Rodeado de guardaespaldas, Perdiz es guiado desde el auto hasta el
conjunto de elevadores reservados para la gente de elite de la Cúpula. La
cámara de guerra está enterrada en el mismísimo centro de la Cúpula, en el
nivel subterráneo más bajo.
Las puertas del ascensor se abren y entran a una construcción con
un laberinto de pasillos que hacen un eco muy fuerte con el golpear de los
tacos de sus botas. Uno de los guardias abre la puerta de la cámara de guerra tipiando
una serie códigos en el teclado allí montado. La puerta se abre, revelando una
larga mesa de caoba rodeada de sillas de cuero. Las paredes están cubiertas con
pantallas negras, ahora oscuras y vidriosas, casi parecen mojadas.
El guardia lo lleva dentro junto a Beckley.
Perdiz camina por la mesa y corre la mano por sobre el respaldo de
la silla en la cabeza. La silla de su padre. El cuerpo de su padre estuvo aquí
una vez. Su mente recuerda su cara una vez más—su piel ulcerosa roja y, en
algunos lugares, ya ennegrecida por la necrosis, y sus manos, curvadas hacia
dentro, sacudiéndose con una parálisis constante. Willux había abusado por
décadas de drogas para mejorar sus habilidades mentales. Le pasó factura,
causando una degeneración rauda en sus Células. Perdiz trata de recordarse que
su padre se lo hizo a sí mismo, pero eso no sofoca la culpa. No hay forma de
dejarlo ir. -¿Ha estado alguien dentro de la cámara desde la muerte de mi padre?
-No, señor, -Dice Beckley. –Estábamos bajo órdenes estrictas de
solamente reprogramar los códigos. No se nos dejó entrar—únicamente programarlo
para que tú pudieras.
Perdiz se pregunta si la habitación realmente era para su
protección —¿o era una trampa, una forma de eliminarlo si no hacia lo que la
Cúpula quería que hiciese? ¿Es esto algo que su padre soñó para su sucesor, o había
sido arreglado por Foresteed para tomar el control? Siente el sudor frío en su
espalda, y piensa en su padre, quien había liderado por tanto tiempo ¿Era este
el tipo de duda y sospecha con el que había vivido todo el tiempo? ¿Era por eso
que gobernaba con puño de acero?
Perdiz mira al guardia que abrió la puerta. Nunca había estado
completamente seguro de en quién fiarse. Incluso su confianza en Beckley había
sido difícil de conseguir y algunas veces se sentía inestable. Pero ahora que
había dicho la verdad sobre su padre Perdiz está incluso menos seguro de quiénes
habían sido movidos por las noticias y cómo se decidirían volverse contra él. Estos
son los Puros—no del tipo que se alzan. Pero aun así debía ser cuidadoso. Mira
a Beckley, tratando de estimar una lectura de él. Perdiz no quiere ir a la
cámara sólo para ser aislado y atacado.
Beckley lo mira con calma. -¿Estás bien? -Pregunta.
-Bien. –Dice Perdiz. No tiene otra opción que confiar en quienes
lo rodean. Son todo lo que tiene. –Veámosla.
Beckley asiente al guardia, quien se estira debajo de la mesa, tal
vez presionando un botón escondido allí, y una de las paredes se parte, revelando
un panel, y abre, revelando una puerta.
Del otro lado podían estar los secretos de su padre. Nunca lo
había entendido. Era tan ausente—incluso estando en el mismo cuarto, su mente
trabajaba en otra cosa. Perdiz no recuerda alguna vez sentir que su padre lo estuviera
mirando realmente a él. Era más que distante. Parecía casi vacío. Pero no
siempre había sido así; hubo algo en él—alguna vez—que hizo que su madre se
enamorara de él ¿No había sido divertido en algún momento? ¿Pensativo? ¿Tal vez
incluso un poco vulnerable?
