PRESSIA
HUMO FRESCO
Pressia tiene medio cuerpo
fuera de la aeronave. Va a bajarle a Fignan a Hastings, quien se lo dará a Fandra.
Tendrán que arrastrar a Hastings hacia arriba y dentro de la nave. El viento
mete le mete a Pressia el pelo en la boca y ojos y hace que le golpee las
mejillas. Sostiene a Fignan con fuerza y se inclina aún más hacia Hastings, confiando
en el agarre de Bradwell sobre su cintura, familiar y, aun así, desconocido. Sus
alas crujen, golpeadas por la corriente.
-Está bien. –La reconforta Bradwell. –Te tengo. Lo hago.
Fignan hace sonar la música temática de Crazy John-Johns que ya
causó que un par de Terrones empiecen a retroceder. Pero todavía algunos siguen
golpeando la base de la montaña rusa arruinada. Hastings tiene sus brazos estirados
en lo alto, y Fandra está agachada a su lado, haciendo una mueca cada vez que
los Terrones hacen tambalear el juego.
-¡Más lento! ¡Dile que vaya más lento! –Le grita por sobre el
viento Pressia a Bradwell. Se siente bien gritarle después de la discusión y
toda la distancia entre ellos.
-¡Hace lo que puede! –Le responde Bradwell. Ella conoce su rostro
tan bien—las largas cicatrices en sus cejas, sus pestañas—que puede imaginarse
qué cara está poniendo ahora, su mueca al sostenerla, el ceño fruncido por el
esfuerzo. Está tan cerca que puede ver las arrugas en los nudillos de Hastings,
la fina arena volando por sus cachetes, el brillo de las armas en sus brazos.
Repentinamente, el viento levanta la punta delantera de la nave. Es como si Hastings
estuviera cayendo bajo suyo. Quiere tirarle a Fignan a Fandra, esperando que lo
agarre, pero no puede arriesgarse.
-¡Fallamos! –Grita.
El aumento en el zumbido significa que Il Capitano lo sabe y está
subiendo para girar y volver a intentar.
Estuvieron tan cerca.
Bradwell la empuja dentro de la cabina y se sientan respirando con
pesadez.
-Tal vez pueda volver a acercarse de cara al viento. –Dice
Bradwell sin mirarla. –Casi lo tiene.
-Estuvimos realmente cerca. –Dice Pressia. Y mientras se escucha
decirle estas palabras a Bradwell, quiere hacerlo refiriéndose a ellos. Estaban
tan cerca. Estaban enamorados. Ahora esto: el largo silencio, la tensión, la decepción.
Quiere devuelta ese hormigueo que sentía cuando él se le acercaba, no el golpe
de pavor. Sentada tan cerca de Bradwell debería hacerla sentir segura de sí
misma, feliz, incluso aunque esté por asomarse desde una aeronave a cientos de
metros por encima del suelo.
-Lo lograremos esta vez. –Dice Bradwell.
Pressia asientes. Pero no hay esperanza para ellos dos ¿O no? Mira
el parque de atracciones, la montaña rusa parecida a una rebanada de una
serpiente gigante, el horizonte gris. Este ha sido el hogar de Fandra, y
Pressia la va a ayudar a salvarlo. Extraña su propia casa. Tan sucia y torcida
como es, casi está de vuelta, lo que le provoca un raro bienestar.
La aeronave se acerca a las manos estiradas de Hastings.
Pressia se vuelve hacia la abertura de nuevo y se inclina hacia
Hastings con las fuertes manos de Bradwell en su cadera. La nave se tambalea
brevemente y luego para casi por completo, lo que le permite a Pressia soltar a
Fignan a tan sólo unos centímetros del agarre de Hastings.
-¡Lo tiene! –Grita.
Hastings gira rápidamente hacia Fandra, quien lo mira a través de
su cabello revuelto por el viento, de la arena rasposa y del polvo y la ceniza.
