sábado, 30 de agosto de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 41: Imitación - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

PERDIZ
IMITACIÓN
Perdiz está en uno de los camerinos de lo que llaman la catedral-gym-torio. Es el lugar de la boda, y momentos después será transformado en un salón de banquete. Fue usado para cada gran evento de la Cúpula que pueda recordar—política, religión, entretenimiento. Escuchó los discursos de su padre aquí—los de Foresteed también. Ha visto el Pesebre ser representado al igual que animadores vestidos con disfraces raros, sincronizando labios con canciones pop autorizadas. La multitud gritaba como si fueran reales y no estuvieran imitando a nadie.
Se recuerda que él se está imitando a sí mismo.
Beckley dice. -¿Estás listo o qué?
Perdiz se observa en el espejo de cuerpo entero—en el que se miró su padre tantas veces. Piensa en cómo éste antes de morir le agarró la camisa con una garra de mano y le dijo que era su hijo.
Eres mío. El asesinato fue lo que los conectó finalmente. Se mira parado allí en su traje, y sabe que es un asesino a punto de también volverse padre—y ahora esposo.
-¿Está alguien jamás listo para algo como esto? –Le pregunta a su guardia.
-Sí. –Dice Beckley usando un traje propio, su pistola calzada detrás en sus pantalones. –Creo que es algo a lo que la gente es obligada, en realidad.
-Suenas como alguien que ha estado enamorado. –Perdiz se da cuenta de que no sabe mucho de nada sobre Beckley.
-Una vez estuve enamorado. –Dice.
-¿De quién?
-En realidad ya no importa. –Dice Beckley. Y Perdiz está seguro de que a quien amó está muerto.
-¿Qué edad tienes?
-Veintisiete.
Y allí está. Beckley era lo suficientemente grande para enamorarse antes de las Detonaciones.
-¿Crees que te volverás a enamorar algún día?
Endereza la corbata de Perdiz. –Espero endemoniadamente que no.
Hay un leve golpe en la puerta.
-Es hora. –Dice Beckley. –Esto es.
El guardia abre la puerta que lleva al escenario o altar o plataforma de trofeos—dependiendo de cómo se vea. Perdiz puede oír todas las voces hablando a la vez.
Tira de Beckley hacia atrás. –Dime que debería hacerlo.
-No puedo hacer eso.
-¿Pero tú lo harías, Beckley?
-No soy tú.
-Pero si lo fueras…
-Ni siquiera puedo imaginar cómo es ser tú, Perdiz.
El chico se pregunta si lo odia ¿Lo resiente por todo lo que le fue dado o es algo más? Es el tipo de cosas que Perdiz se volvió bueno captando, pero no puede leerlo bien. –Aun así, me entiendes a un cierto nivel, Beckley.
-¿Piensas que eso es realmente posible? ¿No conoces ya la compensación?
-¿Qué? ¿Ni siquiera puedo esperar que alguien me entienda—sólo por quién fue mi padre y por la vida en la que nací? –Piensa en Bradwell e Il Capitano ¿Eran siquiera amigos? Probablemente no. También lo odiaban en un cierto punto.
-¿Quieres que la gente te quiera por ser tú mismo? Hubiera supuesto que ya superaste eso para ahora.
Perdiz se siente inocentemente golpeado. Le gusta Beckley por ser honesto
—pero eso mismo es una espada de doble filo.
El hombre abre bien la puerta y la mantiene en su sitio.
Perdiz no tiene opción. La atraviesa y el largo pasillo se llena de pedidos de silencio. Llegan hasta el fondo y de pronto hay silencio. Perdiz se mueve a su punto en el medio del altar y se gira para enfrentar la audiencia.
Dios mío, piensa. Todos están aquí. Ve unas pocas filas de chicos de la academia, sus vecinos de Betton West, Purdy y Hoppes con sus familias, Foresteed, Mimi usando un gran sombrero enjoyado y mirando al altar, e incluso Arvin Weed, que asiente. Quizás lo perdonó por el golpe.
Perdiz escanea el mar de ojos observándolo. La gente lo está mirando fijamente, sonriendo, ya presionando pañuelos contra sus cachetes mojados. Lo aman de nuevo. Mira a Beckley, parado a unos metros, rígido y con la mandíbula apretada. Quiere que admita que hay algo de esta efusión que no es sólo sobre quién era su padre. Hay algo personal allí ¿Cómo sino podrías explicar estas caras, estas lágrimas, este mirar?
Sigue registrando la multitud, dándose cuenta de que busca a Lyda ¿Está allí afuera, en algún lado? ¿En serio vendría a este evento? Ella lo aprobó. De hecho, lo empujó a hacerlo ¿Pero siquiera le sería permitido estar aquí? Si no es así, ¿Está en casa? Las cámaras lo miran a él. Las luces brillantes le dan calor sobre la cabeza. Mira a una de las cámaras. Quiere decirle algo. Quiere que sepa que esto no es real.
Soy un imitador imitándome a mí mismo, quiere decir. Pero no puede. Así que guiña el ojo y agita un poco la mano ¿Sabrá que es para ella?
La multitud nota el saludo y suspira colectivamente.
Beckley se estira y lo palmea en la espalda ¿A modo de disculpa o de consolación? No está seguro.
Y entonces, apenas con aviso, la suave música de fondo, que ni siquiera notó realmente, baja de volumen y por unos segundos, todo está en silencio.
Entonces la tonada del órgano suena triunfante desde el techo. La audiencia se para al unísono y se gira.
Al principio Perdiz sólo ve las luces de las cámaras estallando con locura, y entonces Iralene sale a la vista, emergiendo de todas las luces repentinas y al final de una larga alfombra blanca que lleva al altar—a él. Su rostro está perdido detrás de un velo blanco.
Por un minuto, Perdiz piensa que podría ser Lyda debajo del tul. Pero puede decir por la equilibrada manera en la que camina, la elevación del mentón, y los pasos medidos, que es Iralene. Este es el momento para el que ella se ha preparado.
Y la chica asciende hacia el altar, los invitados perfeccionando su entrenamiento, Perdiz puede verle el rostro detrás del velo blanco. Es hermosa. Nunca lo negó, pero hoy se ve mucho más linda, si eso es posible.
El ministro empieza a hablar, y sorprende a Perdiz. Debió de haberse parado en el escenario cuando Iralene caminaba por el pasillo.
Perdiz sabe que no recordará lo que dice. Las luces le dan repentinamente demasiado calor. Curva los hombros hacia delante y los rueda hacia atrás, como si esperara poder estirar la tela de su traje un poco. Su moño y faja están ambos demasiado apretados ¿Por qué tenía el sastre que asegurar todo?
Le da un vistazo a Iralene, pero ella está mirando al ministro, un hombre de mediana edad con un bigote teñido de gris y abundantes dientes.
¿Cómo demonios me metí en esto? Se pregunta. Ahora puede oler todas las flores. Son abrumadoras. Mira a Beckley ¿No nota él cuánto calor hace? ¿Qué tan fuerte huelen las flores?
El guardia lo mira preocupado. Susurra. –Dobla las rodillas un poco. Te ves como si fueras a desmayarte.
-Estoy bien. –Susurra Perdiz. Pero sigue el concejo porque, de hecho, se siente mareado.
Jesús, no te desmayes frente a toda esta gente, se dice. No te desmayes.
Y entonces es momento de intercambiar votos.
