sábado, 12 de julio de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 17: Humo Fresco; 18: Llanto; y 19: Periquito - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

PRESSIA
HUMO FRESCO
Pressia tiene medio cuerpo fuera de la aeronave. Va a bajarle a Fignan a Hastings, quien se lo dará a Fandra. Tendrán que arrastrar a Hastings hacia arriba y dentro de la nave. El viento mete le mete a Pressia el pelo en la boca y ojos y hace que le golpee las mejillas. Sostiene a Fignan con fuerza y se inclina aún más hacia Hastings, confiando en el agarre de Bradwell sobre su cintura, familiar y, aun así, desconocido. Sus alas crujen, golpeadas por la corriente.
-Está bien. –La reconforta Bradwell. –Te tengo. Lo hago.
Fignan hace sonar la música temática de Crazy John-Johns que ya causó que un par de Terrones empiecen a retroceder. Pero todavía algunos siguen golpeando la base de la montaña rusa arruinada. Hastings tiene sus brazos estirados en lo alto, y Fandra está agachada a su lado, haciendo una mueca cada vez que los Terrones hacen tambalear el juego.
-¡Más lento! ¡Dile que vaya más lento! –Le grita por sobre el viento Pressia a Bradwell. Se siente bien gritarle después de la discusión y toda la distancia entre ellos.
-¡Hace lo que puede! –Le responde Bradwell. Ella conoce su rostro tan bien—las largas cicatrices en sus cejas, sus pestañas—que puede imaginarse qué cara está poniendo ahora, su mueca al sostenerla, el ceño fruncido por el esfuerzo. Está tan cerca que puede ver las arrugas en los nudillos de Hastings, la fina arena volando por sus cachetes, el brillo de las armas en sus brazos. Repentinamente, el viento levanta la punta delantera de la nave. Es como si Hastings estuviera cayendo bajo suyo. Quiere tirarle a Fignan a Fandra, esperando que lo agarre, pero no puede arriesgarse.
-¡Fallamos! –Grita.
El aumento en el zumbido significa que Il Capitano lo sabe y está subiendo para girar y volver a intentar.
Estuvieron tan cerca.
Bradwell la empuja dentro de la cabina y se sientan respirando con pesadez.
-Tal vez pueda volver a acercarse de cara al viento. –Dice Bradwell sin mirarla. –Casi lo tiene.
-Estuvimos realmente cerca. –Dice Pressia. Y mientras se escucha decirle estas palabras a Bradwell, quiere hacerlo refiriéndose a ellos. Estaban tan cerca. Estaban enamorados. Ahora esto: el largo silencio, la tensión, la decepción. Quiere devuelta ese hormigueo que sentía cuando él se le acercaba, no el golpe de pavor. Sentada tan cerca de Bradwell debería hacerla sentir segura de sí misma, feliz, incluso aunque esté por asomarse desde una aeronave a cientos de metros por encima del suelo.
-Lo lograremos esta vez. –Dice Bradwell.
Pressia asientes. Pero no hay esperanza para ellos dos ¿O no? Mira el parque de atracciones, la montaña rusa parecida a una rebanada de una serpiente gigante, el horizonte gris. Este ha sido el hogar de Fandra, y Pressia la va a ayudar a salvarlo. Extraña su propia casa. Tan sucia y torcida como es, casi está de vuelta, lo que le provoca un raro bienestar.
La aeronave se acerca a las manos estiradas de Hastings.
Pressia se vuelve hacia la abertura de nuevo y se inclina hacia Hastings con las fuertes manos de Bradwell en su cadera. La nave se tambalea brevemente y luego para casi por completo, lo que le permite a Pressia soltar a Fignan a tan sólo unos centímetros del agarre de Hastings.
-¡Lo tiene! –Grita.
Hastings gira rápidamente hacia Fandra, quien lo mira a través de su cabello revuelto por el viento, de la arena rasposa y del polvo y la ceniza. Sonríe. Y Hastings se gira y salta hacia una de las piernas de la aeronave. Se balancea allí por unos momentos y luego hace contacto visual con Pressia, preparándose para impulsarse hacia ella.
-Cuando cuente tres. –Dice Bradwell.
Ella asiente.
Él aprieta su agarre -Uno, dos, ¡Tres!
Hastings se suelta de la pierna de la nave y agarra la mano de Pressia. Ella empuja con todas sus fuerzas; los brazos de Bradwell se flexionan, empujándola hacia su pecho. El suelo debajo es un borrón. A ella se le llenan los pulmones con aire y los oídos con los ruidos de la máquina—abrumadores. Los ojos de Hastings están fijos con una determinación confiada, y ella siente la profundidad de su propia fuerza mientras, con Bradwell, lo empujan hacia la seguridad de la aeronave. Pressia es un conector, salvando a Hastings del cielo y después del suelo. Bradwell los arrastra hasta que están adentro del todo, cayendo hacia atrás sobre sus enormes alas, empujando a Pressia con él.
Hastings se tambalea con su prótesis repiqueteando contra el piso.
-¡Vamos, Cap! ¡Lo tenemos! –Grita Bradwell. -¡Vamos!
Hastings se endereza y se mueve velozmente hacia la puerta abierta de la cabina. Sostiene su mano en alto y luego la deja caer. Se sienta en el suelo de la nave, recostado contra la pared y apoyando su pierna buena.
Bradwell cierra la puerta con cerrojo y se sienta al borde de su silla.
Pressia se mueve rápidamente a la ventanilla. Los Terrones están retrocediendo apresurados, alejámndose de la música de Fignan, empujando sus pesados cuerpos por sobre la verja rota. Ve a Fandra. Sus miradas se encuentran. Pressia apoya su palma contra el pequeño vidrio circular. Fandra asiente y sonríe. Gesticula un: “¡Gracias!” Pressia quiere detener el tiempo, hacerle una confidencia, contarle todo, pero la nave acelera, dejándolo todo atrás. Il Capitano grita: -¿Todos bien?
-¿Bien? –Grita Helmud.
-¡Estamos todos bien! –Dice Bradwell aliviado.
-Estoy feliz de que lo lograras. –Dice Pressia girándose hacia Hastings. Ve algo de su prostético. Ella se especializó en ellos en los cuarteles de la ORS, y puede decir que las articulaciones no son muy flexibles, pero es un trabajo manual firme. La pierna baja está hecha de dos piezas de metal enganchadas. Se imagina que tenían un montón de partes de las que elegir en un parque de atracciones.
-Lo hice, sí. –Dice Hastings, todavía respirando con fuerza. –Pero no estamos bien. No todos.
Bradwell se inclina hacia delante. -¿Por qué hay más sobrevivientes en el parque ahora?
-Tuvieron que dejar la ciudad. –Dice Hastings. –Ya no era segura.
-Nunca lo fue. –Le recuerda Pressia.