Sonríe. Y Hastings se gira y salta hacia una de las piernas de la aeronave. Se balancea
allí por unos momentos y luego hace contacto visual con Pressia, preparándose
para impulsarse hacia ella.
-Cuando cuente tres. –Dice Bradwell.
Ella asiente.
Él aprieta su agarre -Uno, dos, ¡Tres!
Hastings se suelta de la pierna de la nave y agarra la mano de
Pressia. Ella empuja con todas sus fuerzas; los brazos de Bradwell se
flexionan, empujándola hacia su pecho. El suelo debajo es un borrón. A ella se
le llenan los pulmones con aire y los oídos con los ruidos de la máquina—abrumadores.
Los ojos de Hastings están fijos con una determinación confiada, y ella siente
la profundidad de su propia fuerza mientras, con Bradwell, lo empujan hacia la
seguridad de la aeronave. Pressia es un conector, salvando a Hastings del cielo
y después del suelo. Bradwell los arrastra hasta que están adentro del todo,
cayendo hacia atrás sobre sus enormes alas, empujando a Pressia con él.
Hastings se tambalea con su prótesis repiqueteando contra el piso.
-¡Vamos, Cap! ¡Lo tenemos! –Grita Bradwell. -¡Vamos!
Hastings se endereza y se mueve velozmente hacia la puerta abierta
de la cabina. Sostiene su mano en alto y luego la deja caer. Se sienta en el
suelo de la nave, recostado contra la pared y apoyando su pierna buena.
Bradwell cierra la puerta con cerrojo y se sienta al borde de su
silla.
Pressia se mueve rápidamente a la ventanilla. Los Terrones están
retrocediendo apresurados, alejámndose de la música de Fignan, empujando sus
pesados cuerpos por sobre la verja rota. Ve a Fandra. Sus miradas se
encuentran. Pressia apoya su palma contra el pequeño vidrio circular. Fandra
asiente y sonríe. Gesticula un: “¡Gracias!” Pressia quiere detener el tiempo,
hacerle una confidencia, contarle todo, pero la nave acelera, dejándolo todo
atrás. Il Capitano grita: -¿Todos bien?
-¿Bien? –Grita Helmud.
-¡Estamos todos bien! –Dice Bradwell aliviado.
-Estoy feliz de que lo lograras. –Dice Pressia girándose hacia
Hastings. Ve algo de su prostético. Ella se especializó en ellos en los cuarteles
de la ORS, y puede decir que las articulaciones no son muy flexibles, pero es
un trabajo manual firme. La pierna baja está hecha de dos piezas de metal
enganchadas. Se imagina que tenían un montón de partes de las que elegir en un
parque de atracciones.
-Lo hice, sí. –Dice Hastings, todavía respirando con fuerza. –Pero
no estamos bien. No todos.
Bradwell se inclina hacia delante. -¿Por qué hay
más sobrevivientes en el parque ahora?
-Tuvieron que dejar la ciudad. –Dice Hastings. –Ya no era segura.
-Nunca lo fue. –Le recuerda Pressia.
-Es peor ahora. Ataques—nuevos.
-¿Qué tipo de ataques? -Pregunta Bradwell.
-De las Fuerzas Especiales, y ni siquiera tropas realmente
codificadas. Los Miserables dicen que la Cúpula está mandando escuadrones de
sólo niños un poco musculosos. Las fusiones de sus armas son tan nuevas que la
piel se les arruga a su alrededor. –Hastings traga con fuerza. –Me preocupa qué
está pasando dentro de la Cúpula.
-¡Pero Perdiz está a cargo ahora! –Dice Pressia. -¡Se supone que
las cosas deberían ser mejor!
-¿Perdiz está a cargo? -Pregunta Hastings. ¿Willux…?
-Murió. -Dice Bradwell. –Esto no me gusta ¿De qué tipo de ataques
estamos hablando?