Por suerte, el ministro le dice sus líneas, votos tradicionales—los que probablemente se dijeron sus padres y luego rompieron.
Soy un imitador, se recuerda, me estoy imitando a mí mismo.
-Para tener y atesorar. –Dice repitiendo al ministro, concentrándose en cada palabra para no equivocarse, y éstas salen a borrones hasta el final. –Hasta que la muerte nos separe. –La muerte nos separe. La muerte nos separe. Le hace eco en la cabeza.
Iralene también dice sus votos. Sus labios son rojos, sus dientes perfectos y blancos. Mira a Perdiz. –En la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad… -Y se da cuenta de que es Iralene la que lo trajo aquí. Sin ella, estaría perdido. Sin ella, su padre lo habría matado. Escucha a Beckley en su cabeza. ¿Quieres que la gente te quiera por ser tú mismo? Hubiera supuesto que ya superaste eso para ahora.
Lo que Beckley no entiende es que la gente nunca supera querer ser amada por como realmente es, especialmente cuando crece como una celebridad o en su borde ensombrecido. Es todo lo que Perdiz siempre quiso. Iralene no estaría allí si no fuera el hijo de Willux, pero lo ama. No hay nada de lo que esté más seguro en este momento que de eso. Glassings le preguntó si la quería, y no pudo responder. Gente murió por él—inocentes, quienes pudieron haber ayudado a lograr verdaderos cambios para bien. Idos ¿Qué pasa si hay amor entre él e Iralene, y el amor puede salvarlos? ¿No es eso lo que está pasando?
Pero ahora el ministro le dice que puede besar a la novia, y cuando levanta el velo, su corazón se ensancha al verla claramente—su hermoso rostro y la forma en la que lo mira en este instante. La música empieza de nuevo, y la besa y ella le responde. Él toca entonces su mejilla por un momento, y entonces, raramente, todo parece detenerse—toda la gente, el ruido, las luces, la música—y dice. –Gracias.
-¿Por qué? –Dice ella.
-Me trajiste aquí. –Dice. -¿En dónde estaría si no fuera por ti? –Es la verdad. Lyda no quería seguirlo a la Cúpula, pero Iralene ha estado a su lado a cada paso del camino. Es querible y merece ser amada ¿Es la próxima cosa buena que hacer, después de todo? ¿Es esto a lo que se refería Glassings?
Los ojos de Iralene se llenan de lágrimas y toma su mano. -¿Deberíamos saludar ahora a la gente?
Dice. –Hagámoslo.
Y juntos se giran y saludan. La multitud está de pie, gritando y celebrando tan fuerte que Perdiz siente la vibración en sus costillas. En este momento, sabe que ya no es una imitación. Esto es real.

Innegablemente real.

sábado, 23 de agosto de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 39: Brillo y 40: Puertas - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

LYDA
BRILLO
Lyda está arreglada como si fuera una invitada en la boda. Su vestido es de tafetán azul, con dobladillo a media espinilla. Lleva tacos que fueron teñidos para combinar con el vestido y su cartera azul, que sólo tiene una cosa dentro—Freedle, envuelto con soltura en una toalla de mano. Quería tener una pieza del mundo exterior con ella. Freedle es confortante. Sabe que lo necesitará.
Se sienta con rigidez en el sillón, junto a Chandry Culp, la mujer a cargo de enseñarle a tejer. Ella arregló todo esto y está aquí con su esposo, Axel Culp, y su hija, Vienna—como si fueran viejos amigos de la familia reuniéndose para algún anuncio público importante.
A Vienna no le gusta la salsa. -¡Es demasiado picante! –No le gustan las zanahorias. -¡La textura no es realista! –No le gusta la forma en la que su madre la peinó. -¡Está demasiado esponjado!
Lyda quiere encontrar el momento adecuado para clamar que se siente débil y nauseabunda y retirarse gentilmente a su cuarto. Honestamente, está cansada. No ha estado durmiendo mucho. Cada vez que cabecea, se despierta minutos después, jadeando como si no hubiera suficiente oxígeno en el aire, como si se estuviera sofocando.
¿Por qué creen que quiere ver a Perdiz casándose con Iralene? ¿Es una prueba? ¿Se supone que demuestre que su relación terminó, que todo será como ellos esperan? Se siente intimidada por el vestido y la salsa, incluso por el Sr. Culp que da vueltas diciendo. –Lindo lugar tienes aquí ¿No es lindo, Chandry?
La televisión muestra a la gente a medida que llegan, parejas con varios títulos entrando a la iglesia en trajes y vestidos. Hay guardias aquí y allá, rodeando la iglesia. Pero por otro lado, todo es hermoso—flores adornando en todas partes, moños, alfombras rojas. Lyda acuna su cartera en su falda, Freedle asentado dentro.
Se siente enferma. Sí, por supuesto que quiere ser quien se case con Perdiz. Pero no de esta forma. No con tanta suntuosidad y grandeza, mientras sabe cómo la gente fuera araña la supervivencia básica. Le revuelve el estómago. Dice. –Creo que voy a tener que recostarme un rato.
-¿Qué? –Dice Chandry. -No, no ¡Todavía no llegó!
-¿Estamos esperando a alguien más?
Vienna dice. –Se supone que sea una sorpresa. –Rueda los ojos.
Lyda se alarma. -¿A quién esperamos?
-Déjame ver su progreso. -Chandry corre hacia la puerta delantera para hablarle a los guardias.
El Sr. Culp alza un porta velas vacío. -¡Me gusta! –Dice. -¡Muy bonito!
Lyda camina hacia Vienna. –Dime quién viene.
-No puedo.
-Por favor.
-¿No entiendes cómo funcionan las sorpresas? –Dice Vienna.
-No me gustan las sorpresas.
-¡Está viniendo! –Dice Chandry. -¡Ya!
La puerta está bien abierta, y los guardias están parados a los lados. Chandry retrocede un paso y abre una mano dramáticamente mientras la madre de Lyda aparece en el marco.
-¡Sra. Mertz! –Dice Chandry, medio orgullosa, medio aliviada.
La madre de Lyda se ve pequeña y desorientada. Se para allí y parpadea. Al principio le echa un vistazo al cuarto en rededor, incapaz de mirar a su hija. También era así en el centro de rehabilitación. De hecho, ese fue el último lugar donde la vio. Fue fría con Lyda, ocultándose detrás de su papel oficial como clínica. Pero ahora no está allí en ese rol. También lleva puesto un vestido—uno de los que usó para ir a la iglesia por años.
-¿Mamá? –Dice Lyda.
La aludida se acerca. Alza la vista hasta que finalmente se encuentra con los ojos de su hija, frunciendo los labios y tomando aire como si juntara fuerzas para algo—¿Qué espera? ¿Qué le dijeron? ¿Sabe que está embarazada? Lyda no sabe si se supone que debe abrazarla o no. Y su madre parece igualmente insegura. –Lyda, querida. –Dice suavemente.
Y la chica siente una corriente de amor que parece animarla. La extrañó más que lo que se dejó admitir. Deja la cartera con cuidado al final de una mesa, manteniendo a Freedle sano y salvo, y camina hacia su madre con rapidez, rodeándole el cuello con los brazos. La mujer se tensa pero después le palmea la espalda. –No pensé que vendrías a verme. Ni siquiera sabía si sabias que estaba aquí.
