad en él era Stephen Herondale. Magnus miró a Stephen, a su hermosa cara y su débil boca. Tuvo un repentino impulso de decirle al Cazador de Sombras que había conocido y amado a su ancestro, que Tessa estaría decepcionada de él. Pero no quería que el Círculo se acordara y fuera tras su amiga.
  Magnus no dijo nada. Stephen Herondale había elegido su lado, y él, el suyo.
  El Círculo de Valentine se retiró del almacén, marchando como un ejército.
  Magnus corrió hacia donde Adam Whitelaw yacía en un charco de sangre, con su brillante hacha, sosa e intacta en la misma charca.
-¿Marian? –Preguntó Adam. El brujo se arrodilló sobre la sangre, sus manos buscando y cerrando las peores heridas. Habían tantas… demasiadas.
  Magnus miró a los ojos de Adam, de donde la luz se desvanecía, y supo que el hombre leyó la respuesta en su cara antes de que el brujo pensara en mentirle.
-¿Mi hermano? –Preguntó el Nefilim. -¿Los… los niños?
  Magnus miró alrededor de la habitación, a los muertos. Cuando regresó su vista, Adam Whitelaw había girado el rostro y colocado su boca de manera que no mostrara dolor o pena. El brujo usó toda la magia restante para aliviar su dolor, y, al final, Adam levantó una mano y detuvo a la de Magnus, descansando su cabeza en el brazo del inmortal.
-Suficiente, brujo. –Dijo, su voz áspera. –No… no viviría si pudiera. –Tosió, un sonido húmedo y terrible, y cerró los ojos.
-Ave atque vale, Cazador de Sombras. –Susurró Magnus. –Tu ángel estará orgulloso.
  Adam Whitelaw no parecía escuchar. Fue sólo un momento después que el último de los Whitelaw murió en sus brazos.
  La Clave creyó que los Whitelaw habían sido asesinatos por hombres lobo rebeldes, y nada que Magnus dijera hizo ninguna diferencia. Él no había esperado que le creyeran.
  Apenas sabía por qué había hablado, excepto porque los Nefilims preferían claramente que se mantuviera callado.
  Magnus esperó la vuelta del Círculo.
  El grupo no regresó a Nueva York de nuevo, pero el brujo los vio nuevamente. Los vio en el levantamiento.
  No mucho después de la noche del almacén, Lucian Graymark desapareció como si hubiera muerto, y Magnus asumió que lo había hecho. Entonces, un año después, el brujo escuchó nuevamente de Lucian. Ragnor Fell le contó que había un hombre lobo que una vez había sido Cazador de Sombras, y que estaba extendiendo la palabra de que el momento había llegado de que el Submundo estuviera listo para luchar contra el Círculo. Valentine desveló su plan y armó a su grupo para el tiempo en que los Acuerdos de paz entre Nefilims y Subterráneos estaban por ser firmados de nuevo. Su Círculo liquidó a Cazadores de Sombras y Subterráneos por igual en el Gran Salón del Ángel.
  Gracias a la advertencia de Lucian Graymark, los Subterráneos fueron capaces de correr hacia el Salón y sorprender al Círculo de Valentine. Habían sido advertidos y también muy bien armados.
  Los Cazadores de Sombras sorprendieron a Magnus entonces, como los Whitelaw lo habían hecho antes. La Clave no abandonó a los Subterráneos y se unió al Círculo. La vasta mayoría de ellos, de la Clave y de los líderes de Institutos, hicieron la elección que los Whitelaw habían hecho antes que ellos. Pelearon por sus alianzas juradas y por la paz, y el Círculo de Valentine fue vencido.
  Pero una vez la batalla hubo terminado, los Cazadores de Sombras culparon a los Subterráneos por las muertes de tanta de su gente, como si la batalla haya sido la idea del Submundo. Los Nefilims se enorgullecían de su justicia, pero la que le daban al tipo de Magnus siempre fue glacial.