También es consiente que del otro lado podrían haber pruebas para
mostrarle a la gente de aquí—evidencia de que su padre era la mente maestra
detrás de todo, que la gente del exterior necesita ayuda.
Camina hacia la puerta. –¡Cómo hacemos esto?
-Miras al rayo de luz del escáner de retinas, -Dice el guardia. –Y
presionas tu mano en este cuadrado para comprobar tus huellas. –El resplandor
es azul y sale de una lente en la pared. El cuadrado es de vidrio, pero también
tiene un brillo azulado.
Perdiz se inclina sobre la luz. Algo dentro del lente chasquea. Presiona
su mano contra el cuadrado de vidrio, y escucha más chasquidos. Lleva la mano a
la manija, pero la puerta se abre automáticamente. El cuarto está oscuro.
Beckley se mueve hacia adelante para guiarlo.
-Espérame afuera, -Dice Perdiz. –Afuera del todo. En el corredor.
-Sí, señor. -Dice Beckley y saca al resto de los guardias.
Perdiz entra a la habitación oscura; puede decir que es
relativamente chica, y que se siente abarrotada. Por la tenue luz recibida
desde la cámara de guerra, puede ver que las paredes de la sala están cubiertas
en algo que se agita. Piensa en alas—en las aves en la espalda de Bradwell y cómo,
cuando se alzaban, su camiseta se movía.
¿Está la cámara de su padre llena de alas batiéndose? Quiere
cancelar esto, salir del cuarto, pero no puede. Fue demasiado lejos. Sabrían
que tiene miedo.
No es lógico, pero siente como si entrara a la mente de su padre.
Siempre presintió que tenía secretos infinitos, que parecía tan ausente porque
había una versión de sí mismo que se negaba a compartir. Un lado secreto.
Y Perdiz había descubierto tantos secretos—destrucción, muerte,
tantas capas de mentiras. No quiere conocer ninguna de ellas.
Se estremece y da un paso atravesando el umbral.
Inmediatamente, las lámparas titilan hasta encenderse. La
habitación se llena de luz. La puerta se cierra a su espalda.
Las paredes están cubiertas de hojas de papel—cientas, quizás
miles de ellas. Algunas son lustrosas y gruesas, otras blancas y finas.
Las brillantes son fotografías, y a los papeles los cubre la letra
de su padre. Perdiz camina hacia una pared. Ve la cara de su madre, posada
sobre un bebé envuelto en una manta. Sedge está a su lado, espiando al bebé. Es
Perdiz, recién nacido.
Mira el papel pegado a la pared junto a la foto. Es una carta. Dice,
Para mi Hermosa esposa,
Te recuerdo en este momento ¿Estaba allí? ¿Tengo simplemente el recuerdo de
mirar esta fotografía? Nuestras vidas se dividen así. Aun te extraño. Siempre
lo haré. Eres mía. No lo olvides. Mía.
Ellery
Perdiz avanza a la próxima hoja de papel.
Para mi Hermosa esposa…
Y la siguiente: Para mi
Hermosa esposa…
Y luego encuentra una que comienza,
Querido Sedge,
¿Qué pasó? ¿Por qué me diste la espalda? ¿Por qué…
¿Alguna vez dejó Sedge atrás a su padre?
Perdiz,
Mira que tan joven una vez fuiste. Solías gritar y cantar cuando
iba a la puerta, y ahora creciste. Un chico académico…
El cerebro de su padre estaba afectado por las mejoras. Se
deterioraba, y estaba dispuesto a sacrificar a su hijo para poder seguir
viviendo. Perdiz murmura con los labios secos, -Mi padre estaba loco.
Estira el brazo y agarra la carta. La hace un bollo en la mano
¿Todo este tiempo su padre les había estado escribiendo cartas? Estaba haciendo
un álbum de fotos al que entrar, una muestra. Y lo había mantenido para sí
mismo todos estos años.