-Lo sé todo. –Dice su madre. Pero Lyda no está segura de con qué versión de
todo fue alimentada. Aprieta las manos de su madre. –Vamos a hablar, sólo las dos. –Dice Lyda y se gira hacia Chandry, el Sr. Culp y Vienna. -¿Les molesta si tenemos algo de privacidad?
-¡No, no! –Dice la madre de Lyda. -Está bien. No hay necesidad de interrumpir la reunión. –Camina hacia la televisión. –Va a ser un evento encantador que compartir. –Mira a su hija. –Y
aceptar.
Lyda siente como si la hubieran abofeteado. Le pitan los oídos. El cuarto del bebé. Quiere ir allí, sentir el peso de una lanza, la ceniza en su piel. Esas cosas son reales. La retribución de su madre está hecha siempre de aire. Ni siquiera puede ubicarla. Ni siquiera puede acusarla de algo en concreto.
Pero ahora Lyda sabe por qué está allí: para decirle que su relación con Perdiz terminó. Esta boda no es falsa. Va a mantenerse. No hay vuelta atrás—sólo aceptarla. Está aquí para ayudarle a admitir este final.
Lyda desea que esto sea sólo un sueño. Quiere despertar, jadeando por aire. Pero es real.
No puede hablar. Se estira y toma el respaldo de una silla.
-¿Vas a estar bien? –Dice Vienna. –No te ves bien.
-¡Está empezando! -Grita Chandry y se gira hacia la TV. Saca un pañuelo del bolso y se lo presiona a la mejilla. -¡Y allí viene ella! ¡O Dios!
-¡No se ve linda! –Dice el Sr. Culp.
Toda la pequeña familia Culp se acurruca frente a la pantalla brillante, con la madre de Lyda frente al Sr. Culp. Música orquestal suena con estridencia en la televisión. Lyda se imagina a Iralene en un largo vestido blanco, la audiencia levantándose.
Miran todos boquiabiertos la pantalla a excepción de la madre de Lyda, que mira a su hija ahora, contemplándola. –Ven y mira. –Dice.
Lyda sacude la cabeza.
Su madre dice, sin enojo en la voz—sólo resignación -Lyda, no seas terca. Esto es lo que debes hacer.
Lyda dice. –No, gracias.
Su madre camina hacia ella. –Lyda. –Dice suavemente. –Va a estar bien. Tú y el bebé. Todo. Estaré aquí para ti ahora. Este es mi nuevo rol.
-¿Es un concierto pago? ¿Cuánto te ofrecieron? –Dice Lyda cortante.
-¿Qué? Lyda, sabes que quiero estar aquí ¿En qué otro lugar del planeta desearía estar más que a tu lado? –Busca la mano de su hija, pero ella se aparta.
-Tengo Madres. –Dice Lyda. –Tengo tantas allí afuera que no te necesito ¿Me escuchas? No te necesito para nada. -Lyda se gira, toma su cartera—con Freedle a salvo dentro—y camina por el corredor.
-¡Lyda! ¡No lo hagas! –Grita su madre, corriendo tras ella.
Lyda abre la puerta del cuarto del bebé, pero antes de poder cerrarla, su madre mete su cuerpo en el marco. Ve la cuna quebrada, la pila de lanzas, la madera afilada, el cuchillo, el montón de libros de bebé rotos, el tazón de ceniza—todo perdido en los bloques flotantes proyectados por el pequeño orbe sentado en el centro de la habitación. –Mi Dios. Lyda.
-Vete. Esto es para mí. Para mí sola.
La Sra. Mertz mira a su hija a los ojos. -¿En qué te convertiste? –Su madre se tambalea hacia atrás, llegando y apoyándose en la pared, respirando con pesadez.
Lyda cierra la puerta con traba. Se desliza hacia abajo, presiona la espalda contra la entrada y se sienta en el suelo ¿En qué me convertí? Abre la cartera y saca el nido envuelto de la toalla de mano donde duerme Freedle.
-Freedle. –Susurra. -¿Cómo nos metimos en esto?
Los ojos de Freedle se abren con un parpadeo. Estira sus frágiles alas. Quiere escarbar por entre sus vestidos de maternidad y sacar su armadura. Quiere sentirse recubierta y protegida.
-¿Cómo volvemos a salir? –Dice.
Y entonces de pronto se le llena el pecho de rabia. Encuentra un borde en el costado de su vestido, lo toma en sus puños y desgarra la pollera hasta la altura de la cintura. Toma más fábrica y la rompe más y más hasta que está hecha jirones.
-Mis Madres. –Susurra. –Extraño a mis Madres.
PRESSIA
PUERTAS
Madre Hestra camina a Pressia hasta el perímetro del bosque. Allí, un par de Madres trabajan rápido. Habían sacado maquinaria de catapultas y cestas de granadas de arañas robóticas.
-Te cubrirán. –Dice Madre Hestra. –Es lo mejor que podemos hacer.
-¿Le advertiste? Las Fuerzas Especiales son ahora diferentes allí afuera. –Le dice una de las Madres a Madre Hestra.
-Lo sé. –Dice Pressia. –Los he visto.
-¿Los que se ven como Terrones? –Pregunta Madre Hestra.
Pressia sacude la cabeza. -¿Qué? ¿Como Terrones? ¿Cómo?
-No hay tiempo para explicar. Ya verás. –Dice una de las Madres, cargando una catapulta con una granada.
Las otras Madres se mueven a su alrededor. Explican qué va a pasar.
-Atacaremos desde aquí.
-Tú caminarás por el borde del bosque por allí.
-Y nosotras distraeremos.
-Bien. -Dice Pressia
Madre Hestra le entrega un cuchillo. –No creo que vaya a ser de mucho uso, pero al menos lo tendrás.
Pressia le agradece y lo desliza entre la cintura de su pantalón.
Madre Hestra se aleja de ella, vate la mano, y se gira para irse.
-Espera. –Dice Pressia.
Pero Madre Hestra comienza a correr en el bosque. Y, en un par de veloces zancadas, ella y su hijo desaparecen entre los árboles y arbustos. Idos. Pressia quería otro momento—un adiós más. Pero se da cuenta de que nada hubiera hecho esto más fácil. Le da un vistazo a la Cúpula y empieza a caminar por el límite del bosque. Sólo tiene que lograr que no le disparen en el camino, y entonces, con suerte, tendrá una oportunidad de decir quién es, su conexión con Perdiz y entrar—¿Cómo prisionera?
Su meta es ser llevada viva.
Escucha algo en el bosque—el crujido de hojas ¿La siguen las Madres? ¿No confían en ella? Podrían decidir en cualquier momento retirar la oferta y atacarla. Agiliza el paso. Podría ser una Alimaña o Fuerzas Especiales. Podría ser cualquiera, cualquier cosa. No debería correr, porque tiene que mantener el ritmo, pero ve algo—una figura trotando entre arbustos distantes. Empieza a correr, justo dentro de la línea de árboles. No puede exponerse—no hasta que las Madres hagan el primer tiro.
A través de las ramas que pasa, ve el movimiento de una silueta gris, después un cuerno retorcido. Finalmente, ve un claro y una oveja, quieta como una roca, mirándola con ojos hinchados. El animal tiene lana gris y cuernos largos y doblados que se curvan sobre su cabeza. Perdió a su rebaño, tal vez sea el último con vida. Le bala con una voz triste y desesperada como la del chico—el soldado—con el muñón en el brazo en la ciudad, muerto de un disparo. La oveja patea el suelo mojado como si estuviera haciendo una demanda. Una de sus pesuñas traseras está nudosa, casi inútil. Está demacrada, sus costillas resaltando. Muriéndose de hambre.