-Es peor ahora. Ataques—nuevos.
-¿Qué tipo de ataques? -Pregunta Bradwell.
-De las Fuerzas Especiales, y ni siquiera tropas realmente codificadas. Los Miserables dicen que la Cúpula está mandando escuadrones de sólo niños un poco musculosos. Las fusiones de sus armas son tan nuevas que la piel se les arruga a su alrededor. –Hastings traga con fuerza. –Me preocupa qué está pasando dentro de la Cúpula.
-¡Pero Perdiz está a cargo ahora! –Dice Pressia. -¡Se supone que las cosas deberían ser mejor!
-¿Perdiz está a cargo? -Pregunta Hastings. ¿Willux…?
-Murió. -Dice Bradwell. –Esto no me gusta ¿De qué tipo de ataques estamos hablando?
-Sangrientos. –Dice Hastings. –Los niños soldados matan a aquellos en la ciudad—un baño de sangre—pero las madres entraron y los están sacando. Una matanza en ambos lados.
Pressia se siente inocentemente golpeada. Perdiz, piensa, ¿cómo es que esto está pasando? -¿Qué más? –Pregunta tomando asiento. –Dinoslo todo.
-Sólo sé lo que les dije. No lo he visto por mí mismo.
No quiere mirar a Bradwell ¿Culpará a Perdiz?
Él dice. –Queremos tirar abajo la Cúpula, Hastings.
Bradwell le explica la bacteria que les dio Bartrand Kelly. –Es nuestra ahora. –La amenaza cuelga en el aire.
Pressia se sienta y mira el techo curvado. Los motores son ruidosos, y la nave se tambalea y eleva. Mira nuevamente por la ventana. Están pasando por el terreno con rapidez—rocas, cascos oxidados de camiones, rastros de caminos, escombros corroídos. Pronto llegan a Washington DC, y pasan por la torre caída, por el edificio del Capitolio con su domo derrumbado, y lo que una vez fue la casa Blanca, reducida a pilones de piedras mohosas—todo mármol y cal. Y entonces una cebra brinca por entre el pasto alto que lleva al pantano y al bosque.  La aeronave atraviesa una colina.
Su corazón empieza a latir con más rapidez. Respira profundamente. Se están acercando y ¿qué verá? Una matanza.
Cierra los ojos. Tal vez Hastings está equivocado. Quizá hubo un error en la comunicación. Ninguna carnicería. Ha habido suficientes pérdidas.
Pero luego escucha decir a Bradwell. -Mira eso
No quiere abrir los ojos, pero lo hace. Y allí está el horizonte—embotellado con el ascenso de humo fresco. La ciudad está en llamas.
PERDIZ
LLANTO
Sale al pasillo—al brillo de los azulejos, el resplandor de las luces fluorescentes. Camina con rapidez, pasando a Beckley.
-¿Estás bien? –Le pregunta Beckley cuando lo alcanza.
No se detiene a responder.
Perdónanos. Perdónanos a todos.
Weed está allí. Toca el hombro de Beckley y dice. –Dame un minuto con él. –Weed camina hacia él y dice. -¿Qué pasa?
Perdiz sacude la cabeza y trata de aclararse la mente. –Estoy bien.
-No, no lo estás.
Perdiz camina hacia la pared y estira la mano sobre ella; está fría al tacto. –Pensé que podría cargárselo al resto al decir la verdad. Pensé que eso me hacía mejor o exento o algo. –Ve los ojos de su padre agrandándose al darse cuenta de que lo había envenenado. -Soy uno de nosotros. No. –Dice, y siente que le falta el aliento. –Soy peor.
Arvin le agarra el brazo. -¡Calla! –Dice en un susurro ronco.
-Sé ahora lo que soy. –Dice Perdiz. –No procesé las mentiras de mi padre, en lo que todos éramos cómplices, la culpa.
Arvin se le acerca más y le susurra al oído. -¡Cierra el pico! –Su cara está rígida de enojo. –¿Dejaste que te afectara? Jesús.
Perdiz se da la vuelta hacia Weed, confundido por su súbita rabia. –Acabo de darme cuenta de que soy…
-¿Quieres ir a casa? ¿Es esto demasiado para tu delicada constitución?
-Retráctate, Weed. –Pero, en realidad, Weed dio en el blanco. Perdiz no quiere ver a la próxima generación de su padre: filas de clones. Su estómago no lo soporta.
-Te llamaré un auto así puedes irte ¿Es eso lo que quieres?
-No.
-Debes querer saber. Sólo puedo llevarte a donde demandes que te lleve. –Susurra Weed. -¿Sabes lo que digo?
Perdiz no está seguro ¿Está Weed bajo el comando de alguien más—uno que sólo él puede superar? –Bien. –Dice Perdiz. –Sigamos. Llévame con los bebés.
Arvin llama a Beckley, y juntos, sin hablar, caminan por el corredor hasta un ascensor hacia otro piso.
Salen a un pasillo enfilado por guardias—uno cada quince metros. Perdiz recuerda el olor—dulce, y como de blanqueador. -¿Por qué hay tantos guardias?
Weed dice. –Este piso está reservado para casos especiales.
-¿Especiales cómo?
-¡Gente que merece una segunda oportunidad! –La voz de Weed suena forzada ¿Piensa que está siendo grabado? Para entonces y dice. -¿Quieres volver, Perdiz? Puede ser arreglado.
Perdiz se siente como si estuviera sobre un escenario. Dice lo que Weed le dijo. –Demando ver los bebés.
Weed asiente sin ninguna pista de emoción.
Caminan por el corredor con ventanas alineadas a un lado. Perdiz se acerca al vidrio y allí ve las filas de pequeñas incubadoras. Los bebés son tan chiquitos que cabrían en la palma de un hombre. Algunos duermen; otros patean. Algunas bocas están abiertas, chillando, pero las ventanas deben de ser a prueba de sonido porque no escucha nada. Dentro de las incubadoras, en la parte superior, hay pantallas mostrando rostros humanos. Las caras miran a los bebés con intensidad. Sonríen y parpadean. Sus bocas también se mueven—como si estuvieran cantando.
Una enfermera camina por entre las filas.
Perdiz toca el vidrio y está tibio. -¿Qué les va a pasar?
-Serán criados en un ambiente perfectamente adaptado donde recibirán la mejor educación, entrenamiento físico y afecto.
-¿Y padres que los amen?
Weed no responde. Mira por sobre su hombro como si alguien más estuviera con ellos. -¿Estás listo para ser escoltado fuera?
Perdiz piensa en Lyda—su bebé. Siente que se encuentra en una locomotora alejándose a toda velocidad de ellos—un compromiso, una boda… ¿Cómo va a bajarse de este tren?
Y entonces, lejos de allí, un grito hace eco por el pasillo.
-¿Qué es eso? –Dice Perdiz.