-Sangrientos. –Dice Hastings. –Los niños soldados matan a aquellos
en la ciudad—un baño de sangre—pero las madres entraron y los están sacando. Una
matanza en ambos lados.
Pressia se siente inocentemente golpeada. Perdiz, piensa, ¿cómo es que
esto está pasando? -¿Qué más? –Pregunta tomando asiento. –Dinoslo todo.
-Sólo sé lo que les dije. No lo he visto por mí mismo.
No quiere mirar a Bradwell ¿Culpará a Perdiz?
Él dice. –Queremos tirar abajo la Cúpula, Hastings.
Bradwell le explica la bacteria que les dio Bartrand Kelly. –Es
nuestra ahora. –La amenaza cuelga en el aire.
Pressia se sienta y mira el techo curvado. Los motores son
ruidosos, y la nave se tambalea y eleva. Mira nuevamente por la ventana. Están
pasando por el terreno con rapidez—rocas, cascos oxidados de camiones, rastros
de caminos, escombros corroídos. Pronto llegan a Washington DC, y pasan por la
torre caída, por el edificio del Capitolio con su domo derrumbado, y lo que una
vez fue la casa Blanca, reducida a pilones de piedras mohosas—todo mármol y cal.
Y entonces una cebra brinca por entre el pasto alto que lleva al pantano y al
bosque. La aeronave atraviesa una
colina.
Su corazón empieza a latir con más rapidez. Respira profundamente.
Se están acercando y ¿qué verá? Una matanza.
Cierra los ojos. Tal vez Hastings está equivocado. Quizá hubo un error
en la comunicación. Ninguna carnicería. Ha habido suficientes pérdidas.
Pero luego escucha decir a Bradwell. -Mira eso
No quiere abrir los ojos, pero lo hace. Y allí está el horizonte—embotellado
con el ascenso de humo fresco. La ciudad está en llamas.
PERDIZ
LLANTO
Sale al pasillo—al brillo de
los azulejos, el resplandor de las luces fluorescentes. Camina con rapidez,
pasando a Beckley.
-¿Estás bien? –Le pregunta Beckley cuando lo alcanza.
No se detiene a responder.
Perdónanos. Perdónanos a todos.
Weed está allí. Toca el hombro de Beckley y dice. –Dame un minuto
con él. –Weed camina hacia él y dice. -¿Qué pasa?
Perdiz sacude la cabeza y trata de aclararse la mente. –Estoy
bien.
-No, no lo estás.
Perdiz camina hacia la pared y estira la mano sobre ella; está
fría al tacto. –Pensé que podría cargárselo al resto al decir la verdad. Pensé
que eso me hacía mejor o exento o algo. –Ve los ojos de su padre agrandándose
al darse cuenta de que lo había envenenado. -Soy uno de nosotros. No. –Dice, y
siente que le falta el aliento. –Soy peor.
Arvin le agarra el brazo. -¡Calla! –Dice en un susurro ronco.
-Sé ahora lo que soy. –Dice Perdiz. –No procesé las mentiras de mi
padre, en lo que todos éramos cómplices, la culpa.
Arvin se le acerca más y le susurra al oído. -¡Cierra el pico! –Su
cara está rígida de enojo. –¿Dejaste que te afectara? Jesús.
Perdiz se da la vuelta hacia Weed, confundido por su súbita rabia.
–Acabo de darme cuenta de que soy…
-¿Quieres ir a casa? ¿Es esto demasiado para tu delicada constitución?
-Retráctate, Weed. –Pero, en realidad, Weed dio en el blanco.
Perdiz no quiere ver a la próxima generación de su padre: filas de clones. Su
estómago no lo soporta.
-Te llamaré un auto así puedes irte ¿Es eso lo que quieres?
-No.
-Debes querer saber. Sólo puedo llevarte a donde demandes que te
lleve. –Susurra Weed. -¿Sabes lo que digo?