  Las relaciones entre ambos grupos no mejoraron. El brujo perdió la esperanza de que alguna vez lo hicieran.
  Especialmente cuando la Clave mandó a los últimos miembros del Círculo, a los Lightwood y a Hodge Starkweather,  a la ciudad de Magnus, para expiar por sus crímenes al dirigir el Instituto de Nueva York como exiliados de la Ciudad de Cristal.
  Los Cazadores de Sombras eran apenas suficientes después de la masacre, y no podían ser repuestos sin la Copa Mortal, que parecía haberse perdido con Valentine. Los Lightwood sabían que habían sido tratados piadosamente debido a sus altas conexiones en la Clave, y que si tenían un solo desliz, la Clave los aplastaría.
  Raphael Santiago de los vampiros, quien le debía a Magnus un favor o veinte, reportó que los Lightwood eran distantes, pero escrupulosamente justos con todo Subterráneo con el que se ponían en contacto. El brujo sabía que, tarde o temprano, tendría que trabajar con ellos, aprender a ser civilizado con ellos, pero prefería que fuera tarde. Toda la sangrienta tragedia del Círculo de Valentine había acabado, y Magnus prefería no volverse a ver a la oscuridad del pasado, sino que soñar con luz.
  Por más de dos años después del levantamiento, Magnus no vio a nadie del Círculo de Valentine de nuevo. Hasta que lo hizo.

 *Pantalones deportivos. Dependiendo del país también pueden ser Pants o Pantalones de chándal, según tengo entendido.

viernes, 3 de enero de 2014

The Bane Chronicles N°9: The Last Stand of the New York Institute (1/3) - Cassandra Clare - TRADUCCIÓN

Bueno, bueno, cuanto tiempo! Ya estaba fuera de práctica, hace mucho que no hago esto, pero para volver a empezar, aquí traigo la primera parte (de 3, supongo) de “The Bane Chronicles N° 9: The Last Stand of The New York Institute” por la maravillosa Cassie Clare (obviamente, no me pertenece nada, desafortunadamente)… personalmente, esta historia me gustó mucho, y seguramente vaya a subir las otras, pero sin ningún orden en específico… espero que la disfruten:

Las Crónicas de Bane: la Última Defensa del Instituto de Nueva York
Ciudad de Nueva York, 1989
El hombre estaba, por mucho, demasiado cerca. Se detuvo en el buzón a unos dos metros de Magnus y comió de su desastroso pancho con chili de Gray’s Papaya. Cuando hubo terminado, arrugó la envoltura cubierta de chili y la tiró al suelo, en dirección a Magnus, luego, tironeó de un agujero en su campera de mezclilla y no le quitó el ojo de encima. Su mirada era la misma que algunos animales le dan a sus presas.
Magnus estaba acostumbrado a una cierta cantidad de atención. Su ropa la llamaba. Usaba unos Doc Martens plateados, jeans rasgados artísticamente, tan grandes que sólo un angosto cinturón de plata brillante prevenía que se le cayeran por completo, y una remera rosa tan grande que exponía sus clavículas y un poco de su pecho- la clase de ropa que hacía a la gente pensar en la desnudez. Pequeños pendientes bordeaban una de las orejas, terminando en uno más grande balanceándose en el lóbulo, un aro con la forma de un gran gato de plata usando una corona y sonriendo con superioridad. Un collar ankh plateado descansaba sobre su corazón, y una campera negra hecha a medida lo envolvía, con cuentas colgando, más para completar el conjunto que para protegerlo del aire nocturno. El atuendo era completado por un corte Mohawk, presumiendo un mechón rosa.
Y estaba apoyándose contra la pared exterior de la clínica West Village, ya entrada la noche.  Eso era suficiente para sacar lo peor de algunas personas. La clínica era para pacientes con SIDA. La plaga local moderna. En vez de demostrar compasión, o buen sentido, o preocupación, muchas personas se referían al hospital con odio y disgusto. En todas las eras pensaba que fueron iluminados, y en todas las eras vagaba en casi la misma oscuridad de miedo e ignorancia.