Camina hacia ella. Sus dientes sobresalen; su mandíbula está torcida. Bala de nuevo, mostrando una lengua azulada. Ella estira la mano. La oveja se acerca más para olerla. Pressia le toca el copete bajo la barbilla. –Está bien. –Susurra. La oveja le acaricia los dedos con el hocico.
Hermosa, sola, hambrienta. No puede ayudarla. Tampoco pudo salvar a Wilda. No está segura de poder salvarse a sí misma.
Y entonces hay una explosión. El animal levanta la cabeza y huye corriendo, brincando hacia la profundidad del bosque.
Es hora. Las Madres empezaron su bombardeo. Pressia camina hacia la tierra estéril y tiene que cruzarla y detenerse detrás de un árbol. Ve el humo y el polvo y ceniza elevarse de la primera granada. El aire neblinoso le proveerá cubierta.
Mira la cuesta frente a ella—en la cima, la Cúpula misma.
Y entonces la colina empieza a cambiar. Emergen cuerpos, cubiertos en tierra y ceniza ¿De dónde vienen? ¿Por cuánto tiempo estuvieron allí? Son chicos esbeltos, moviéndose atropelladamente hacia la explosión, y entonces, tan rápido como aparecieron, algunos desaparecen nuevamente, volviéndose uno con el suelo—completamente camuflados. Las Madres lanzan otra granada. Golpea el piso mojado y, segundos más tarde, explota. Los chicos le disparan al bosque, pero ella ni siquiera puede verlos. Ocasionalmente, la suciedad parece moverse, pero entonces nada.
Debe correr. Las Madres ya gastaron dos granadas. Escanea el suelo y parte corriendo. Como la oveja, piensa. Como la oveja que perdió al rebaño.
Las granadas, aunque lejos a su derecha, son ensordecedoras. Sueltan rachas de humo y ceniza. Una estalla y está segura de que no golpeó nada, pero entonces explosiona sangre y carne del suelo.
Su abuelo una vez le explicó sobre las minas terrestres, y es como si los chicos propios fueran ellas—minas terrestres siempre en movimiento.
Sigue corriendo tan rápido como puede, esperando a que si llega a la Cúpula tenga suficiente aliento en los pulmones para explicar quién es. Soy la hermana de Perdiz Willux. Díganle que Pressia está aquí. Pero entonces el piso desaparece debajo de sus pies, y cae en un pozo poco profundo.
La suciedad se abolla y cede y se desmorona a su alrededor mientras trata pararse.
Un codo.
Un brazo.
Una pistola cargada en el brazo apuntándole.
Un rostro recientemente cosido y cubierto de vidrio—tan nuevo que hay costras frescas cristalizadas alrededor de cada pieza. Es la cara de un chico. Tiene una nariz torcida y labios rojo oscuro, y cuando sonríe—¿Por qué sonríe?—ve la peor parte. Sigue usando frenos—aunque cubiertos de tierra.
Soy la hermana de Perdiz Willux. Díganle que Pressia está aquí. Piensa en estas palabras, pero se da cuenta que no las está diciendo. El viento es duro. El aire, espeso. La cara del chico—su sonrisa—aparece entre franjas de humo.
-Tengo una. Tengo una. –Dice en un susurro bajo. –Tengo una. –Es como si estuviera tan orgulloso de sí mismo en este momento que quiere disfrutarlo. Matarla lo acabaría muy rápido. Él mira a su alrededor y dice en voz más alta. -¡Tengo una! –Busca algún testigo ¿Cuál es el punto de matarla si nadie lo ve?
Ella tose y finalmente escupe. –Soy la hermana de Perdiz Willux.
Su rostro se contrae. No entiende.
-No me mates. Llévame dentro. Llévame con Perdiz. Soy su Hermana.
Él sacude la cabeza. –Sin hermana. –Dice. –Sin hija.
Y tiene razón, por supuesto. Nadie en la Cúpula sabe que la esposa de
Willux tuvo un bebé fuera extramatrimonial, mucho menos una niña llamada Pressia.
-Soy su media hermana. –Dice volviéndolo a intentar. –Por favor. Llévame como prisionera.
-No hay prisioneros. –Dice él. -¡No hay prisioneros! –Le sacude la boca de la pistola debajo del mentón.
-Este es un error. –Dice Pressia, tragando con fuerza. –No lo hagas.
Él se suaviza por sólo un minuto, observando su rostro. Pero entonces sus ojos ven la cabeza de muñeca y sabe que es una Miserable como todo el resto—¿Y no lo es él también parte? Sonríe de nuevo. Va a disfrutar matándola. Ella cierra los ojos, esperando el golpe.
Pero entonces el chico ya no está, su cuerpo fue golpeado contra el suelo por alguien mucho más grande y ancho.
Primero ve la prótesis doblada de metal, y después la cara de Hastings.
¡Vino por ella! No lo quería, pero demonios—le alegra que lo haya hecho.
Él golpea al soldado contra el suelo con su prótesis—esta vez con tanta fuerza que está segura de que se le va a romper. Pero no lo hace. Él le toma la mano y dice. –Déjame llevarte adentro.
-Saben que te cambiaste de bando ¿o no? Serás visto como un traidor.
-Te estoy llevando. –Dice él, agarra su brazo y la empuja contra su pecho. La sostiene con tanta fuerza que ella apenas puede respirar.
Corre cojeando pero rápido. El suelo sigue explotando. El aire está viciado con tierra y muerte.
Y, finalmente, Pressia ve el blanco de la Cúpula frente a ellos ¿Cómo se mantiene así con todo este hollín oscuro? Le dice que pare. –Déjame bajar ¡Yo hare el resto del camino!
Hastings no la escucha.
Retuerce la cabeza de muñeca hasta soltarla y golpea tan fuerte como puede. Él no se inmuta. Intenta un par de veces más. Nada.
Finalmente, encuentra la carne de sus bíceps y después la piel más fina en su antebrazo y lo muerde tan fuerte como puede. Saborea sangre.
Él se dobla y la suelta.
-Gracias. –Dice ella sin aliento.
Él se frota el bíceps interior. Su mano sale manchada con sangre.
Ella se gira hacia la Cúpula.
-Sigue derecho. –Dice él. –Y te encontrarás con la primera serie de puertas.
Ella asiente y lo mira. –Dile a Il Capitano y Helmud, dile a Bradwell… -Se atraganta con el nombre del chico.
-¿Qué?
-Diles que llegué hasta aquí. –Se gira y empieza a correr. El suelo sisea por el viento.
A veces tumultos de tierra se alzan, desparraman y desaparecen. Puede ver la puerta justo adelante, como Hastings le dijo. Acelera, pero entonces se le traba el pie en el suelo y cae. Se gira para ver con qué tropezó. Pelo color mate—una cabeza saliendo del piso. Una mano se estira y le atrapa el tobillo. Pressia lo golpea con el talón de la bota mientras busca su cuchillo. Se estira hacia delante, le clava la hoja en la muñeca. Sus dedos se flexionan. Empuja la rodilla hacia el pecho. La cabeza se alza y hay un rostro. Dos ojos brillantes. Una fila de dientes.