Perdiz no está seguro ¿Está Weed bajo el comando de alguien más—uno
que sólo él puede superar? –Bien. –Dice Perdiz. –Sigamos. Llévame con los
bebés.
Arvin llama a Beckley, y juntos, sin hablar, caminan por el
corredor hasta un ascensor hacia otro piso.
Salen a un pasillo enfilado por guardias—uno cada quince metros. Perdiz
recuerda el olor—dulce, y como de blanqueador. -¿Por qué hay tantos guardias?
Weed dice. –Este piso está reservado para casos especiales.
-¿Especiales cómo?
-¡Gente que merece una segunda oportunidad! –La voz de Weed suena
forzada ¿Piensa que está siendo grabado? Para entonces y dice. -¿Quieres
volver, Perdiz? Puede ser arreglado.
Perdiz se siente como si estuviera sobre un escenario. Dice lo que
Weed le dijo. –Demando ver los bebés.
Weed asiente sin ninguna pista de emoción.
Caminan por el corredor con ventanas alineadas a un lado. Perdiz
se acerca al vidrio y allí ve las filas de pequeñas incubadoras. Los bebés son
tan chiquitos que cabrían en la palma de un hombre. Algunos duermen; otros
patean. Algunas bocas están abiertas, chillando, pero las ventanas deben de ser
a prueba de sonido porque no escucha nada. Dentro de las incubadoras, en la
parte superior, hay pantallas mostrando rostros humanos. Las caras miran a los
bebés con intensidad. Sonríen y parpadean. Sus bocas también se mueven—como si
estuvieran cantando.
Una enfermera camina por entre las filas.
Perdiz toca el vidrio y está tibio. -¿Qué les va a pasar?
-Serán criados en un ambiente perfectamente adaptado donde
recibirán la mejor educación, entrenamiento físico y afecto.
-¿Y padres que los amen?
Weed no responde. Mira por sobre su hombro como si alguien más
estuviera con ellos. -¿Estás listo para ser escoltado fuera?
Perdiz piensa en Lyda—su bebé. Siente que se encuentra en una
locomotora alejándose a toda velocidad de ellos—un compromiso, una boda… ¿Cómo
va a bajarse de este tren?
Y entonces, lejos de allí, un grito hace eco por el pasillo.
-¿Qué es eso? –Dice Perdiz.
-¿Qué es qué? –Dice Arvin. –Puedo hacer que alguien te escolte
fuera. –Dice nuevamente.
Perdiz lo ignora y empieza a caminar rápidamente hacia el sonido. Beckley
le sigue el paso. Los guardias se ponen rígidos y se llevan las manos a las
armas, pero sin sacarlas. Mientras Perdiz gira en una esquina, un guardia se
estira y lo agarra del brazo. Algunos otros bloquean el corredor, lado a lado.
-Quítenle las manos de encima. –Le dice Beckley al guardia.
-¿Señor? –Uno de los otros guardias le dice a Weed. -¿Le pasamos
la barra?
-Su palabra es superior a la de todos nosotros. –Dice Weed. –Si
demanda seguir adelante, puede hacerlo.
Hay otro grito.
-¡Demonios! –Dice Perdiz. -¡Demando seguir avanzando!
El guardia afloja su agarre. Los otros le dejan paso.
Perdiz se gira hacia Weed. -¿Siguen torturando gente? ¿Es a lo que
te referías con darles una segunda oportunidad?
-Los protocolos de tu padre siguen en su lugar. No podemos detenerlo
todo ahora que estás al mando—¿Parar la Cúpula mientras chilla?
-¡Maldito seas, Weed! No más tortura.
-Los enemigos de tu padre podrían volverse tuyos.
-No me importa. Se acabó. Ciérralo ¿Sabe Foresteed sobre esto?
Weed asiente. –Vigila el día a día hasta que superes tu—hace una
pausa, buscando la palabra adecuada—proceso de luto, sin mencionar la boda
próxima. Estás ocupado.