-Bicho raro. –Dijo el hombre finalmente.
Magnus lo ignoró y siguió leyendo su libro, It’s Always Something por Gilda Radner, bajo la leve luz fluorescente de la entrada a la clínica. Ahora, enojado por la falta de respuesta, el hombre empezó a murmurar una serie de cosas bajo su aliento.
Magnus no podía escuchar lo que decía, pero podía adivinarlo. Insultos sobre su sexualidad percibida, sin duda.
-¿Por qué no circulas? –Dijo Magnus, tranquilamente cambiando de hoja. –Sé de una peluquería abierta toda la noche. Pueden arreglar esa uniceja tuya en poco tiempo.
No era lo correcto para decir, pero a veces esas cosas salían. No puedes aceptar tanta ignorancia ciega y estúpida sin fracturarte un poco en los lados.
-¿Qué dijiste?
Dos policías pasaron en ese momento. Posaron su vista en dirección a Magnus y el extraño. Había una mirada de advertencia para el hombre, y una de disgusto apenas disimulado para Magnus. Esta dolía un poco, pero el brujo estaba tristemente acostumbrado a ese trato. Él había jurado hacía mucho que nadie lo cambiaría –no los mundanos que lo odiaban por una cosa, ni los Cazadores de Sombra que estaban actualmente cazándolo por otra.
El hombre se alejó, pero mirando hacia atrás.
Magnus guardó el libro en su bolsillo. Eran casi las ocho, demasiado oscuro para seguir leyendo, y ahora estaba distraído. Miró a su alrededor. Sólo unos años atrás, esta había sido una de las esquinas más vibrantes, festivas y creativas de la ciudad. Buena comida en cada cuadra y parejas paseando. Ahora las cafeterías parecían raramente pobladas. Las personas caminaban con rapidez. Tantas habían muerto, tanta gente espléndida. Desde donde estaba, Magnus podía ver tres apartamentos anteriormente ocupados por amigos y amantes. Si giraba en la esquina y caminaba por cinco minutos, pasaría frente a una docena de otras ventanas oscuras.
Los mundanos morían tan fácilmente. No importaba cuantas veces lo presenciaba, nunca se volvió más tolerable. Él había vivido por siglos, y todavía esperaba a que la muerte se volviera más sencilla.
Normalmente evitaba esta calle por esa razón, pero esta noche, esperaba a que Catarina terminara su turno en la clínica. Cambió su peso de un pie al otro, y apretó la campera aún más contra su pecho, lamentando por un momento haber elegido basarse en la ligera moda en vez de en calor y comodidad.
El verano se había quedado hasta tarde, y los árboles cambiaron sus hojas con rapidez.  Ahora esas hojas caían velozmente y las calles estaban desnudas y desprotegidas. El único punto luminoso era el mural Keith Haring en la pared de la clínica –brillantes caricaturas en colores primarios bailando juntas con un corazón flotando sobre todas ellas.
Los pensamientos de Magnus fueron interrumpidos por la repentina reaparición del hombre, quien había claramente dado la vuelta a la cuadra y estaba completamente enojado por el comentario de Magnus. Esta vez, el hombre caminó derecho hacia el brujo, parando ante a él, casi frente a frente.
-¿En serio? –Dijo Magnus. –Vete. No estoy de humor.
Como respuesta, el hombre sacó una navaja y la abrió. La poca distancia significaba que nadie podía verla.
-Te das cuenta, -Dijo Magnus sin mirar la punta del cuchillo justo debajo de su cara. –Que parado de esa forma todo el mundo va a pensar que nos estamos besando. Y eso es terriblemente embarazoso para mí. Tengo un gusto mucho mejor en hombres.