Se levanta y corre hacia la puerta mientras el soldado suelta su sangrienta muñeca. Alza ambos puños y golpea la puerta. Quiere entrar. -¡Ayuda! –Grita. -¡Ayúdenme! ¡Déjenme entrar! -Le duelen los nudillos pero sigue golpeando—con fuerza y rapidez.
El soldado está de pie, y se le acerca atropelladamente. Ella está sin aliento. Trata de aplastarse contra la puerta.
Y entonces escucha un clic—un pop como si se hubiera roto un sello. La puerta cede. El aire dentro es frío y limpio.
Un uniforme. Un guardia.
Dice por encima del viento. –Soy la media-hermana de Perdiz Willux.
Una voz de hombre dice. –Sabemos quién eres. –Le agarra la muñeca y la empuja contra la corriente de viento.
Ella ve al soldado una última vez, su mano sangrienta y flácida.
El guardia cierra la puerta. Está armado y tiene una mano en el mango de su pistola—aun sin sacar, pero preparada.
Está en una cámara, silenciosa y calmada, encerrada entre dos puertas—una hacia el exterior y una hacia el interior de la Cúpula.

Por primera vez en su vida, Pressia está dentro.

domingo, 17 de agosto de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 36: Mejor, 37: Sabiendo y 38: Junco Hueco - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

IL CAPITANO
MEJOR
El atardecer se acerca, ¿Pero cuántos días han pasado? ¿Dónde está Bradwell? La ciudad rota y humeante ha perdido sus bordes. Las sombras la llenan como piletas de mareas. Las esternías están silenciosas ¿Fueron todos los Terrones quemados vivos? Las calles están casi igual. Il Capitano pasa una pila de cuerpos cubiertos por una lona, pero puede ver una mano quemada envuelta, un pie rígido embadurnado con metal.
Bradwell se fue a decirle a Pressia que la ama ¿Ya la encontró? ¿Se presentará en el punto de reunión? Sabe que ella ama a Bradwell y que nunca perderá a Il Capitano. –Mejor. –Susurra, y es un viejo pensamiento—uno sobre el cual se apoyaba cuando mataba Miserables, cuando los usaba de diana, cuando contaba los cuerpos después de las Muerterías. Mejor muerto que viviendo esta vida, que es simplemente una muerte prolongada.
Helmud está callado. Debe recordar los humores oscuros de Il Capitano. Se achica en la espalda de su hermano, no tararea.
Il Capitano se abre camino hacia la vieja cámara del banco. Hay una buena posibilidad de que ya haya sobrevivientes apretujados allí abajo. Les dirá que se larguen. Quiere estar solo. Por completo. Nunca lo estará.
Se empuja el cuello de la camisa hacia arriba y camina junto a un muro que solía ser un edificio. En este momento, Pressia y Bradwell podrían estar enamorándose de nuevo. Recuerda encontrarlos en el pasaje de roca, besándose. Y tiene el repentino deseo de embestir a su hermano contra la pared, de encontrar un palo y golpearlo con él. Todos los viejos hábitos, comodidades—eso lo atrae: el poder que una vez conoció, el poder que una vez lo conoció.
Deja de caminar, aprieta los puños, y mira al cielo, el humo atravesándolo con rapidez.
Golpear a su hermano solía hacerlo sentir más vivo. No sabe cómo o por qué. Quizás era lo más cercano a golpearse a sí mismo.
-No tenemos nada. –Susurra Il Capitano. –Nada. –Agarra el frente de su abrigo, lo tuerce y grita. No recuerda la última vez que gritó así.
Helmud se aprieta hecho un nudo en su espalda.
-¡Quítate de arriba mío! –Grita Il Capitano. Golpea con el hombro las costillas de su hermano, lo toma de los brazos y lo tira hacia delante con tanta fuerza que cae de rodillas. -¡Quítate de arriba mío! –Grita, clavándole las uñas a Helmud.
-¡Quítate de arriba mío! -Helmud grita, alejándose tan fuerte como puede, retorciéndose en el suelo mojado. -¡Quítate de arriba mío! ¡Quítate de arriba! ¡Mí! ¡Mí! ¡Mí!
-¡No, mío! –Grita  Il Capitano. Se estira salvajemente hacia su hermano, quien se arquea y agita. -¡Mí! –No le importa la bacteria. Nada importa. Puede sentir la cinta despegándosele de la piel.
Entonces Helmud golpea a Il Capitano con fuerza en la mandíbula. Éste último está sorprendido. Se congela en cuatro patas. Helmud ladea el puño y lo golpea de nuevo. Il Capitano rueda y deja al menor contra el suelo. Helmud consigue ahorcar el cuello de su hermano y lo sigue golpeando en la cabeza.
-No tengo nada. -Le grita Il Capitano. -¡No tengo nada! -Helmud sigue golpeándolo.
Y entonces Il Capitano deja de luchar. Se cubre la cabeza con los brazos, se hace un bollo y deja que su hermano le pegue. Helmud no tiene aliento. Sus nudillos son afilados, y sus golpes le llegan con fuerza y rapidez. -No tengo nada. -Dice Il Capitano una y otra vez.
Y entonces Helmud dice, -¡-Mí! ¡Mí! ¡Mí! –Pero sigue golpeando a su hermano, sigue dándole puñetazos hasta que se debilita, hasta que finalmente se rinde y recuesta, sosteniendo los hombros de Il Capitano. Yacen allí en la suciedad mojada, murmurando—nada y y nada—hasta que Il Capitano no está siquiera seguro de cuál de los dos dice qué.
Nada.
Mí.
Nada.
PERDIZ
SABIENDO
Es su día de boda. Foresteed la lanzó sin decirle a él o Iralene por qué, y quizás no haya otra razón que su posición de poder. Pero el pensamientodía de boda, mi día de bodalo sigue sacudiendo como un shock eléctrico. Le golpea ahora que está parado frente a un alto espejo traído sobre ruedas al apartamento por el sastre que le hizo el traje. Lleva pantalones negros y medias y se está abotonando la camisa de vestir mientras el hombre, pequeño y callado, le abre la bolsa colgando de una percha que contiene el saco del traje, la faja y el moño. Y Perdiz sólo lo mira. Está completamente mal. Todo fue un error tan terrible—un pequeño paso a la vez. Susurra. -Una boda. Mi boda.
-¿Señor? –Dice el sastre.
-Nada. –Dice Perdiz.
Ningún modo de llegar a Lyda. Ninguna respuesta a sus cartas. Ninguna forma de volver a la cámara de alta seguridad. No puede saber si Peekins sacó a Belze de suspensión o no. No le es posible volver al cuarto de guerra de su padre sin levantar sospecha, y parte de él desea nunca ver esa habitación de nuevo. El solo pensarlo le revuelve el estómago. Esas fotos del pasado, esas cartas de amor de su desamorado padre. Ningún modo de descubrir qué sucede en verdad fuera de la Cúpula.
¿Dónde están Pressia, Bradwell, Il Capitano y Helmud? Weed mandó palabra de que la aeronave aterrizó a salvo, pero más allá de eso, no sabe nada y no tiene intención de comunicarse.