-¿Qué es qué? –Dice Arvin. –Puedo hacer que alguien te escolte fuera. –Dice nuevamente.
Perdiz lo ignora y empieza a caminar rápidamente hacia el sonido. Beckley le sigue el paso. Los guardias se ponen rígidos y se llevan las manos a las armas, pero sin sacarlas. Mientras Perdiz gira en una esquina, un guardia se estira y lo agarra del brazo. Algunos otros bloquean el corredor, lado a lado.
-Quítenle las manos de encima. –Le dice Beckley al guardia.
-¿Señor? –Uno de los otros guardias le dice a Weed. -¿Le pasamos la barra?
-Su palabra es superior a la de todos nosotros. –Dice Weed. –Si demanda seguir adelante, puede hacerlo.
Hay otro grito.
-¡Demonios! –Dice Perdiz. -¡Demando seguir avanzando!
El guardia afloja su agarre. Los otros le dejan paso.
Perdiz se gira hacia Weed. -¿Siguen torturando gente? ¿Es a lo que te referías con darles una segunda oportunidad?
-Los protocolos de tu padre siguen en su lugar. No podemos detenerlo todo ahora que estás al mando—¿Parar la Cúpula mientras chilla?
-¡Maldito seas, Weed! No más tortura.
-Los enemigos de tu padre podrían volverse tuyos.
-No me importa. Se acabó. Ciérralo ¿Sabe Foresteed sobre esto?
Weed asiente. –Vigila el día a día hasta que superes tu—hace una pausa, buscando la palabra adecuada—proceso de luto, sin mencionar la boda próxima. Estás ocupado.
-No soy un mascarón para ser enviado a casamientos y funerales, Weed. Estoy a cargo ¿Sí? ¡Estoy a cargo de todo! Dile a Foresteed que quiero otra reunión.
Adelante hay más gritos. Perdiz empieza a correr hacia ellos. Pasa por grandes cuartos vacíos con estantes llenos de Tasers y pequeñas y extrañas herramientas que no puede reconocer. Algunas de las habitaciones tienen cámaras; otras están vacías. Varias tienen jeringas alineadas en bandejas metálicas y esposas en la pared.
-Estás haciendo más cambios. –Dice Weed. -¿No sabes que estas personas no los soportan?
Perdiz se gira hacia él. -¿Quién eres, Arvin Weed? ¿Quién demonios eres? ¿Quieres que todo esto siga sucediendo? ¿Por qué? ¿Respeto?
Hay un grito gutural de un hombre—no muy lejos. Perdiz corre hacia una puerta. Está cerrada. –Abre esta puerta. Ahora.
Weed camina hacia un panel en ella. Introduce un código. Cuando la puerta se abre, grita. -¡Entrando!
Hay tres personas usando un equipo quirúrgico manchado con sangre. Esposado a la pared hay un hombre. Perdiz puede ver sus brazos ensangrentados, cubiertos por precisas incisiones. En la mesa frente a él hay un Taser, una vara de metal e instrumentos quirúrgicos.
-¡Aléjense! –Grita Perdiz.
Todos lo hacen.
Y ahora ve al hombre enteramente; su cuerpo ha sido cortado y cosido. Lo golpearon tanto que su piel está ennegrecida con moretones. Tiene el rostro tan hinchado que es casi irreconocible—casi.
El corazón de Perdiz late tan fuerte en sus oídos que lo ensordece. Se acerca y dice. –Señor….
Los ojos del hombre se abren y sí, es él. Glassings. Su profesor de Historia Mundial, quien le dio lecturas sobre el bello barbarismo.
-Perdiz. –Dice a través de sus hinchados y partidos labios.
-Profesor. –Dice Perdiz, y luego se gira y dice. –Bájenlo ¡Ahora! Quiero que lo lleven a mi apartamento. A ningún otro lado. Lo quiero cuidado las veinticuatro horas ¿Me escuchan? ¡Ahora!
-Es tu enemigo. -Dice Weed.
Perdiz cierra el puño, se vuelve y golpea al otro chico en la mandíbula con tanta fuerza que Weed se tambalea hasta la pared, de donde se desliza hasta el suelo. Arvin lo mira, sorprendido. Perdiz también lo está. Se olvida de que tiene algo de codificación en él—fuerza, velocidad, agilidad. No mucho—no como las Fuerzas especiales—pero más que Weed, a quién le realzaron el cerebro, no el cuerpo.
Perdiz encara al resto. –Consigan un doctor. –Dice. -¡Muévanse! –Camina de vuelta hacia Glassings. –Vas a estar bien. –Dice, pero el hombre había perdido la conciencia. Su cara está floja.
Ya no soporta estar en este cuarto. Mira todos los instrumentos, los rostros blancos de los restantes torturadores. Le dice a Beckley, -Asegúrate de que lo hagan bien.
Se dirige hacia la puerta, pasando a Weed, quien se frota la mandíbula.
-¿A dónde vas? –Pregunta Beckley.
-Solamente quédate. –Dice Perdiz. –Asegúrate de que lo traten con respeto. Asegúrate… -Pero ni siquiera puede terminar la oración. Mira a Weed y está seguro de que éste sonríe. Le gustaría volver a golpearlo.
Pero se gira y sale. Glassings. Lo ama. Cuando estaba seguro de que no le importaba a su padre, pensó en él como una figura paterna—y no puede soportar lo que le hicieron.
Escucha la voz de Beckley -¡Ahora, con cuidado! ¡Cuidado!—y luego empieza a correr por el pasillo. Sus nudillos suenan de dolor, pero se sintió bien golpear a Weed. No sabe a dónde va, pero sigue corriendo hasta que vuelve al banco de ventanas.
Descansa los puños y la frente contra el vidrio y mira todos los cuerpos envueltos, los pequeños capullos de sus rostros. Dice. –Voy a ser padre. –Y tiene miedo—de lo que la Sra. Hollenback se hizo a sí misma y de lo que le fue hecho a Glassings y del futuro, pero mayormente, en este momento, está asustado de la delicada piel de los infantes, sus pequeños dedos, los ojos que apenas se abren. Separa los puños del vidrio y los pone en sus bolsillos. Ya no le es permitido estar asustado.
PERDIZ
PERIQUITO
Están en los jardines de la academia, rodeados por falsos setos, falsas camas de flores, falsos cantos de aves en falsos árboles. Es invierno, pero mantienen el parque viéndose como en primavera. Perdiz odia la deshonestidad. Sigue conmovido por lo que vio en el centro médico. El brillo de este jardín—el de los brotes y cerosas hojas—sólo le recuerda la fealdad oculta bajo la superficie de las cosas en la Cúpula.
Perdiz y Beckley esperan a Iralene y a los fotógrafos que se supone que los atraparán en su cita, como si no estuviera planeado. Está inquieto. Ella llega tarde. De todas formas, no quiere estar aquí.