-¿Crees que no lo haría, rarito? Tú…
Magnus levantó la mano. Una chispa azul caliente se repartió por sus dedos, y, un segundo después, su agresor estaba volando hacia atrás por la vereda, finalmente golpeando su cabeza contra una toma de agua. Por un momento, cuando la figura boca abajo no se movía, Magnus se preocupó por haberlo matado accidentalmente, pero luego lo vio removerse. El hombre miró hacia el brujo con los ojos entrecerrados y una mezcla de terror y furia en su rostro. Estaba claramente impactado por lo que había pasado. Un hilo de sangre corría por su frente.
En ese momento apareció Catarina. Evaluó la situación con rapidez, fue hasta el hombre caído y pasó una mano por su cabeza, deteniendo el sangrado.
-¡Quítate de encima! –Gritó él. –¡Vienes de allí dentro! ¡Quítate! ¡La cosa está sobre ti!
-Idiota, -Dijo Catarina. –Así no es como contraes SIDA. Soy enfermera, déjame…
El extraño la alejó y se revolvió hasta pararse. Al otro lado de la calle, unos transeúntes miraron el intercambio con una leve curiosidad.
Luego, cuando el hombre tropezó, perdieron el interés.
-De nada, -Dijo ella a la figura yéndose. –Imbécil.
Se giró hacia Magnus. -¿Estás bien?
-Sí, -Respondió. –Él era el que estaba sangrando.
-A veces deseo poder dejar a alguien así sangrar. –Dijo Catarina, sacando un pañuelo y limpiando sus manos. -¿Qué estás haciendo aquí, de todas formas?
-Vine para acompañarte a casa.
-No necesitas hacer eso. –Dijo con un suspiro. –Estoy bien.
-No es seguro y estás exhausta.
Catarina estaba inclinándose levemente a un lado. Magnus agarró su mano. Estaba tan cansada que el brujo vio su glamour desaparecer por un momento, advirtiendo un flash de azul en la mano que sostenía.
-Estoy bien. –Repitió ella, pero sin mucha convicción.
-Sí, -Dijo Magnus. –Obviamente. Ya sabes, si no empiezas a cuidarte me veré forzado a ir a tu casa y hacer mi sopa de atún mágicamente asquerosa hasta que te sientas mejor.
Catarina rió. –Cualquier cosa excepto la sopa de atún.
-Entonces comeremos algo. Vamos. Te llevaré a Veselka. Necesitas un poco de goulash y una gran rebanada de torta.
Caminaron hacia el este en silencio, sobre pilas resbaladizas de hojas mojadas aplastadas.
Veselka estaba tranquilo, y consiguieron una mesa junto a la ventana. Las únicas personas a su alrededor hablaban en voz baja en Ruso, fumaban y comían repollo relleno. Magnus ordenó café y rugelach. Catarina, un gran plato de borscht, pierogi frito con cebolla y salsa de manzana y bolas de carne Ucranianas y un Cherry Lime Rickey. No fue hasta haber terminado esto y ordenado como postre crepês de queso que encontró las energías para hablar.
-No se está bien allí. –Dijo. –Es duro.
Había poco que Magnus pudiera acotar, así que se limitó a escuchar.
-Los pacientes me necesitan, -Dijo, pinchando con su sorbete el hielo de su vaso que, por lo demás, estaba vacío. –Algunos de los doctores, gente que debería de saberlo mejor que nadie, no tocan siquiera a sus pacientes. Y es tan horrible esta enfermedad. La manera en la que se consumen. Nadie debería morir así.
-No. –Dijo Magnus.
Caterina pinchó su hielo un rato antes de recostarse en el reservado y suspirar profundamente.
-No puedo creer que es ahora, de todos los momentos, cuando los Nefilim están causando problemas. –Dijo frotándose la cara con una mano. –Niños Nefilim, sin más ¿Cómo es que siquiera está pasando?
Ese era el motivo de Magnus al haberla esperado en la clínica para acompañarla a casa. No era porque el vecindario era peligroso, que no lo era. Él la había esperado porque ya no era seguro para los Subterráneos estar solos. Apenas podía creer que el mundo subterráneo estaba en tal estado de caos y miedo por una manga de estúpidos niños Cazadores de Sombras.