Y Glassings empeoró. Dijo que no se recuperará, y tal vez no lo haga. Perdiz se ha estado quedando despierto hasta tarde, sentado en la silla puesta al lado de su cama. Espera al momento en el que el profesor despierte y esté lo suficientemente consiente para hablarle, pero eso no pasó. Y desde su visita a la cámara de alta seguridad, Perdiz estuvo ocupado escribiendo una lista creciente de posibles contraseñas para desbloquearla ¿Está loco por poner sus esperanzas en la idea de que uno de los más grandes enemigos de su padre no esté sólo vivo, sino que sea capaz de ayudarlo? No está seguro de cuándo o de si conseguirá otro intento para abrir la cámara. Después de su tiempo en los cuartos de suspensión, la seguridad aumentó. Foresteed debió de haber escuchado algo. Por ahora, debe mantener la farsa de que tiene el poder para derribar a Foresteed en silencio ¿Cómo? No está seguro.
Por ahora, se siente solo, alejado.
Enjaulado.
Cuando el sastre está dando vueltas a su alrededor, Beckley entra. –Decorándote, veo.
-Estoy bastante seguro de que me estoy casando. –Le responde, medio en modo de afirmación y medio como pregunta.
-¿Sabe Iralene? –Dice el guardia bromeando. Pero el chiste cae plano. Después de todo, está casando a la chica incorrecta.
Perdiz se aleja del sastre y le dice a Beckley. -¿Algo? –Sabiendo que entenderá que pregunta por Lyda. Siempre es lo primero que pregunta.
-No. –Dice el hombre. –Tienes que tener paciencia ¿o no? No puede ser fácil.
-Ella fue quien lo presionó. –Dice Perdiz en un susurro. No escucha sobre ella desde hace tanto y no puede evitar pensar que lo está castigando ¿O está dudando? Entonces lo golpea. -No crees que me convenció de hacer esto para librarse de mí ¿No? Quiero decir, ¿Incluso inconscientemente? –Se niega a murmurar frente al sastre, enfermo de todo el secreto.
-No sé cómo funciona mi propio subconsciente. Mucho menos el suyo.
El sastre tose educadamente para llamar la atención de Perdiz. Sostiene el saco en su percha de madera.
El chico alza la mano, diciéndole que aguarde.
-¿Así que piensas que es posible? No volvió conmigo a la Cúpula. Quería que lo hiciera. Le rogué. Pero entonces dijo que se rindió al entrar, así que pensé… Bueno, pensé que había cambiado de opinión. Pero ahora tal vez lo volvió a hacer.
-Los dos van a tener un bebé juntos. Ese es un vínculo que dura para siempre.
-Nos hace padres, Beckley. No significa que estemos enamorados. –Sus propios padres se desenamoraron. Se imagina que le pasa a la mayoría de las parejas. Sus padres se quedaron casados incluso aunque su padre sabía que su esposa se había enamorado de Imanaka y tenido su hija. Perdiz se acerca al sastre, saca el saco de la percha y se la pone. –El amor no dura. No es permanente. –Se siente enfermo, tira del saco para hacerlo menos limitante. –Y ahora es mi endemoniado día de boda.
-Deberías intentar disfrutarlo. –Dice Beckley.
Perdiz mira su reflejo. Es una farsa, un impostor. -¿Cómo se supone que lo haga? Si Lyda aún me ama, esto dolerá. Si no lo hace, entonces ¿Qué hay peor que eso?
-¿Lo dices en serio? –Dice Beckley.
El sastre le alza el cuello de la camisa y empieza a atar el moño. Perdiz asiente. –Por supuesto.
-¿Qué pasa si dejaste que Lyda te convenciera de casarte con Iralene porque es lo que querías—ya sabes, como dijiste, inconscientemente?
-¡No me hables sobre mi subconsciente! –Perdiz se siente repentinamente furioso. Ahora que está enjaulado, su rabia se enciende con rapidez.
Beckley se encoje de hombros. –Perdón. No quise tirarte con tu lógica.
Perdiz lo mira un momento. Hay algo en él diferente a otra gente en la Cúpula. Tiene estos momentos cuando simplemente debe ser honesto—como si no pudiera evitarlo.
-¿Qué? –Dice el hombre.
El sastre le está asegurando la faja a la cintura.
-Me negué a elegir a un padrino. –Dice Perdiz. De hecho, Purdy y Hoppes le dieron una carpeta de padrinos adecuados, y él la cerró y les dijo que se largaran. –Pero tal vez estaba mal.
-No estás pensando…
-A nadie le importa una mierda como a ti, Beckley. Y eso es lo que hacen los amigos. –Piensa en Hastings cuando eran compañeros de cuarto. Siempre discutían. Y después estaba Bradwell, que siempre lo ponía en su lugar, e Il Capitano, que no era siempre el chico más amable, pero decía lo que pensaba. -¿Lo harás?
-Creo que se supone que elijas a alguien de tu… bueno, de tu clase social.
-Ahí está el beneficio extra. Eligiéndote enojaré a un par de personas de esa clase.
-No sé.
-Mira, tienes que pararte a mi lado como mi guardia de todas formas. Podrías tener algo real que hacer mientras estás allí. Sólo tienes que pasarme un anillo, creo. Puedes hacerlo ¿O no?
-Creo que también hay un brindis. Tengo que pararme y decir algo.
-Sólo di: ¡A la hermosa pareja! ¡Alcen sus copas! ¡Salud! Eso es todo.
-¿Por qué no alguien más?
-¿Cómo quién? ¿Weed? ¿Piensas que su mandíbula sanó? ¿Es capaz de volver a masticar comida sólida?
-Creo que esa no sería la mejor opción.
-Eres tú, Beckley. Así que pongámoste un traje ¿Bien? Si alguien pregunta, puedes decir que sólo sigues órdenes. –Estira la mano y el guardia la sacude. Cuando suelta, dice. –Esto sigue siendo lo correcto para la gente ¿no? Sólo me gustaría escuchar a alguien diciéndolo.
-Es lo correcto para la gente. –Dice Beckley. –Lo necesitan.
-Lo sé. –Se siente de repente nervioso. Es su boda—vergüenza y todo. Tiene que hacerlo bien. Su padre no está aquí—lo mató. Lo asesinó. Pero ahora necesita a alguien que le dé consejo ¿No es eso lo que necesita un joven en su día de boda? Se calza los zapatos. –Necesito ver a Glassings.
-¡Pero, señor! –El sastre no terminó.
-Suficientemente bien. –Dice Perdiz.
Camina por el corredor y lentamente abre la puerta de Glassings. El cuarto está bien iluminado. El hombre tiene una almohada apoyada detrás de la espalda, y como la hinchazón bajó un poco, se ve amarillento y demacrado.
Sabe que posiblemente no despierte, e incluso aunque lo haga, no estará lo suficientemente lúcido para aconsejarle. Pero aun así, acerca la silla al costado de la cama y se sienta. –Voy a casarme. –Susurra. -¿Qué piensas de eso?
Los párpados de Glassings revolotean.
Posa una mano sobre la de su maestro, que está fría y seca. –Dime qué hacer. –Dice. –Tengo miedo. –Se suponía que Cygnus estaría a su lado. Glassings se lo prometió. -Cygnus es un montón de cobardes ¿o no? ¿Dónde están ahora? ¿Sentados en sus departamentos viendo las calles? –Aleja la silla. Se frota el nuevo meñique.