-Quiero ver que Glassings sea acomodado de forma correcta. Asegúrate de que tenga enfermeros viniendo de a turnos y todo lo que necesite ¿Sí?
Beckley asiente.
-Y cuando diga que acabamos aquí, acabamos. –Perdiz se siente culpable. Incluso aunque Lyda le urgió hacer esta farsa, lo siente como una traición. Pero no puede largarse ¿Qué si hay otro brote de suicidios? Sólo se tendría a sí mismo para recriminar. Y no puede aguantar más culpa. Siente como si su pecho fuera de plomo con todo esto.
Hay silencio, excepto por el canto de los pájaros. Perdiz mira al centro agujereado de una margarita y se pregunta si puede ser un pequeño parlante. No confía en nada.
Beckley dice. –No puedo creer cómo te metiste con Arvin Weed. –Sonríe anchamente.
Perdiz se frota los nudillos. –No pensé en ello. Sólo lo hice. –Mira los hombros anchos de Beckley. –Tienes algo de codificación en ti ¿o no? Apuesto a que hay un molde de momia con tu nombre  en el centro médico.
-En realidad, sólo me dieron algo leve. Nada lujoso. Sin moldes.
-¿A qué te refieres?
-Bueno, hay una forma de hacer la codificación bien con todas las protecciones incorporadas para hacerlo lo más seguro y específico posible. Y luego, por mucho menos dinero, puedes hacerlo rápido. No creo que haya sido bueno para mi salud general, pero no soy un chico de la academia ¿O no? Soy prescindible, a la larga.
Perdiz recuerda a Wilda—una nena de sólo nueve años—hecha Pura dentro de la Cúpula, y cómo empezó a desmoronarse tan rápido porque todo era tan potente y ella tan joven ¿Qué le pasará a Beckley dentro de diez años? ¿Cinco? Perdiz se para y mira al dormitorio de chicos. –No pienso que eres prescindible. Para nada. –Mira a Beckley, quien asiente secamente y mira hacia otro lado.
Y entonces oye la voz de Iralene, aguda, dando algún tipo de instrucciones. Se vuelve y allí está ella, usando un vestido amarillo canario flotando sobre sus piernas sedosamente. Es de corte bajo y parece un traje para la tarde. Perdiz no se vistió elegante. Ella está rodeada por un pequeño grupo de jóvenes mujeres con sonrisas arregladas. Su madre, Mimi, está con ella, con apariencia fría y enojada. Media docena de fotógrafos marchan detrás de ellas con sus cámaras apuntándole a él como si fuesen armas.
-Hey, Iralene. –Dice Perdiz. -¿Lista? –Quiere ponerse en marcha.
La boca de ella forma una O perfecta de sorpresa. Sonríe y luego, extrañamente, se quita sus tacos amarillo canario, enganchándoselos en los dedos, y corre hacia él. Abre los brazos y, si él no lo hace también, va a atropellarlo. Así que debe abrirlos, y cuando lo hace, ella salta un poco para que tenga que atraparla y devolverla al suelo.
-¡Estuviste trabajando tan duro que no tuvimos tiempo juntos! ¡Para nada! –Inclina la cabeza y lo mira.
Las cámaras hacen erupción con clicks y flashes.
-No los mires. –Dice. –No se supone que sepamos que están aquí.
Las amigas de Iralene—aunque no reconoce a ninguna y se pregunta si fueron asignadas al trabajo—arrullan y dicen aww como si miraran gatitos. Perdiz lo odia. -¿Tienen que hacer esos sonidos?
-¡Estamos completamente solos ahora! ¡Por fin! Caminemos hacia la hamaca de madera cerca del enrejado.
-Bueno.
Se toman de las manos y caminan. -¿Cómo estás? ¡Cuéntame todo de lo que me perdí!
-La Sra. Hollenback trató de suicidarse tomando píldoras. Están estos bebés prematuros… no puedo hablar sobre ellos. Han estado torturando gente. Glassings entre ellos. Parecía casi muerto. Golpeé a Arvin Weed.
-¡Para! –Dice repentinamente, roja de enojo. -¡Sólo, detente!
-Tú preguntaste.
Llegaron a la hamaca. Ella se vuelve a poner los tacos, lo que es tan inexplicable como el por qué se los sacó. Se sienta en el columpio y se congela, mirándolo y sonriendo amorosamente.
Él no puede devolverle la sonrisa. Se siente enfermo. Mira de nuevo a los dormitorios. El ala de los novatos está toda iluminada. Aunque los otros pisos están oscuros y en silencio ¿Fueron los tres años superiores a uno de esos deprimentes viajes de campo al zoológico? Extraña todo eso de pronto. Quiere volver a ser un niño. Le gustaría no saber nada ¿Es acaso eso malo?
-¡Empújame! ¡Empújame! -Dice Iralene, sonando más como una pequeña Julby Hollenback que como ella misma.
Sus amigas gritan. -¡Sí, sí! ¡Empújala!
Mimi los observa con disgusto.
Se siente tan profundamente manipulado que, por un segundo, no puede moverse. Se niega a hacer lo que le dicen.
Pero ya está aquí. Firmó. No más sangre en tus manos, escucha susurrar a Lyda. Se recuerda que no está pasando por este pequeño cuento de hadas para el séquito de Iralene. Lo hace para salvar vidas.
Se para detrás de Iralene, agarra las cuerdas encima de su cabeza, empuja el columpio hacia atrás y lo suelta. Un par de empujones más tarde, ella está realmente planeando, y ahora entiende el vestido. Fue hecho para ondear perfectamente sobre sus piernas al balancearse en una hamaca de madera.
-¿No estás feliz? –Le pregunta, y por esto probablemente se refiera a: Sonríe ¿sí? ¡Al menos trata de sonreír!
Fuerza una sonrisa. Es doloroso—peor, quizás, porque Beckley está allí. Las mujeres jóvenes aplauden levemente.
-¡Háblame de algo! –Dice Iralene. –Algo placentero.
Perdiz no puede pensar en nada placentero exceptuando a Lyda. La extraña. Desea estar aquí con ella. Pero se fuerza a entablar una vaga conversación. Si dice lo correcto, tal vez termine más rápido. –Me pregunto a dónde llevaron a los chicos de la academia. Los novatos están aquí, pero eso es todo.
-Oh, ¿Quién sabe? -Dice Iralene. –¡Estoy segura de que es educacional!
-Cierto. –Dice perdiz, pero mira a Beckley, que está dado vuelta ¿Por qué?-Beckley, ¿Sabes dónde están los chicos más grandes?
No obtiene una respuesta.
-¡Beckley! ¿Qué pasa?
-¡Un ave! -Grita Iralene entonces ¿Está tratando de distraerlo? -¡Un ave real y viva! –Apunta a las ramas del árbol.