Cuando había escuchado los rumores por primera vez, hacia tan sólo unos meses, Magnus había rodado los ojos. Un grupo de Cazadores de Sombras de apenas veinte años, poco más que niños, se estaba rebelando contra las leyes de sus padres. Gran asunto. La Clave y los Acuerdos y trucos viejos pero respetados siempre le parecieron a Magnus la receta ideal para una revuelta juvenil. Este grupo se llamaba a sí mismo El Círculo, según el reporte de un Subterráneo, y era liderados por un joven carismático llamado Valentine. El conjunto constaba de algunos de los mejores y más brillantes de su generación.
Y los miembros del Círculo decían que la Clave no era lo suficientemente dura con los Subterráneos. Así fue como se giró la rueda, supuso Magnus, una generación contra la otra –desde Aloysius Starkweather, quien quería la cabeza de los Hombre Lobo en su pared, a Will Herondale, quien había tratado, sin haber tenido mucho éxito, esconder su corazón abierto. La juventud de hoy pensaba que las políticas de la Clave de fría tolerancia eran demasiado generosas, aparentemente. La juventud de hoy quería combatir contra los monstruos, todos ellos. Magnus suspiró. Esta parecía una estación de odio en todo el mundo.
El Círculo de Valentine no había hecho mucho aún. Tal vez nunca lo harían. Pero habían hecho suficiente. Habían vagado por Idris, usaron portales y visitaron otras ciudades en misiones para auxiliar Institutos allí, y en cada ciudad que visitaban, Subterráneos morían.
Siempre hubo Subterráneos rompiendo los Acuerdos, y los Cazadores de Sombras los hicieron pagar por ello. Pero Magnus no había nacido ayer, o siquiera en este siglo. No pensaba que fuera una coincidencia que, donde sea que Valentine y sus amigos fueran, la muerte los siguiera. Encontraban cualquier excusa para librar al mundo de los Subterráneos.
-¿Qué es lo que quiere este chico Valentine? –Preguntó Catarina. -¿Cuál es su plan?
-Quiere la muerte y destrucción de todos los Subterráneos, -Dijo Magnus. –Su plan es posiblemente ser un gran idiota.
-¿Y qué si vienen aquí? –Preguntó Catarina. -¿Qué van a hacer los Whitelaws?
Magnus había vivido en Nueva York por décadas, y había conocido a los Cazadores de Sombras del Instituto todo ese tiempo. Durante el último período, el Instituto había sido liderado por los Whitelaws, siempre cuidadosos y distantes. A Magnus nunca le había gustado ninguno de ellos, y a ninguno de ellos les había gustado Magnus. El brujo no tenía pruebas de que traicionarían a un Subterráneo inocente, pero los Néfilim pensaban tanto en su propia raza que no estaba seguro sobre lo que los Whitelaws harían.  
Él había ido a encontrarse con Marian Whitelaw, la cabeza del instituto, y le había contado sobre los reportes del Submundo de que Valentine y sus pequeños ayudantes habían estado matando Subterráneos que no habían roto los Acuerdos, y que luego los miembros del Círculo le habían mentido a la Clave.
-Ve a la Clave. –Le había dicho Magnus. –Diles que controlen a sus mocosos revoltosos.
-Controla tu lengua revoltosa, –Había dicho Marian Whitelaw fríamente. –cuando hablas de tus superiores, brujo. Valentine Morgenstern es considerado uno de los Cazadores de Sombras más prometedores, justo como sus amigos. Conocí a su esposa, Jocelyn, cuando era una niña; es una mujer dulce y adorable. No dudaré de su bondad. Ciertamente no con una prueba basada en los rumores maliciosos del Submundo solamente.
-¡Están matando a mi gente!
-Están matando a Subterráneos criminales, en completo cumplimiento de los Acordes. Están mostrando fervor en la persecución del mal. Nada malo puede salir de ello. No espero que lo entiendas.