-No soy un mascarón para ser enviado a casamientos y funerales,
Weed. Estoy a cargo ¿Sí? ¡Estoy a cargo de todo! Dile a Foresteed que quiero
otra reunión.
Adelante hay más gritos. Perdiz empieza a correr hacia ellos. Pasa
por grandes cuartos vacíos con estantes llenos de Tasers y pequeñas y extrañas
herramientas que no puede reconocer. Algunas de las habitaciones tienen
cámaras; otras están vacías. Varias tienen jeringas alineadas en bandejas
metálicas y esposas en la pared.
-Estás haciendo más cambios. –Dice Weed. -¿No sabes que estas
personas no los soportan?
Perdiz se gira hacia él. -¿Quién eres, Arvin Weed? ¿Quién demonios
eres? ¿Quieres que todo esto siga sucediendo? ¿Por qué? ¿Respeto?
Hay un grito gutural de un hombre—no muy lejos. Perdiz corre hacia
una puerta. Está cerrada. –Abre esta puerta. Ahora.
Weed camina hacia un panel en ella. Introduce un código. Cuando la
puerta se abre, grita. -¡Entrando!
Hay tres personas usando un equipo quirúrgico manchado con sangre.
Esposado a la pared hay un hombre. Perdiz puede ver sus brazos ensangrentados,
cubiertos por precisas incisiones. En la mesa frente a él hay un Taser, una vara
de metal e instrumentos quirúrgicos.
-¡Aléjense! –Grita Perdiz.
Todos lo hacen.
Y ahora ve al hombre enteramente; su cuerpo ha sido cortado y
cosido. Lo golpearon tanto que su piel está ennegrecida con moretones. Tiene el
rostro tan hinchado que es casi irreconocible—casi.
El corazón de Perdiz late tan fuerte en sus oídos que lo
ensordece. Se acerca y dice. –Señor….
Los ojos del hombre se abren y sí, es él. Glassings. Su profesor
de Historia Mundial, quien le dio lecturas sobre el bello barbarismo.
-Perdiz. –Dice a través de sus hinchados y partidos labios.
-Profesor. –Dice Perdiz, y luego se gira y dice. –Bájenlo ¡Ahora! Quiero
que lo lleven a mi apartamento. A ningún otro lado. Lo quiero cuidado las
veinticuatro horas ¿Me escuchan? ¡Ahora!
-Es tu enemigo. -Dice Weed.
Perdiz cierra el puño, se vuelve y golpea al otro chico en la mandíbula
con tanta fuerza que Weed se tambalea hasta la pared, de donde se desliza hasta
el suelo. Arvin lo mira, sorprendido. Perdiz también lo está. Se olvida de que
tiene algo de codificación en él—fuerza, velocidad, agilidad. No mucho—no como
las Fuerzas especiales—pero más que Weed, a quién le realzaron el cerebro, no
el cuerpo.
Perdiz encara al resto. –Consigan un doctor. –Dice. -¡Muévanse! –Camina
de vuelta hacia Glassings. –Vas a estar bien. –Dice, pero el hombre había
perdido la conciencia. Su cara está floja.
Ya no soporta estar en este cuarto. Mira todos los instrumentos,
los rostros blancos de los restantes torturadores. Le dice a Beckley, -Asegúrate
de que lo hagan bien.
Se dirige hacia la puerta, pasando a Weed, quien se frota la
mandíbula.
-¿A dónde vas? –Pregunta Beckley.
-Solamente quédate. –Dice Perdiz. –Asegúrate de que lo traten con
respeto. Asegúrate… -Pero ni siquiera puede terminar la oración. Mira a Weed y
está seguro de que éste sonríe. Le gustaría volver a golpearlo.
Pero se gira y sale. Glassings. Lo ama. Cuando estaba seguro de
que no le importaba a su padre, pensó en él como una figura paterna—y no puede
soportar lo que le hicieron.