Perdiz mira hacia arriba. Tiene razón. Es un pájaro real. A veces se escapan del aviario. Incluso tratan de hacer nidos en los árboles. Pero, sin nada de comer, mueren rápido.
-¡Es tan hermosa! ¡Atrápala por mí, Perdiz! ¡Atrápala!
-La gente caza mariposas, Iralene. No aves.
-¡Pero tú puedes! ¡Por mí!
-No, de hecho no puedo capturar pájaros. –Se aleja caminando de las hamacas hasta Beckley. –Dime qué está pasando con los chicos mayores en la academia.
Beckley no lo mira. –No me es permitido.
-¿Debo hacerlo en forma de orden?
Beckley asiente. –Sip, debes que hacerlo.
-Dime, diablos, es una orden.
-Sólo lo oí por casualidad, no sé si es o no verdad.
-¿Qué?
-Foresteed está atacando. Se llevó a todos los chico de dieciséis para arriba y comenzó con una codificación masiva. Algunos ya están fuera, uniéndose a las Fuerzas Especiales en el exterior. Otros están siendo equipados.
-¿A quién está atacando?
-Miserables.
Perdiz siente que la cabeza podría explotarle. Se presiona el talón de la mano contra la frente.
-¿Por qué? Por el amor de Dios…
Beckley se encoge de hombros. –Una aeronave fue robada, y tuvo que neutralizar la situación antes de que una amenaza seria pudiera ser… -La nave que Pressia, Bradwell e Il Capitano y Helmud robaron ¡Pero aun así el ataque sigue sin tener sentido! Cruzaron el Atlántico. Weed le dijo que a Foresteed no le importaban Pressia y la aeronave.
-¡No puede atacar! ¡No tiene la autoridad!
-Dirige la milicia, y dado que has estado angustiado…
-¡No estoy angustiado! Demonios ¿Piensas que quiero estar en funerales y sesiones de fotos? –Piensa en Pressia, Bradwell e Il Capitano y Helmud. No pueden volver ante un ataque de la Cúpula. Los necesita—en una pieza, vivos.
-Llama por radio. Quiero una reunión con Foresteed tan pronto como sea posible.
-¡Perdiz! –Lo llama Iralene. –Necesito otro empujón. –La hamaca está quieta. Su vestido, ya sin volar a causa del viento, parece una flor marchita.
-Sacaron suficientes fotos. Tengo que irme, Iralene. Perdón. –Se aleja rápidamente. Beckley está a su lado.
Iralene lo llama. -¡No, Perdiz! ¡El ave! ¡Ven y atrápalo por mí! ¡Es un periquito!
¿Fue el perico plantado allí? ¿Alguien realmente espera que lo atrape para ella y se lo dé como regalo?
-Va a morir aquí afuera. –Dice Perdiz. –Necesita ser llevado devuelta al aviario.
Iralene grita. -¡Oh, no!

Mira hacia atrás y ve al pájaro volando hacia lo que tendría que ser el cielo.

lunes, 7 de julio de 2014

Arder/Quemar - Capítulo 16: Carbón - TRADUCIDO - Julianna Baggott

PERDIZ
CARBÓN
Arvin Weed lleva a Perdiz y Beckley a través de un ala del centro médico. Arvin le está explicando que la Sra. Hollenback coparte un cuarto que se suponía que era simple. –Nada que pudimos hacer en el momento. Por supuesto, los otros dos pacientes han sido movidos temporalmente—para darles privacidad. Ha sido una casa de locos. –Le dice Weed. –Llegó un punto donde teníamos camas alineadas en el corredor.
Esto hace que el pecho de Perdiz se contraiga. Le gustaría que sea su padre muerto el que siga cargando con la culpa, pero ¿Por cuánto tiempo lo podrá mantener? Racionalizando—eso es como Weed lo llamó, y tenía razón.
Pasan al lado de sólo un par del personal médico, hablando por sobre una pila de historiales. Todas las puertas por las que pasan están cerradas. Se siente culpable de haber pensado que Foresteed exageraba con la epidemia de suicidios. Tal vez Perdiz sólo quería una razón para no creerlo y aceptar la culpa.
-¿Sabe la Sra. Hollenback que vengo? –Pregunta Perdiz.
-Pedí tenerla vitalizada para la visita. Le pregunté a muchos de los empleados si está lista. –Dice Arvin. –Pensaron que, en realidad, le haría bien. Te amó como a su propio hijo, ya sabes.
Perdiz sabe que lo aceptó en su hogar y fue amable con él, pero siempre se sintió una carga en algún punto. –Fue buena conmigo. –Dice.
Llegan a la puerta de la Sra. Hollenback. Su nombre está en un marco adherido a la pared: HOLLENBACK, HELENIA. MUJER. EDAD 35.
¿Sólo treinta y cinco? Siempre había parecido mayor.
Weed se aleja unos metros de la puerta. Es raro para Perdiz qué tan crecido está Arvin—un doctor, un científico, un genio. Weed lo odia desde hace rato—eso es lo que Perdiz descubrió de su acalorada conversación. Aun así, no puede evitar impresionarse; ya parece un adulto y Perdiz siente que él sólo lo finge.
-Tus padres deben de estar orgullosos de ti. –Dice Perdiz, tal vez para entretenerse—le asusta la condición en la que podría encontrar a la Sra.
Hollenback. -¿Cómo están? –Puede no estar seguro de qué lado está Arvin, pero sus padres estaban, ambos, en la lista de su madre—Cygnus, los tipos buenos.
-En realidad, se resfriaron.
-¿Resfríos? Nada serio, espero.
-Nada serio. –Dice Arvin y palmea a Perdiz en el hombro. –Buena suerte allí dentro.
-Haré guardia. –Dice Beckley.
Perdiz asiente, toma un respiro y golpea.
-Tendrás que abrir la puerta. –Dice Weed. –Su voz no es lo suficientemente fuerte como para decirte que pases. Estaré en la estación de enfermeros.
-Espera. –Dice Perdiz. -¿Me vas a decir cómo trató de hacerlo?
Weed sacude la cabeza. –Ella te lo dirá si quiere hacerlo.
Perdiz pone la mano en la manija, la gira lentamente, y entra al cuarto. Es blanco y está limpio y brillantemente iluminado. Camina pasando dos camas vacías. Las de los pacientes mudados para la visita de Perdiz tienen correas colgando sueltas en sus marcos, lo que le da un escalofrío.
Escucha la voz de la Sra. Hollenback, un susurro ronco. -¿Eres tú?
Camina hacia la cortina que rodea su cama, estira el brazo—y piensa en su propia madre, la difusa memoria de un cuarto pequeño donde él y Pressia la encontraron nuevamente, la cápsula cubierta de vidrio, su rostro sereno, sus ojos abriéndose… corre la cortina y dice. –Sí. Soy yo.