Perdiz saca una fotografía de sí mismo en una bici a los cinco, de
Sedge en su uniforme de hockey sobre hielo, de su madre y padre vestidos para
una ocasión formal.
El amor y odio hacia su padre se revuelve dentro suyo ¿Quién era Ellery
Willux? ¿Los amaba después de todo? ¿Es este lugar una prueba de que no podía
demostrarlo?
Perdiz embiste contra una pared y arranca tantas fotografías y
cartas como puede. Caen al suelo. Corre sus manos por los muros, arrancando un
trozo de tela y luego otro. Su pecho se contrae. Siente su corazón comprimido,
y su respiración superficial. Sostiene el puño contra el pecho. –Demonios,
-Dice.
Y se tambalea hacia la única silla en el lugar, la de detrás del
escritorio de su padre. Se sienta con pesadez y lentamente mira a su alrededor.
Esto es todo lo que siempre quiso de su padre. Alguna muestra de su amor. Algún
gesto de afecto ¿Y siempre había estado construyendo esto?
Escucha un golpeteo en la puerta.
-¡Les dije que esperaran en el pasillo! –Grita y trata de
recuperar el aliento ¿Está teniendo un ataque al corazón? Jesús, ¿está su padre
tratando de matarlo con esta mierda?
-Soy yo. Lyda.
Lyda. Se levanta de la silla y se mueve hacia la puerta. Gira la
manija y, como antes, la puerta se abre automáticamente.
Allí está ella. La observa por un momento—su rostro, sus pestañas,
sus labios partidos.
-Dijiste la verdad, -Dice ella, sorprendida.
Por un segundo no entiende de lo que habla—decir todas esas cosas
en el funeral parece hace tanto tiempo. –Esperaba que estuvieras viendo. –La
acerca hacia él. Huele la esencia a lavanda en su perfume. –Les dije que te
trajeran. Debía verte, -Dice. –Ven conmigo.
-¿Qué es este lugar?
Él pone su mano en la parte baja de su espalda y la guía dentro de
la cámara. Ella mira el suelo lleno de fotos y cartas, y las paredes con cinta. –Perdiz. –Dice. –¿Era este el
cuarto de tu padre?
-Su cámara secreta. –Le alivia tenerla aquí. Es como un antídoto a
la solitaria locura de su padre. Le trae sanidad a la habitación. Puede
centrarse en ella y el resto se nubla.
-¿Por qué te hizo esto?
-¿A mí? -Pregunta Perdiz. -¿A qué te refieres con que a mí?
Lo mira sorprendida. Él puede decir que se está aguantando. No
quiere contarle algo que lo hiera. No es buena ocultándolo.
Y entonces lo golpea, y mira la habitación de nuevo—esta vez
viéndolo de la forma en la que ella lo hace ¿Es todo por el show? Su padre
debió de haber trabajado en esto por años—mucho antes de haber planeado en usar
el cuerpo de Perdiz para seguir adelante ¿Es este cuarto algún tipo de broma? ¿Son
todas estas fotos y cartas estúpidas un intento de oprimir su corazón? O tal
vez estaba originalmente diseñado para jugar con Sedge. Él era el verdadero
heredero ¿Es todo esto falso? ¿Un plan para ganar simpatía? ¿Un último intento
de poder usando el amor?
-¿Piensas que todavía está jugando conmigo?
Ella camina hacia el escritorio de brillante superficie de Willux.
Lo circula y saca la silla.
-No. -Dice Perdiz.
-¿Por qué no?
-No sé. Es sólo que…
-¿Qué?
-Este cuarto. Se siente lleno de contagio ¿No lo sientes aquí? ¿Su
presencia? Es como si no estuviera muerto. No aquí, al menos. Llena la
habitación, el aire. –Perdiz se pregunta si el contagio que siente es su propia
culpa tóxica. Mira las caras de su familia mirándolo acusatorias. Una vez fue
un bebé; ahora es un asesino.