Por supuesto que los Cazadores de Sombras no creerían que los mejores y más brillantes de ellos se habían vuelto un poco demasiado sedientos de sangre. Por supuesto que aceptarían las excusas que Valentine y los otros ofrecían, y por supuesto que creerían que Magnus y cualquier otro Subterráneo que se quejara, simplemente quería que los criminales escapasen de la justicia.
Sabiendo que no podían contar con los Nefilim, los Subterraneos habían tratado de salvaguardarse a sí mismos. Un refugio había sido montado en Chinatown, a través de una amnistía entre los eternamente enemistados vampiros y hombres lobo, y todos estaban pendientes de ello.
Los Subterráneos estaban por su cuenta. Pero, entonces, ¿no lo habían estado siempre?
Magnus suspiró y miró a Catarina sobre sus platos.
-Come, -Dijo. –Nada está pasando justo ahora. Es posible que nada vaya a suceder.
-Mataron a un “vampiro salvaje” en Chicago la semana pasada. –Dijo ella, pinchando una crepa con su tenedor. –Sabes que querrán venir aquí.
Comieron en silencio, pensativo del lado de Magnus y exhausto del de Caterina. Vino la cuenta y el brujo pagó. Catarina no pensaba mucho en cosas como el dinero. Ella era enfermera en una clínica de bajos recursos, y él tenía abundante efectivo a mano.
-Necesito volver. –Dijo Catarina frotando una mano contra su agotado rostro. Magnus pudo ver rastros de cerúleos en la estela de sus dedos, su glamour desapareciendo mientras hablaba.
-Tú te vas a casa a dormir, -Dijo Magnus. –Soy tu amigo. Te conozco. Te mereces una noche libre. Deberías pasarla indagando en lujos extravagantes como dormir.
-¿Qué pasa si algo sucede? –Preguntó -¿Y si vienen?
-Puedo conseguir que Ragnor me ayude.
-Ragnor está en Perú. –Dijo Catarina. –Dice que lo encuentra muy tranquilo sin tu maldita presencia, y esa es la cita exacta ¿Puede venir Tessa?
Magnus negó con la cabeza.
-Tessa está en Los Ángeles. Los Blackthorns, descendientes de su hija, corren el Instituto allí. Quiere mantener un ojo en ellos.
A Magnus le preocupaba Tessa también, escondida sola cerca del Instituto de Los Ángeles, en esa casa en las colinas junto al mar. Ella era la bruja más joven a la que Magnus era lo suficientemente cercano como para llamar una amiga y había vivido por años con los Cazadores de Sombras, donde no podía practicar magia con el alcance que Magnus, Ragnor o Catarina podían. El brujo había tenido horribles visiones de Tessa lanzándose a sí misma al medio de una lucha entre Nefilim, ella nunca permitiría que ninguno de los suyos sea lastimado si podía sacrificarse en su lugar.
Pero Magnus conocía y apreciaba al Gran Brujo de Los Ángeles. Él no dejaría que Tessa se lastimara. Y Ragnor era lo suficientemente astuto para que Magnus se preocupara por él demasiado. Él nunca bajaría la guardia en cualquier lugar en el que no se sintiera completamente a salvo.
-Así que somos sólo nosotros. –Dijo Catarina.
Magnus sabía que el corazón de su amiga yacía con los mortales, y que ella estaba más involucrada por el bien de sus amistades que por realmente querer pelear con los Cazadores de Sombras. Catarina tenía sus propias batallas que enfrentar, su propio campo sobre el que pararse. Era una mayor heroína que cualquier Nefilim que jamás haya conocido. Los Cazadores de Sombras habían sido elegidos por el ángel. Catarina había elegido ella misma luchar.
-Parece ser una noche tranquila. –Dijo Magnus. –Vamos. Terminemos y déjame llevarte a casa.