Escucha la voz de Beckley -¡Ahora, con cuidado! ¡Cuidado!—y luego
empieza a correr por el pasillo. Sus nudillos suenan de dolor, pero se sintió
bien golpear a Weed. No sabe a dónde va, pero sigue corriendo hasta que vuelve
al banco de ventanas.
Descansa los puños y la frente contra el vidrio y mira todos los
cuerpos envueltos, los pequeños capullos de sus rostros. Dice. –Voy a ser
padre. –Y tiene miedo—de lo que la Sra. Hollenback se hizo a sí misma y de lo
que le fue hecho a Glassings y del futuro, pero mayormente, en este momento,
está asustado de la delicada piel de los infantes, sus pequeños dedos, los ojos
que apenas se abren. Separa los puños del vidrio y los pone en sus bolsillos. Ya
no le es permitido estar asustado.
PERDIZ
PERIQUITO
Están en los jardines de la
academia, rodeados por falsos setos, falsas camas de flores, falsos cantos de
aves en falsos árboles. Es invierno, pero mantienen el parque viéndose como en
primavera. Perdiz odia la deshonestidad. Sigue conmovido por lo que vio en el
centro médico. El brillo de este jardín—el de los brotes y cerosas hojas—sólo
le recuerda la fealdad oculta bajo la superficie de las cosas en la Cúpula.
Perdiz y Beckley esperan a Iralene y a los fotógrafos que se
supone que los atraparán en su cita, como si no estuviera planeado. Está inquieto.
Ella llega tarde. De todas formas, no quiere estar aquí.
-Quiero ver que Glassings sea acomodado de forma correcta. Asegúrate
de que tenga enfermeros viniendo de a turnos y todo lo que necesite ¿Sí?
Beckley asiente.
-Y cuando diga que acabamos aquí, acabamos. –Perdiz se siente
culpable. Incluso aunque Lyda le urgió hacer esta farsa, lo siente como una
traición. Pero no puede largarse ¿Qué si hay otro brote de suicidios? Sólo se
tendría a sí mismo para recriminar. Y no puede aguantar más culpa. Siente como si
su pecho fuera de plomo con todo esto.
Hay silencio, excepto por el canto de los pájaros. Perdiz mira al centro
agujereado de una margarita y se pregunta si puede ser un pequeño parlante. No
confía en nada.
Beckley dice. –No puedo creer cómo te metiste con Arvin Weed. –Sonríe
anchamente.
Perdiz se frota los nudillos. –No pensé en ello. Sólo lo hice. –Mira
los hombros anchos de Beckley. –Tienes algo de codificación en ti ¿o no?
Apuesto a que hay un molde de momia con tu nombre en el centro médico.
-En realidad, sólo me dieron algo leve. Nada lujoso. Sin moldes.
-¿A qué te refieres?
-Bueno, hay una forma de hacer la codificación bien con todas las
protecciones incorporadas para hacerlo lo más seguro y específico posible. Y luego,
por mucho menos dinero, puedes hacerlo rápido. No creo que haya sido bueno para
mi salud general, pero no soy un chico de la academia ¿O no? Soy prescindible,
a la larga.
Perdiz recuerda a Wilda—una nena de sólo nueve años—hecha Pura
dentro de la Cúpula, y cómo empezó a desmoronarse tan rápido porque todo era
tan potente y ella tan joven ¿Qué le pasará a Beckley dentro de diez años? ¿Cinco?
Perdiz se para y mira al dormitorio de chicos. –No pienso que eres prescindible.
Para nada. –Mira a Beckley, quien asiente secamente y mira hacia otro lado.
Y entonces oye la voz de Iralene, aguda, dando algún tipo de
instrucciones. Se vuelve y allí está ella, usando un vestido amarillo canario flotando
sobre sus piernas sedosamente. Es de corte bajo y parece un traje para la tarde.