Está delgada y pálida. Tiene los ojos vacíos. Lleva puesto un traje de hospital demasiado grande para ella y se abre tanto en el cuello que lo sostiene con una mano, como si rogara lealtad. Pero la parte más inquietante de su aspecto es su boca. Está ennegrecida—sus labios se ven cenicientos cuando sonríe, incluso sus dientes son oscuros, como si hubiera mordido un pedazo de carbón, como si su boca fuera un pozo oscuro.
Ella estira su mano.
Perdiz se le acerca rápidamente y la toma. Se siente fría y huesuda, como la de un niño en invierno.
Dice, -Oh, Perdiz. –Su voz es áspera.
No está seguro de si lo dijo con ternura o con un toque amonestador. Ha sido una madre amable con él. En los últimos años, ella fue quien le puso los regalos de navidad debajo del árbol, quien le dio una cama calentita y lo alimentó de sus raciones de comida de los domingos. Julby y Jarv lo trataban como a su hermano mayor. -¿Cómo estás? –Pregunta.
-Bien. –Dice. –Viva, ¿No es cierto? –Su cara se tensa en una dolorosa sonrisa.
–Cuando te mejores, tendremos una cena juntos. Tu familia, yo e Iralene. –Dice queriendo hacer lo que sea para mejorar las cosas. -¡Te debo tantas cenas!
Ella sacude la cabeza. -Oh, Perdiz.
-Eres como de mi familia. –Dice él.
Ella gira la cabeza hacia la almohada. -¿Qué sabemos sobre familia aquí? –Susurra.
-Tú me enseñaste sobre familia. –Dice. –Y Jarv está en casa, ¿O no? ¿No quieres ir a casa con Julby y Jarv?
-Jarv. –Cierra su puño sobre su bata de hospital, torciéndolo con fuerza, y cierra los ojos. -¿No sabes por qué no está bien? ¿No lo sabes?
-No. –Dice Perdiz suavemente.
-Viene de mí. –Dice ella, abriendo los ojos y volviéndose hacia él. –Estoy mal por dentro. Enferma. Si me abrieras con un corte, Perdiz, no habría nada más que putrefacción ¿Entiendes? He estado muriendo desde que entré a la Cúpula. Pudriéndome desde el interior.
-Eso no es verdad. Eres tan buena madre y maestra. Todo el mundo te ama.
Ella sacude la cabeza. –No me conocen.
-Yo lo hago. –Dice Perdiz. –Te conozco y te amo.
-¿Sabes qué hice para estar en esta cama de hospital?
No está seguro de querer saberlo. –Es personal. No tienes que decírmelo si no quieres.
-Tomé todas las píldoras. Las de Jarv, las de mi dolor de cabeza, las de la espalda de Ilvander, incluso las que son para calmar a Julby cuando entra en uno de sus ataques. Las tomé todas. Quería morir. Necesitaba morir. Pero no me dejaron. Comprimieron mi estómago y me dieron tablas de carboncillo y trataron de limpiarme. No hay manera de limpiarme—no realmente. No, nunca.
-Sra. Hollenback. –Dice Perdiz. –No…
Ella se estira y le agarra la manga. –Dijiste la verdad. –Dice. –Me despertó.
No quiere empezar a llorar, pero puede sentir su pecho comprimiéndose por la culpa. –No quise decir lo que dije. No de la forma en la que lo escuchaste. No quería decirlo, Sra. Hollenback. Si hubiera sabido que alguien hubiera hecho esto, no habría…
-¿Sabes a quién dejé morir allí, afuera de la Cúpula? Mi padre era amigo con alguien que tenía lugares reservados para él, su esposa y sus dos hijas. Aunque una de ellas era revolucionaria. Le dijo que se negaba a ir. Escuché a mi padre y su padre hablando. Él dijo: ‘Si sale repentinamente mal, nos llevaremos a una de tus niñas con nosotros. Ella tomará el lugar de la nuestra. Desearía poder ofrecer más.’ Tenía dos hermanas ¿A cuál elegirían mis padres? Tenía una ventaja. Era la única que sabía que competíamos. No quería soltar que lo sabía y, en su lugar, Ilvander, que ya tenía un lugar, hizo un plan conmigo. Les dije a mis padres que estaba embarazada. Sabía que esto nunca se expondría como una forma de ser elegida. Había tanta vergüenza en ello y, aun así, también sabía que mis padres elegirían mandarme si estaba embarazada, con un niño dentro de mí. Y entonces todo sucedió más rápido de lo que nadie esperó. Fui traída dentro. Mis hermanas no. Se quedaron atrás con mis padres y seguramente murieron. Tú lo dijiste—somos todos cómplices. Yo también soy una asesina, Perdiz, como tu padre. Los dejé morir. Debería haber perecido con ellos.
La historia sorprende a Perdiz. Sólo es capaz de murmurar. –No digas eso. El suicidio nunca es la respuesta.
-Esto no fue un suicidio. Fue una muerte en deuda desde hace mucho tiempo.
Está entrando en pánico ¿Cómo pude corregirlo? –Mi boda es algo que esperar con ansias. Quiero que estés allí—toda tu familia—en la fila delantera.
-Dijiste la verdad.
-¿Qué pasa si estaba mintiendo?
-No lo estabas.
-Qué si te dijera… -Y por unos pocos segundos, deja de respirar ¿Puede decirle la verdad? ¿Puede ahorrarle un poco de culpa? –Yo también soy un asesino.
-Eras demasiado joven. No entendías lo que sucedía—no como nosotros. No.
-No lo entiendes. –Dice. –Lo maté. Soy un asesino.
La Sra. Hollenback busca su rostro. -¿Lo mataste? –Dice, pero él está seguro de que sabe de qué está hablando.
-Debía detener a mi padre. –Ahora que dijo estas palabras en voz alta, quiere contarle todo. –No tuve opción. Planeaba…
Con una mano, ella presiona sus dedos contra su boca, y la otra se toca sus propios labios ennegrecidos. Sus ojos tiemblan con lágrimas. Sacude la cabeza y deja que su mano caiga sobre la cama. Mira al techo.
-Perdónanos. –Susurra ella. –Perdónanos a todos.


domingo, 6 de julio de 2014

Arder/Quemar - Capítulo 15: Crazy John-Johns - TRADUCIDO - Julianna Baggott

IL CAPITANO
CRAZY JOHN-JOHNS
Il Capitano está sentado en el asiento del piloto, reclinado hacia adelante a causa de Helmud en su espalda. Fignan está en el lugar del copiloto, proyectando mapas brillantes del territorio que los rodea. Il Capitano escanea el horizonte en busca del parque de diversiones Crazy John-Johns. Desea no tener que volver; casi mueren allí.