-¿Es esto caballerosidad? –Dijo la bruja con una sonrisa. –Pensé que eso estaba muerto.
-Como nosotros, nunca muere.
Caminaron de vuelta por el camino por el que habían venido. Estaba completamente oscuro, y la noche había tomado un giro decididamente frío. Había señales de una lluvia cercana. Catarina vivía en un simple, suavemente deteriorado apartamento con escaleras fuera de la Calle West Veintiuno, no muy lejos de la clínica. La estufa nunca funcionaba, y las latas desechadas siempre rebosaban, pero a ella no parecía importarle. Tenía una cama y un lugar para su ropa. Eso era todo lo que necesitaba. Llevaba una vida mucho más simple que la de Magnus.
El brujo fue a su casa, a su apartamento en Village, fuera de Christopher Street. Su hogar tampoco tenía ascensor, y subió de dos escalones a la vez. Al contrario de Catarina, su vivienda era extremadamente habitable.
Las paredes eran brillantes y alegres tonos de rosa y amarillo margarita, y el departamento estaba amueblado con algunos de los objetos que había coleccionado con el correr de los años: una maravillosa mesilla francesa, un par de divanes victorianos, y un impresionante dormitorio arte deco construido completamente con vidrio espejado.
Normalmente, en una fresca noche de primavera como esa, Magnus se serviría una copa de vino, pondría un álbum de Cure en el tocadiscos, subiría el volumen y esperaría a que empezaran los negocios. La noche era normalmente su tiempo de trabajo; tenía varios clientes sorpresivos, y siempre había investigación que hacer o lecturas con las que ponerse al día.
Esta noche hizo una jarra de café fuerte, se sentó en su asiento en la ventana y miró hacia la calle debajo de él. Esta noche, como cualquier otra noche desde que los oscuros rumores de los sangrientos jóvenes Nefilim empezaron, se sentaría, observaría y reflexionaría. Si el Círculo venía, como parecía que harían eventualmente, ¿qué pasaría? Valentine tenía un odio especial por los Hombre Lobo, decían, pero había matado a un brujo en Berlín por someter demonios. Magnus era conocido por hacer esto una o veinte veces.
Era extremadamente probable que, si venían a Nueva York, vendrían por él. Lo más sensato sería irse, desaparecer en el país. Había adquirido una pequeña casa en Florida Keys para ir durante los brutales inviernos neoyorkinos. La vivienda estaba en una de las islas más pequeñas y deshabitadas, y también tenía un lindo bote. Si algo pasara, podría subirse y perderse en el mar, encabezado al Caribe o Sudamérica.  Había empacado muchas veces, y desempacado justo después.
No había punto en correr. Si el Círculo continuaba con su campaña de supuesta justicia, harían el mundo entero inseguro para los Subterráneos. Y no había forma en que Magnus podría vivir consigo mismo después de huir, dejando a sus amigos, como Catarina, tratando de defenderse.
Tampoco le gustaba la idea de Raphael Santiago o alguno de sus vampiros siendo asesinados, o alguna de las hadas que sabía que trabajaban en Broadway, o las sirenas que nadaban en el West River. Magnus siempre se había considerado a sí mismo una piedra rodante, pero había vivido en Nueva York por un largo tiempo. Se encontró a sí mismo queriendo defender, no solo a sus amigos, sino también a su ciudad.
Así que se quedaba, y esperaba, y trataba de estar listo para el Círculo cuando vinieran.
La espera era lo más difícil. Tal vez era el por qué se había involucrado con el hombre en la clínica. Algo dentro de Magnus quería que llegara la batalla. Contorneó y flexionó sus dedos, y una luz azul circuló entre ellos. Abrió la ventana y respiró algo del aire nocturno, que olía a una mezcla de lluvia, hojas y pizza de algún lugar en la esquina.
-Simplemente hazlo. –Le dijo a nadie.


Bueno, espero poder subir la próxima parte pronto J Dejen comentarios por favor para saber qué tal les pareció :P