Perdiz no se vistió elegante. Ella está rodeada por un pequeño grupo de jóvenes
mujeres con sonrisas arregladas. Su madre, Mimi, está con ella, con apariencia fría
y enojada. Media docena de fotógrafos marchan detrás de ellas con sus cámaras
apuntándole a él como si fuesen armas.
-Hey, Iralene. –Dice Perdiz. -¿Lista? –Quiere ponerse en marcha.
La boca de ella forma una O perfecta de sorpresa. Sonríe
y luego, extrañamente, se quita sus tacos amarillo canario, enganchándoselos en
los dedos, y corre hacia él. Abre los brazos y, si él no lo hace también, va a
atropellarlo. Así que debe abrirlos, y cuando lo hace, ella salta un poco para
que tenga que atraparla y devolverla al suelo.
-¡Estuviste trabajando tan duro que no tuvimos tiempo juntos! ¡Para
nada! –Inclina la cabeza y lo mira.
Las cámaras hacen erupción con clicks
y flashes.
-No los mires. –Dice. –No se supone que sepamos que están aquí.
Las amigas de Iralene—aunque no reconoce a ninguna y se pregunta
si fueron asignadas al trabajo—arrullan y dicen aww como si miraran gatitos. Perdiz lo odia. -¿Tienen que hacer
esos sonidos?
-¡Estamos completamente solos ahora! ¡Por fin! Caminemos hacia la
hamaca de madera cerca del enrejado.
-Bueno.
Se toman de las manos y caminan. -¿Cómo estás? ¡Cuéntame todo de
lo que me perdí!
-La Sra. Hollenback trató de suicidarse tomando píldoras. Están estos
bebés prematuros… no puedo hablar sobre ellos. Han estado torturando gente. Glassings
entre ellos. Parecía casi muerto. Golpeé a Arvin Weed.
-¡Para! –Dice repentinamente, roja de enojo. -¡Sólo, detente!
-Tú preguntaste.
Llegaron a la hamaca. Ella se vuelve a poner los tacos, lo que es
tan inexplicable como el por qué se los sacó. Se sienta en el columpio y se
congela, mirándolo y sonriendo amorosamente.
Él no puede devolverle la sonrisa. Se siente enfermo. Mira de
nuevo a los dormitorios. El ala de los novatos está toda iluminada. Aunque los
otros pisos están oscuros y en silencio ¿Fueron los tres años superiores a uno
de esos deprimentes viajes de campo al zoológico? Extraña todo eso de pronto.
Quiere volver a ser un niño. Le gustaría no saber nada ¿Es acaso eso malo?
-¡Empújame! ¡Empújame! -Dice Iralene, sonando más como una pequeña
Julby Hollenback que como ella misma.
Sus amigas gritan. -¡Sí, sí! ¡Empújala!
Mimi los observa con disgusto.
Se siente tan profundamente manipulado que, por un segundo, no
puede moverse. Se niega a hacer lo que le dicen.
Pero ya está aquí. Firmó. No más sangre en tus manos, escucha susurrar a Lyda. Se recuerda que no está pasando por
este pequeño cuento de hadas para el séquito de Iralene. Lo hace para salvar
vidas.
Se para detrás de Iralene, agarra las cuerdas encima de su cabeza,
empuja el columpio hacia atrás y lo suelta. Un par de empujones más tarde, ella
está realmente planeando, y ahora entiende el vestido. Fue hecho para ondear
perfectamente sobre sus piernas al balancearse en una hamaca de madera.
-¿No estás feliz? –Le pregunta, y por esto probablemente se
refiera a: Sonríe ¿sí? ¡Al menos trata de sonreír!
Fuerza una sonrisa. Es doloroso—peor, quizás, porque Beckley está
allí. Las mujeres jóvenes aplauden levemente.
-¡Háblame de algo! –Dice Iralene. –Algo placentero.