-Esta habitación es tuya ahora. –Dice ella.
-¿Qué pasa si no la quiero?
Camina hacia Perdiz, se arrodilla y levanta otra foto de él de bebé.
En esta lleva una gorra. Su cara tiene un tono rosa brillante. Y es su padre
quien lo sostiene. –Eras un lindo bebé. –Dice. Se para y se la entrega. Él la
mira un minuto. Y con un anhelo inesperado quiere volver atrás. Quiere ser ese
bebé de nuevo. Quiere hacer todo otra vez.
Pero no le puede permitir a su padre llegar hasta él. Había sido
guiado hasta aquí, y usaría esta habitación para su propio fin. Usaría el
secreto de su padre en su contra, tratando de deshacer lo que su padre había
hecho.
Le devuelve la imagen a Lyda, camina hacia el escritorio y dice. -¿Qué más
esconde aquí dentro? –No se sentará en la silla de su padre de nuevo. La saca
del escritorio y presiona sus palmas contra la superficie brillante. De pronto
el escritorio se ilumina. Ante él hay un mapa del mundo, punteado con luces
azules, cada una pulsante excepto una—localizada en el lugar donde se yergue la
Cúpula. Ese brilla.
-¿Qué demonios? –Susurra Perdiz.
Lyda se pone su lado. –Es el mundo y eso es nosotros.
-Sí. –Dice. –Así que la pregunta es, ¿qué representan todas las luces
titilantes?
-¿Qué representan, o a quién? –Dice Lyda en voz baja.
A Perdiz se le pone la piel de gallina. –Podrían ser otros lugares
que fueron prescindidos ¿Podría significar que hay otros sobrevivientes allí
afuera?
-Toca una. –Dice ella.
Perdiz piensa en el padre de Pressia, Hideki Imanaka. Era uno de
los Siete. Uno de los tatuajes todavía pulsantes en el pecho de su madre antes
de morir prueba que seguía vivo. Tal vez esta sea una forma de encontrarlo. Una
de las luces parpadeantes está en la isla de Japón. Perdiz estira el brazo y la
toca.
La estática se eleva de parlantes ocultos, y luego una voz. –Perdiz.
–Es la voz de su padre y, por un segundo, piensa que sigue vivo, que el
asesinato no tuvo éxito. Mira la puerta de la cámara, pero está cerrada. Lyda
se estira y le agarra la mano ¿Volvió su padre de la muerte? ¿Es imposible de
matar? –Mi hijo. –Dice su padre.
-No. -Perdiz se siente enfermo. Agarra los bordes del escritorio y
se sienta en la silla de su padre.
La voz sigue: -Tu huella—esa pequeña espiral que estuvo allí desde
tu nacimiento. Encontraste este cuarto, este mapa, mi mundo. Desbloqueaste mi
voz con un simple toque. Y eso significa una cosa: tú estás vivo y yo, muerto.
-Lyda. –Susurra Perdiz. –No puedo escuchar esto.
Ella lo agarra del brazo. –Está bien. –Susurra. –Debemos hacerlo.
-Con un toque, un mensaje le fue enviado al resto de que me he ido
y de que estás a cargo ¿Realmente pensaste que me contentaba con controlar una
pequeña Cúpula?
Perdiz quiere presionar sus manos contra las orejas, pero no puede
moverse. Apenas puede respirar. Mató a su padre, pero él sigue allí.
-Abre el primer cajón del escritorio. Allí, encontrarás una lista
de mis enemigos—ahora tuyos. Descubrirás la verdad que le escondía a todos—incluso
a ti. Hallarás la simple y honesta ironía de todo lo que intenté lograr. Con
suerte, entenderás la fragilidad de lo que heredaste. Puede que me odies. Lo
entiendo. Yo también odiaba a mis padres. Es la forma en la que el mundo
funciona. Vi el fin, Perdiz, y te estaba tratando de salvar de él. Cree lo que
quieras, pero es lo que hacen los padres. –Pausa entonces ¿Vio Willux su propio
final cerca? ¿Qué final? –Una cosa más. –Dice su padre ¿Va a firmar diciendo
que lo ama? ¿Qué es lo que realmente quiere Perdiz del hombre muerto?