Glassings comienza a toser, su pecho agitándose, y es como si el dolor de sus costillas rotas lo despertaran. Sus ojos son sólo rajas acuosas. Perdiz dice. –Estoy aquí. Estoy justo aquí.
La mirada de Glassings encuentra la del chico. Le asiente, como si quisiera que se acercara.
Perdiz lo hace. -¿Qué se supone que haga? –Dice.
-La próxima cosa buena. –Susurra Glassings. –Y luego la siguiente. Si cada uno es un paso bueno, avanzarás.
-Estoy casando a Iralene. Se siente como el paso equivocado. –Está desesperado. Necesita que Glassings le diga qué hacer. Se siente como si corriera fuera de control hacia un brisco y este hombre le pudiera decir cómo apretar el freno.
Glassings mira a Perdiz. Hace silencio por un momento. -¿No la amas?
-Se supone que me case con Lyda.
Glassings estrecha los ojos. –Responde la pregunta.
Tal vez le esté diciendo que debería amar a Iralene ¿Haría eso las cosas mejor, más seguras, más claras? No estaba seguro de sí mismo ante ese micrófono diciendo la verdad, y ahora se está ahogando de culpa. Más que nada, ya no confía en su propio juicio. Quiere decir que no ama a Iralene, pero piensa en cuando la sostuvo y giró, la falsa luz solar en su cabello. –No importa a quién ame. Mi vida no me pertenece.
-De nuevo. –Dice Glassings. –No respondiste la pregunta.
-¿Qué pasa si no sé?
-Hay cosas que simplemente debes saber.
PRESSIA
JUNCO HUECO
Antes de siquiera abrir los ojos a la mañana, Pressia piensa en el beso de Bradwell. Así es como ha sido cada despertar desde la última vez que lo vio. Recuerda la sensación de sus labios húmedos contra los de ella, su piel, la dureza de sus músculos contra su pecho cuando la levantó del suelo y la suavidad de sus alas. Quiere quedarse en ese ensueño, pero escucha un pequeño tosido y cuando abre los ojos la sorprende el rostro de un niño mirándola. Agarra la mochila con la que duerme. Está en el palé que las Madres le ofrecieron sobre el frío piso dentro de una tienda chica. La luz es difusa. Es temprano en la mañana. Las Madres le dijeron que ayudarían, pero no habían dicho cómo o cuándo. Una mano frota el pelo del niño. Pressia alza la vista y ve a una mujer mirándola. Tiene palabras quemadas en una mejilla, revertidas, pero todavía legibles: LOS PERROS LADRABAN CON FUERZA. CASI HABÍA ANOCHECIDO.
-¿Madre Hestra? –La reconoce de la última vez que vio a Perdiz y Lyda—en el carro de subte atascado bajo tierra.
Madre Hestra asiente. –Estoy aquí para hacerte entrar.
-¿A dónde? –Por un momento, piensa que va a llevarla a la Cúpula, pero eso no tiene sentido.
-Con Nuestra Buena Madre. –Dice Madre Hestra. –Ahora. No hay tiempo que perder.
En unos pocos minutos, Pressia tiene la mochila colgada nuevamente y sigue a Madre Hestra por el bosque. Ésta cojea, con el peso a un costado de su niño, pero es extrañamente ágil. Pressia come una tortilla que le cocinaron sobre una fogata en el campamento. El aire sigue ahumado. La lluvia se había detenido. Sabe que debe tratar de convencer a Madre Hestra de dejarla ir ¿Pero cómo? Empieza con el terreno conocido. -¿Se llevaron a Lyda? Una de las Madres me dijo que la forzaron a entrar a la Cúpula.
-¿No escuchaste de ella? –Dice Madre Hestra.
-¿Cómo podría hacerlo?
-Está del lado de Perdiz. Es tu hermano. Tiene maneras ¿o no?
-Ni siquiera sé si fue sola o a la fuerza. Lo último que escuché es que iba a entrar con Perdiz. –Cruzan un pequeño arroyo, saltando de roca en roca.
-Tiene su propia vida. Tomó sus propias decisiones. Quería quedarse.
-¿Y se la llevaron? ¿Contra su voluntad?
Madre Hestra se detiene. Quiebra un junco hueco y silba dentro—una nota baja y triste—y entonces se lo entrega a su hijo, que juguetea con él feliz.
-Fue durante la batalla. Atacamos la Cúpula ¿No escuchaste? –Dice cuando comienzan a moverse de nuevo por entre los árboles.
¿Es por esto que la Cúpula disparó en respuesta? -¿Está la Cúpula siendo retribuida entonces? ¿Es de eso que se tratan los incendios y muertes?
Madre Hestra usa los árboles para empujarse y Pressia empieza a hacer lo mismo, aguantando un ritmo rápido.
-Hubo un periodo de calma, y entonces comenzaron los ataques. Sólo podemos adivinar.
-Pero Willux murió. Perdiz está a cargo ¿Cómo puede estar esto pasando?
Madre Hestra se detiene y gira. -¿Willux está muerto?
Pressia no debería haber dicho esto. Siente el retorcer enfermo de una daga en su estómago. Esto es malo. Muy malo. Pero no puede retractarse. El rostro de la Madre Hestra se congeló un una mirada intensa. Pressia asiente.
-¿Y Perdiz es quien nos está mandando estos Muertos a matarnos? ¿Perdiz?
-No creo que sea él ¡No puede ser!
-Pero está a cargo. –Dice Madre Hestra. –Lo dijiste.
-No le digas a Nuestra Buena Madre. –Le ruega Pressia.
-¿Cómo podría ocultar esto de ella? ¿Cómo podría escondérselo a mis hermanas compañeras? Nuestra Buena Madre estará furiosa. Es impredecible qué puede liberar. Desprecia a todos los Muertos pero parece que Perdiz le disgusta con una venganza especial.
-Sólo necesito tiempo. Por favor, si…
-¡Silencio! –Madre Hestra se tensa. –Sigue. –Dice retomando el paso.
-Por favor no me lleves a Nuestra Buena Madre. –Dice Pressia. –Por favor. Es importante, Madre Hestra. De vida o muerte.
La mujer para y se agacha. Le hace señas a la chica para que haga lo mismo.  Pressia se sienta con la espalda contra un árbol. Mira al cielo—gris, siempre gris, con extremidades oscuras cortándolo como un vidrio fracturado. Es prisionera. Falló. –Por favor, Madre Hestra. –Dice de nuevo.
La aludida se lleva la mano a la boca y deja salir un extraño sonido de ave
—un cu largo y suave.
Pressia quiere llorar. Piensa en correr, pero sabe que las Madres están bien entrenadas. No llegaría lejos.
Y entonces hay un cu en respuesta. Se propaga por el bosque.
Pressia agarra el abrigo de Madre Hestra. –Por favor. –Dice otra vez.
-Calla. –Dice a mujer. –Sé por qué estás en estos bosques. No buscas niños muertos ¿O no? Quieres entrar. A la Cúpula. Voy a llevarte allí.
-Pero Nuestra Buena Madre…
-Voy a desobedecerla. Pagaré el precio. Cuando escuché que estabas aquí, me presté voluntaria para ser la guardia de prisión que te trajera. Como hermana de Perdiz, eres la única que puede entrar y esperar cualquier protección, aunque eso también podría convertirte en un objetivo. Debes ser tú.
-¿Cómo sabías que quería entrar?