En su cabeza, todavía puede ver a Helmud por sobre su hombro, apuñalando cada ojo de Terrón que parpadeaba en la tierra, la gran corpulencia de los que se empujaban fuera de la suciedad, y la pierna de Hastings siendo mordida por una trampa de dientes, cómo la desgarró para librarse—con su pierna a la mitad. Y su auto—amaba ese maldito auto; se quedó atascado allí fuera también.
¿Hastings? ¿Sobrevivió la cirugía de su pierna? Muchas cosas podrían haber ido mal—un cirujano torpe cortando accidentalmente una arteria principal, pérdida de sangre, falta de higiene causando una infección.
¿Qué pasa si está muerto?
Mierda.
El paisaje sigue sucio y estéril. La última vez aterrizó estrellándose. Le gustaría hacerlo bien, pero ya está distraído. Piensa sobre lo que le dijo Pressia—que un día, podría ser posible para él y Helmud separarse el uno del otro. El vial tiene propiedades de crecimiento celular. Podría ser usado en Helmud desde donde sus costillas se unen un poco con las de Il Capitano y donde sus piernas se unen a su hermano. Imagina un procedimiento en el cual Helmud vuelve a crecer pedazo a pedazo como es, despacio, cirugía tras cirugía, separado ¿Podría ser posible?
Helmud ha sido parte de Il Capitano por tanto tiempo ¿Cómo se sentiría volver a estar solo? Se dice a sí mismo que endemoniadamente bien. Quiere ser ese hombre—su propio hombre. Pero le duele el pecho cada vez que piensa en ello, como si el corazón de Helmud—que cabalga siempre justo detrás del suyo—sintiera la traición y aplicara una aguda presión, corazón a corazón.
Si funcionara, le permitiría a Pressia verlo como una persona real, un hombre que se mantiene solo—¿Alguien de quién enamorarse?
Ella y Bradwell volvieron a sus asientos. Il Capitano desea poder sentir una pizca de esperanza de que nunca vuelvan a juntarse. Pero también sabe que no tiene oportunidad con Pressia—con o sin Bradwell.
Ella obtuvo lo que quería—el vial y la fórmula—e Il Capitano tiene la bacteria. Antes, en el cuarto, le pidió a una de las guardianas cinta resistente, y adhirió la caja que sostenía a la bacteria, plana y cuadrada, detrás de su espalda—justo frente al pecho de Helmud. Dice. –Revísala, Helmud.
Y puede sentir los dedos de su hermano contra la caja. -¡Revisada! –Dice.
Il Capitano no tiene sus pistolas, pero está más armado de lo que jamás lo había estado en su vida.
Crazy John-Johns empieza a tomar forma a través de la ceniza. Mientras deja que los buckies tomen aire, la aeronave baja. Puede ver el cuello alargado de una de las montañas rusas sobresaliendo por las nubes negras y la calesita inclinada, pero la ceniza es tan espesa para ver la agrietada cabeza gigante del mismo Crazy John-Johns—su rostro de payaso con permanente sonrisa, nariz abultada y cabeza pelada. El polvo en el suelo es demasiado denso.
-¡Algo anda mal! –Le grita a Pressia y Bradwell.
-Algo. –Susurra Helmud.
Fignan emite una serie de nerviosos pitidos.
-¿Qué pasa? –Le dice Pressia.
Pasa el parque de diversiones y empieza a darle la vuelta. Una gran cerca rodea el lugar, pero la tierra a su alrededor se levanta mientras los Terrones hacen un túnel, saliendo del suelo. Algunos arremeten contra la verja mientras otros le clavan las garras. -¡Los Terrones se están sublevando!
Los sobrevivientes defienden el parque con beebees y dardos. La debilidad de los Terrones es en los ojos—el punto donde son más humanos. Al ser golpeados allí, se tambalean y caen, y los otros Terrones los devoran rápidamente. –No pueden matarlos lo suficientemente rápido. Hay demasiados ¡Centenares!
Il Capitano no ve a Hastings. Empieza a sentir un nudo en el estómago. Pressia lo convenció de que lo necesitan. Es de adentro de la Cúpula—una de sus propias creaciones, la elite de Fuerzas Especiales. Pero, por supuesto, fue depurado y, por lo tanto, comprometido, pero podía clamar que todo eso fue hecho contra su voluntad. Puede volver a la Cúpula como un mensajero asediado. También es un viejo amigo de Perdiz. Tomará a Hastings de vuelta ¿o no?
-¡Veo a Fandra! -Grita Pressia.
-¡Y a Hastings! -Responde Bradwell.
Allí están—trepando por los ríeles de la montaña rusa, usándolos como escalera. Hastings se encuentra encorvado y pálido, pero todavía alto y musculoso. Lleva puesta alguna clase de prótesis oculta por la pierna del pantalón, excepto por una cuña de metal—que es ahora su pie. Con armas incrustadas en sus brazos, se detiene—azotado por el viento, enganchando su brazo al juego—y dispara a los Terrones. Tiene buena puntería y derriba a un par. Sus cuerpos giran y caen. Pero hay demasiados.
Fandra trepa detrás de él. Su cabello es tan brillante como una bandera dorada. Lo tiene recogido, pero pequeños mechones todavía se mecen en su cara.
-No puedes aterrizar. –Dice Bradwell. –¡No con todos los Terrones, para que vengan a por nosotros! –Tiene razón. Hastings y Fandra están trepando hacia ellos.
-¿Quieren sacar a todos por aire? –Grita Il Capitano.
-¡Son demasiados ahora! –Grita Bradwell.
A través de la ceniza y del polvo, Il Capitano ve cuerpos corriendo a toda velocidad por el parque de diversiones.
Bradwell tiene razón. Hay más sobrevivientes que la última vez que estuvieron aquí. Fignan había extendido las piernas y trata de juntar información. Declara una cuenta aproximada—setenta y dos—en un radio de hombre-a-mujer, de edades parecidas.
-¡No ahora, Fignan! –Dice Il Capitano.
-¡No ahora! –Grita Helmud.
Significa que más gente arriesgó sus vidas para salir de la ciudad—una mala señal. Algo pasó allí. ¿Ahora qué? Piensa Il Capitano ¿Ahora qué? Se siente enfermo, con una torcedura familiar de temor en su pecho.
-¡Necesitamos a Hastings! –Grita Il Capitano.
-¿Por qué atacan? –Dice Pressia. –La música era un freno ¿Dónde está la música?
-No puedo escucharla por sobre el motor. -Dice Il Capitano. La música mantenía a los Terrones a raya. Eran sólo las estúpidas notas tintineantes de los temas de los parques de atracciones. Dinky dinks y diddly dinks… Pero los sobrevivientes la usaban como barrera, reproduciéndola en viejos altavoces antes de abrir fuego. Los Terrones habían llegado a temerle.
-No podemos oír la música. –Dice Bradwell. –Estamos encerrados aquí.