Su padre baja la voz y continúa. –Una pregunta ¿Hay sangre en la huella?
Hay otro corto arranque de estática y la voz desaparece.
Silencio. Mira el mapa de luces azules. Siente su respiración alta y atascada
en su garganta. Da vuelta las manos y mira sus dedos—las pequeñas espirales
intrincadas que son de él solamente. Su padre sabía que si Perdiz estaba
escuchando la grabación, entonces probablemente lo había matado.
Lyda susurra. –Él sabía que lo harías.
-No. –Dice Perdiz.
-Todavía está en el poder. –La voz de ella es fría, o tal vez esté
asustada.
Él alza la cabeza y se gira para mirarla. –No. –Dice Perdiz. –Lo maté.
El rostro de Lyda se ve pálido y rígido. –Aún está… -Levanta las
manos a su garganta, apretando los puños. Él se vuelve a parar y ella
retrocede. –Te cambió, Perdiz. Una parte de tu padre sabía que lo harías, que
eras capaz de matarle, y te cambió muy en lo profundo. –Retrocede contra la
pared, haciendo temblar las fotografías.
-¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Dejar que me mate?
-No. –Dice ella, sacudiendo la cabeza enojada. –Tan sólo…
-¿Sólo qué? –Él recuerda el sentimiento que tenía justo después de
hacerlo. Sus manos se habían entumecido. No sentía las piernas. No podía pensar.
En cambio, su corazón latía con fuerza, como si fuera lo único que le quedaba. Y
lo siente ahora porque Lyda nunca había estado tan asustada de él, y puede
leerlo en su cara con claridad. –Lyda. –Susurra.
-No sé. –Dice ella. –Es otro secreto. Crecimos con todos estos
secretos y mentiras ¿Cómo podremos seguir viviendo así, Perdiz? No sé si pueda…
-Inhala profundamente, rápidamente tocando su estómago. El bebé. El futuro.
-Sin ti, estaría sólo en esto, -Dice él. –No me des la espalda.
-No lo hago. –Mira a su alrededor como agregando, no tengo dónde ir. Pero luego mete la mano en su bolsillo. –No estamos completamente
solos. -Saca un pedazo arrugado de papel. Él camina hacia ella y Lyda se lo
entrega. –Están aquí—las células durmientes: Cygnus, el cisne.
Es un cisne de origami. –¿Se pusieron en contacto contigo?
-Léelo.
Perdiz desenvuelve el ala y lee Glassings necesita tu ayuda. Sálvalo. -¿Quién te lo
dio?
-El técnico que vino a arreglar el orbe.
-¿Salvar a Glassings de qué? ¿Dónde diablos está? -Dice.
-Esto es todo lo que tengo. –Ella suspira y se frota los ojos.
–¿Vas a abrir el cajón?
-¿Qué?
-Creo que deberías hacerlo.
-Observé a mi padre toda mi vida, sabes—cómo le miraba y hablaba
la gente. No quise, pero lo incorporé todo, y creo, que en algún nivel, debí de
haber pensado que su vida algún día sería la mía. Quiero decir, era mi padre. –Para
abruptamente. Da un respingo. Le preocupa llorar. –No es sólo que lo maté,
Lyda. No es sólo que soy un asesino. –Frota su pulgar contra sus otros dedos,
pensando en su padre hablando sobre la sangre en ellos. –Es que tengo miedo
volverme él.
-Abre el cajón, -Dice Lyda.
Perdiz no va a discutir con ella—no ahora. Pone un dedo en el cuadrado
de luz azul del primer cajón del escritorio. Se abre deslizándose y revela un
montón de carpetas.