Perdiz no puede pensar en nada placentero exceptuando a Lyda. La extraña.
Desea estar aquí con ella. Pero se fuerza a entablar una vaga conversación. Si
dice lo correcto, tal vez termine más rápido. –Me pregunto a dónde llevaron a
los chicos de la academia. Los novatos están aquí, pero eso es todo.
-Oh, ¿Quién sabe? -Dice Iralene. –¡Estoy segura de que es
educacional!
-Cierto. –Dice perdiz, pero mira a Beckley, que está dado vuelta ¿Por
qué?-Beckley, ¿Sabes dónde están los chicos más grandes?
No obtiene una respuesta.
-¡Beckley! ¿Qué pasa?
-¡Un ave! -Grita Iralene entonces ¿Está tratando de distraerlo? -¡Un
ave real y viva! –Apunta a las ramas del árbol.
Perdiz mira hacia arriba. Tiene razón. Es un pájaro real. A veces
se escapan del aviario. Incluso tratan de hacer nidos en los árboles. Pero, sin
nada de comer, mueren rápido.
-¡Es tan hermosa! ¡Atrápala por mí, Perdiz! ¡Atrápala!
-La gente caza mariposas, Iralene. No aves.
-¡Pero tú puedes! ¡Por mí!
-No, de hecho no puedo capturar pájaros. –Se aleja caminando de
las hamacas hasta Beckley. –Dime qué está pasando con los chicos mayores en la
academia.
Beckley no lo mira. –No me es permitido.
-¿Debo hacerlo en forma de orden?
Beckley asiente. –Sip, debes que hacerlo.
-Dime, diablos, es una orden.
-Sólo lo oí por casualidad, no sé si es o no verdad.
-¿Qué?
-Foresteed está atacando. Se llevó a todos los chico de dieciséis para
arriba y comenzó con una codificación masiva. Algunos ya están fuera, uniéndose
a las Fuerzas Especiales en el exterior. Otros están siendo equipados.
-¿A quién está atacando?
-Miserables.
Perdiz siente que la cabeza podría explotarle. Se presiona el talón
de la mano contra la frente.
-¿Por qué? Por el amor de Dios…
Beckley se encoge de hombros. –Una aeronave fue robada, y tuvo que
neutralizar la situación antes de que una amenaza seria pudiera ser… -La nave
que Pressia, Bradwell e Il Capitano y Helmud robaron ¡Pero aun así el ataque sigue
sin tener sentido! Cruzaron el Atlántico. Weed le dijo que a Foresteed no le
importaban Pressia y la aeronave.
-¡No puede atacar! ¡No tiene la autoridad!
-Dirige la milicia, y dado que has estado angustiado…
-¡No estoy angustiado! Demonios ¿Piensas que quiero estar en funerales
y sesiones de fotos? –Piensa en Pressia, Bradwell e Il Capitano y Helmud. No
pueden volver ante un ataque de la Cúpula. Los necesita—en una pieza, vivos.
-Llama por radio. Quiero una reunión con Foresteed tan pronto como
sea posible.
-¡Perdiz! –Lo llama Iralene. –Necesito otro empujón. –La hamaca
está quieta. Su vestido, ya sin volar a causa del viento, parece una flor
marchita.
-Sacaron suficientes fotos. Tengo que irme, Iralene. Perdón. –Se
aleja rápidamente. Beckley está a su lado.
Iralene lo llama. -¡No, Perdiz! ¡El ave! ¡Ven y atrápalo por mí! ¡Es
un periquito!
¿Fue el perico plantado allí? ¿Alguien realmente espera que lo
atrape para ella y se lo dé como regalo?
-Va a morir aquí afuera. –Dice Perdiz. –Necesita ser llevado
devuelta al aviario.
Iralene grita. -¡Oh, no!
Mira hacia atrás y ve al pájaro volando hacia lo que tendría que ser
el cielo.