Il Capitano toca el botón y el sello de una pequeña ventana lateral se rompe y el vidrio se baja unos centímetros. Escucha movimiento, probablemente Pressia y Bradwell corriendo hacia la ventana abierta.
Al principio sólo se oye el viento. Pero después escuchan un grito. Luego otro. –No hay música. –Dice ella.
-Sin música… -Grita Il Capitano, y después susurra lo que todos saben. –Morirán.
Sobrevuela Crazy John-Johns, esta vez tan bajo que puede ver las caras retorcidas y derretidas de los caballos en la calesita. Y ahora puede distinguir algunos Terrones arremetiendo sus pesados cuerpos contra las cadenas, golpeando entre el beebee de las pistolas, pequeñas nubes de polvo esparciéndose de sus pechos y hombros. Una docena se inclinan sobre la verja, que se dobla bajo su peso.
Y entonces la cerca cede, saltando de sus postes y enrollándose sobre sí misma. Los Terrones la pasan a gatas hasta dentro del parque.
Los sobrevivientes comienzan a gritar y correr de un lado al otro.
-¡Dios santo! –Dice Il Capitano.
-¡Dios! -Grita Helmud.
Escucha a Pressia gritando. -¿Qué demonios estás haciendo?
Bradwell corre hacia el puente de mando. –Están dentro. –Dice.
-Lo sé. –Dice Il Capitano.
-¡Dios! –Dice Helmud.
-Debemos acercarnos a la montaña rusa. –Dice Bradwell. –Y necesitamos hacer entrar a Hastings.
-Y a Fandra. –Dice Il Capitano.
Pressia también camina hacia la cabina de mando. –No vendrá con nosotros. No dejará al resto. La conozco. Está trepando por un motivo, pero no para escapar.
Bradwell mira afuera por el parabrisas. –Mejor que se apuren.
-Voy a acercarme tanto como pueda. –Dice Il Capitano.
-Cerca. –Dice Helmud.
Il Capitano deja entrar más aire a las buckies. La aeronave se inclina momentáneamente hacia un lado—Pressia y Bradwell se tambalean hasta agarrarse de las paredes. El viento es fuerte, viniendo del oeste. Da un giro hacia él. –Si bajo las puntas de aterrizaje, puede agarrarse a ellas.
Hastings alcanzó la punta de la montaña rusa; con Fandra detrás. Ambos se sostienen con fuerza. El viento con ceniza se enrosca a su alrededor.
-En este viento. –Murmura Il Capitano. –Va a ser más difícil  hacerlo bien.
-Puedes hacerlo, Cap. –Dice Bradwell.
-La estrellé la última vez ¡La estrellé! -¡Jesús! Chocó. Podrían haber muerto. Recuerda el suelo acercándose desde debajo. Se había cubierto para el aterrizaje y las cosas se pusieron negras.
-Bradwell tiene razón. -Dice Pressia. –Puedes hacerlo. Lo sabemos.
-Lo sabemos. –Dice Helmud.
Il Capitano aprieta su agarre en el volante y se inclina hacia delante. Da otro giro. Los Terrones deambulan por el parque. Un par están encorvados sobre un cuerpo—¿Un sobreviviente? ¿Otro Terrón? Se están dando un festín.
Arriba, Hastings y Fandra esperan en la punta de la montaña rusa, con sus ropas ondeando. Y entonces se tambalean. Se miran mutuamente y luego hacia abajo.
-¿Qué pasa? –Dice Pressia.
-Los Terrones. –Dice Bradwell.
Il Capitano ve que se han reunido en la base del juego. Lo están golpeando con los hombros.
-No podemos dejar a Fandra. –Dice Pressia. –No podemos abandonarlos.
-¿Qué otra opción tenemos? –Dice Il Capitano.
-Es demasiado terrible imaginar cómo morirán todos ellos. Demasiado terrible. –Los ojos de Pressia se humedecen y ella cubre su rostro con una mano y se mete la cabeza de muñeca debajo de la pera. Il Capitano quiere consolarla, pero no puede; incluso si pudiera quitar sus manos de los controles, no la tocaría frente a Bradwell.
Pero justo cuando el horror de todo eso empieza a hacer impacto en Il Capitano—estos Terrones devorando sobrevivientes en un parque de atracciones bombardeado—un par de pequeñas notas llenan el aire. Fignan. Está reproduciendo una grabación que debe de haber capturado la última vez que estuvieron aquí.
Todos giran y miran a Fignan, quien detecta la atención repentina y calla.
-¡Fignan! -Grita Pressia. -¡Lo tienes!
Fignan hace parpadear su fila de luces, orgulloso.
-Y puede hacerlo sonar a todo volumen también. –Le dice Il Capitano a Bradwell. -¿O no?
-A todo volumen. -Dice Helmud.
-Sí. -Dice Bradwell. –Pero…
-Tenemos que entregarlo. –Dice Pressia.
-Espera. –Dice Bradwell. –Tiene que haber otro modo.
-¡Pero Fignan puede salvarlos! –Dice Pressia. -Quién sabe qué le pasó a su sistema.
-Pero no podemos entregarlo. –Dice Bradwell. –Tiene información importante. Es único en su especie.
-Debemos hacerlo. Van a morir. Lo necesitan.
Y entonces las luces de Fignan parpadean y, de nuevo, una pequeña tonada se eleva desde él—ligera y suave y rápida.
-Vallan a la puerta de la cabina. –Dice Il Capitano. –Estén listos para entrar a Hastings y bajar a Fignan. Encontraré una forma de mantener esta cosa firme.
-Sigue tocando, Fignan. –Dice Pressia, levantándolo y llevándolo fuera del cuarto de mando. –Tan alto como puedas.
-Ten cuidado con él. –Dice Bradwell, siguiéndola fuera. Fignan se ha vuelto su compañero leal, un viejo amigo.
El sonido se vuelve más y más fuerte, hasta que es estridente y penetrante, incluso sobre el rugido de los motores. Il Capitano suelta las cuatro patas largas que mantienen firme a la nave en el suelo. Hastings sigue codificado con fuerza, agilidad, velocidad. Con suerte, es lo suficientemente fuerte—después de su pérdida de sangre y de una extremidad—para agarrarse. Las patas de aterrizaje zumban con fuerza y se traban en su lugar.
Il Capitano siente una ráfaga de aire entrando a latigazos por la cabina. Pressia y Bradwell habían abierto la puerta de la cabina. Il Capitano deja que los buckies tomen más aire. La aeronave resuena y se balancea y brilla en dirección a Hastings, que había enganchado las piernas—una real, una prostética—en el último peldaño de la montaña rusa, ahora meciéndose por los Terrones frenéticos que la golpean por debajo. Il Capitano no será capaz de ver si desciende lo suficiente para que Hastings se agarre. Pasará por un punto ciego.
En su último vistazo, Fandra está mirando a los Terrones debajo y Hastings tiene ambos brazos estirados hacia arriba.