Toma la de arriba y la tira sobre el escritorio. Justo como dijo
su padre, en la etiqueta se lee ENEMIGOS. La abre. Está llena de fotos de gente, cada una con una página
de información—actividad sospechosa, familia, amigos, afiliados.
Perdiz hojea el montón y Lyda se le acerca para ver las caras. Cuando
llega a Bradwell. Lyda jadea, y sabe que es porque reconoce el fondo también—el
bosque donde su madre y hermano fueron asesinados. La imagen es de Bradwell gritando,
los tendones en su cuello tensos; lo atraparon a mitad de la acción y Perdiz se
da cuenta de que fue tomada de una trasmisión vía video de uno de los Soldados
de las Fuerzas Especiales que los había atacado. La imagen fue tomada minutos
antes de que su padre matara a Sedge y su madre.
-Vamos. –Lo apura Lyda. -¿Quién más está allí?
Va a la próxima foto, y es una de Il Capitano y Helmud del mismo
lugar, el mismo día. Cierra la carpeta y la devuelve al cajón. –Estos no son
mis enemigos. –Dice Perdiz. Es un alivio. Su padre estaba equivocado.
Hay otra carpeta. La toma y la saca.
NUEVO EDÉN.
La abre y le echa un vistazo a los planes—escritos a mano con los
flojos garabatos de su padre—para esclavizar a los miserables como una raza
sub-humana para servir a los Puros una vez la tierra sea habitable de nuevo. –Nuevos
esclavos para un Nuevo Edén. –Dice Perdiz con el estómago retorcido. La cierra.
La próxima carpeta se titula RETORNO. Su padre generalmente opta por referencias más simbólicas, así
que esta palabra práctica lo pone nervioso. La abre de forma que él y Lyda
puedan leer juntos.
Primero hay un reporte oficial de un equipo de científicos y
doctores. La lista de nombres al principio del reporte es larga, pero para él
resalta el nombre de Arvin Weed. Lo apunta. –Mira.
-También lo vi. -Dice Lyda.
“De las muestras recolectadas y su incubación en un entorno
simulado, nuestros especímenes reaccionaron de forma pobre en general. De
veinte, doce murieron los primeros diez días. Cuatro contrajeron tumores
cancerígenos que tomaron raíz casi de inmediato y parecían desarrollarse en sus
problemas de salud. Dos de estos cuatro fueron curados del cáncer pero murieron
por más tumores con los años. A los
cuatro sobrevivientes—un hombre y tres mujeres—les fue mal en general. Dos son
estériles. El hombre contrajo una enfermedad en el ojo, dejándolo ciego. Él y
una mujer tienen asma y los pulmones comprometidos. No esperamos que sean
capaces de volver a unirse a la población general de la Cúpula. El hombre está
en una unidad de cuidados críticos, y la mujer sufre de problemas mentales y
está actualmente en un confinamiento solitario en el centro de rehabilitación.
Las otras dos están siendo estudiadas y evaluadas. Fueron mandadas de vuelta al
público con sus memorias sobre los estudios borradas.
En conclusión, creemos que aquellos que sobrevivieron en la Cúpula
se han vuelto, por falta de exposición al exterior y a las enfermedades en
general, vulnerables con el tiempo. Si fuéramos al Nuevo Edén, perderíamos una
gran cantidad de gente el primer año. Aquellos que sobrevivan serían por mucho
sobrepasados en número por los supervivientes fuera de la Cúpula. Sin embargo,
entre más esperemos entrar al Nuevo Edén, más vulnerable nuestra población será
ante los elementos que fueran a matarnos.
Mientras tanto, los sobrevivientes originales de las Detonaciones han sido erradicados, dejando a aquellos con
habilidades extremas para adaptarse y sobrevivir. Los restantes tienen un
sistema inmune superior. La Operación Purificación de Miserables contiene la
más detallada información sobre los sobrevivientes de cualquiera de nuestros
estudios de observación.”
El padre de Perdiz había circulado Miserables y escrito en el margen dos palabras: Raza Superior.
Perdiz levanta la hoja y estudia la letra de su padre. -Sí creó
una raza superior después de todo, sólo que resultó ser la equivocada. –Esa es
la ironía. Su padre lo sabía antes de morir. Dijo que podía ver el fin y de que
trataba de salvarlo de él.
-¿Pensó que tendríamos que vivir aquí por siempre? -Pregunta Lyda.
–No podemos. Los recursos son limitados ¿Iba a dejar que los Puros murieran
fuera?
-No lo sé. –Perdiz va al final del reporte. La última página es
sólo un montón de ecuaciones científicas—nada que pudiera descifrar. -¿Qué demonios
es esto?
Lyda dice con sarcasmo, -Como si la academia considerara que
enseñarle ciencia a la chicas vale la pena. Guárdalo, -Le dice. –Podría ser
importante. –Él lo dobla y lo mete en su bolsillo.
Perdiz hojea un par de otras carpetas y su espalda se pone rígida.
Saca una carpeta. Está etiquetada como PROTOCOLO PARA ANIQUILACIÓN.
-¿Qué significa? -Pregunta Lyda. –Ya aniquiló todo.
-No todo. –Perdiz abre la carpeta.
Allí hay una lista de instrucciones explicando cómo desencadenar
un proceso activado por voz. Un dibujo del cuarto apunta a un pequeño cuadrado
metálico en una de las paredes. Ambos miran hacia arriba, y allí está, modesto,
del tamaño de un enchufe. Con un grupo de comandos, el metal se retraería,
revelando un botón. Si lo presionaba “liberaría un gas inodoro fuera de la
Cúpula.” Un gas “basado en monóxido de carbono,” pero más potente. “Induciría
el sueño” y después comprometería los pulmones y causaría una muerte en masa
silenciosa. El gas mataría a todo ser vivo a ciento sesenta kilómetros a la
redonda. Willux escribió que la activación por voz sólo reconocía la suya, pero
que luego había sido tachada y agregado el nombre de Perdiz.
-¿Le enseñó a la computadora a responder a mi voz? ¿A matar a todo
ser vivo a ciento sesenta kilómetros a la redonda?
-Pero son la raza superior, -Dice Lyda. -¿Por qué querría
matarlos?
-Tal vez era su plan B. –Perdiz tira la carpeta al cajón y lo
cierra con un golpe.
Lyda se gira y mira las fotografías en el suelo. –Tú y tu padre
son personas diferentes, -Dice. –No eres él. Nunca lo serás.
-Tuve que hacerlo. –Susurra Perdiz. –Tuve que matarlo. –Se inclina
hacia delante, meciéndose un poco. Se frota los ojos.
-Vuelve a casa conmigo, -Dice Lyda. –Tengo una sorpresa para ti.
-¿Es esta su manera de decirle que ya no le tiene miedo, que él no cambió
realmente, que no le dará la espalda? Se gira en su dirección y rodea con sus
brazos el cuello de Perdiz. Se sostienen con fuerza mutuamente, y él quiere
congelar este momento. Justo aquí, ahora.
Una llamada a la puerta los sorprende.
Beckley dice, -Señor, la situación empeoró.
Perdiz no suelta a Lyda. -¿Peor cómo?
-Lo necesitamos, señor.
Perdiz no se siente un líder. Su padre aun manda desde la tumba.
–No creo que haya algo que pueda hacer.
-Hay una cuota de muertes, -Dice Beckley. –Está creciendo.
Perdiz deja ir a Lyda, corre hacia la puerta y la abre. Allí está
Beckley ligeramente sin aliento; sus ojos van de Lyda a Perdiz. -¿Se están
matando entre ellos?
-No, señor.
-¿Entonces cómo?
-No se están matando entre sí. Se están suicidando.