-Lo haces por Lyda. –Dice Madre Hestra. –No puede tener a su bebé dentro de la Cúpula. No sería seguro. No estaría bien. Ella pertenece aquí.
-¿Su bebé? –Espeta Pressia. Está sorprendida. Debe de haber un error.
-El bebé de Lyda. –Dice Madre Hestra, confundida porque Pressia no sabe. –Perdiz es el padre.
-¿Qué?
-Está embarazada. En cinta. No desde hace mucho.
¿Perdiz y Lyda van a tener un bebé? –No ¿sabía. -¿Es Lyda sagrada? ¿Está sola? Pressia quiere verla y decirle… ¿Qué? ¿Que todo va a estar bien? ¿Lo estará? No puede mentirle. Las voces por la ciudad, llamando a sus niños perdidos—Lyda y Perdiz tendrán un niño propio por el que temer, por el que luchar, al que llamar…
-¿Cómo podrías no saber? –Dice Madre Hestra. -¿No es por eso por lo que va a entrar—para salvarla?
-Voy a entrar porque tengo lo que se necesita para curarnos. Si puedo llevarlo a los científicos de la Cúpula, podemos deshacer nuestras fusiones sin efectos secundarios. Podemos completar a los sobrevivientes de nuevo. A todos nosotros. –Mira al niño en la pierna de Madre Hestra. Él la observa, escuchando, asiéndose al junco con lágrimas temblándole en los ojos.
Las mejillas de Madre Hestra se ruborizan. Aprieta la mandíbula. –No hay cura para esto ¡Ninguna!
-¡Pero la hay!
-Pensé que estabas en estos bosques para prepararte para salvar a una hermana, una hermana embarazada ¿Sabes cuánto ha pasado desde que sostuvimos un bebé de las nuestras? ¿Sabes? ¡Este niño es nuestro nuevo comienzo!
-Ibas a hacerme entrar. Hazlo. Ahora que lo sé, haré lo mejor que pueda para sacar a Lyda. Lo prometo.
El cu llega de nuevo—esta vez más cerca. Madre Hestra mira hacia la dirección por la que vino. –Si Nuestra Buena Madre sabe que Willux murió, presentirá debilidad. Y si sabe que Perdiz está al mando, querrá matarlo aún más.
-Y si ataca. –Susurra Pressia. –Sólo causará más muertes, y Lyda está allí adentro. Si me das tiempo, puedo ir e intentar sacarla antes de que ataquen. –No se atreve a decirle sobre la bacteria que puede derribar la Cúpula. La necesita tranquila, enfocada.
Madre Hestra agarra el brazo de Pressia. –Me prometes que la sacarás.
-Prometo tratar.
Madre Hestra se presiona los dedos contra la frente, cierra los ojos. –Doce Madres murieron en ese puesto donde dormiste—sólo en ese. Siete de ellas tenían niños—también están muertos. La tumba masiva está llena. Empezaron otra ¿No nos había brutalizado el padre de Perdiz lo suficiente?
-No sabemos si Perdiz hizo esto. No lo hacemos.
-Mátalo. –Dice Madre Hestra. –Entra y mátalo.
Pressia sacude la cabeza. –No orquestó este nuevo ataque. No lo haría. Nos conoce. Se preocupa por nosotros.
-Está a cargo. Esto es lo que pasó. Son hechos.
-Debo tener fe en él.
-Los Muertos sólo derrochan la fe. No merecen nuestra confianza.
El cu llega de nuevo, más fuerte, más urgente.
-No puedo matar a mi hermano. No lo haré. Pero trataré de sacar a Lyda. –Recuerda la última vez que la vio, cuando estaban en las esternías a punto de ser ejecutados ¿Es aquí donde pertenece? ¿En lo salvaje? Si quiere salir, Pressia la ayudará de todas las formas que pueda. –Ten fe en mí.
El hijo de Madre Hestra envuelve sus brazos en la cintura de su madre, sosteniéndose con fuerza. Ella lo besa en la parte superior de la cabeza. –Pagaremos. –Dice. –Cuando Nuestra Buena Madre sepa todo, pagaremos.
Pressia siente un pulso de rabia golpear dentro suyo. –Eso no es justo. –Mira al niño. –No puedo pedirte que hagas esto.
El cu hace eco de nuevo.
-Sobreviviremos. Es como fuimos construidos. –Madre Hestra toma la mano de Pressia y entrelaza sus dedos. –Cuando veas a Lyda, dile que nos preocupamos. Era como una de las mías para mí. Mía propia. –Su hijo la mira y ella lo toma suavemente por la barbilla, como para decir: No te preocupes. A ti te quiero más.

Y entonces Madre Hestra se lleva la mano a la boca de nuevo y su cu flota en el aire matutino, rebarbando en el bosque.

domingo, 10 de agosto de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 34: Frutilla y 35: Riesgos - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

PERDIZ
FRUTILLA
Sólo un par de días después, Perdiz e Iralene se encuentran en un picnic rodeados por un enrejado bajo ¿De dónde vino la verja? ¿La instalaron en la noche? Es el tipo de cerca usada para enrejar los jardines delanteros de la gente en el Antes en las comunidades con un cercado mayor—rejas entre rejas.           Existen para que la gente sepa que no debe acercarse demasiado. Este picnic—aunque no fue anunciado—tiene una audiencia creciente.
-Actúa natural. –Dice una de las mujeres del séquito de Iralene mientras arregla el collar del vestido de la chica.
-¿Actúa natural? –Dice Perdiz. -¿No es eso una contradicción? Estoy actuando, así que no es natural.
La señora se levanta y se aleja.
Estas mujeres fueron las primeras en juntarse en la reja, pero pronto hay más de cien personas. -¿Quién sabría que alguien pasaría su tiempo mirándome comer un sándwich triangular y sorber limonada? –Perdiz sólo pincha su comida, la revuelve en el plato de papel.
-No a ti. –Lo corrige Iralene. –A nosotros.
-Nosotros. –Dice él. –Lo siento. –Piensa en Lyda, ese es el nosotros del que se supone que sea parte.
-Ahora sé cómo se sienten los peces en el acuario. –Dice Perdiz.
-¡No golpees el cristal! –Dice Iralene.
Él mira el lujoso edificio departamental rodeando el parque. Allí es donde se quedó cuando recién lo trajeron devuelta a la Cúpula—donde en uno de los pisos inferiores hay gente suspendida en el tiempo, cada uno en su propia cápsula oscura y congelada. –Sabes que no estamos lejos de ellos. -Dice.
-Lo sé. –Dice ella con tanta rapidez e impasibilidad que no está seguro de si sabe de qué está hablando en realidad. Alza una frutilla. –Se ve real ¿O no?
-¿No lo es?
-Creo que es comestible.
-Eso es diferente a ser real. –Dice él.
Ella muerde y la multitud—gente que mayormente sobrevive a base de píldoras soytex y suplementos—parece inclinarse más cerca. Ella sonríe y dice. -Mmmmm. –Entonces levanta la frutilla y la sostiene frente a los labios de Perdiz.
-Cómela. –Quiere preguntarle si sigue a bordo como guía por las cápsulas.
Abre la boca. Ella aleja la frutilla y luego, cuando él empieza a protestar, ella se la mete en la boca para que sus dientes muerdan la fría dulzura. La multitud murmura, feliz.
-Sabes que si te tocara la nariz justo a ahora,  estallarían en awwws. –Dice ella. –Tenemos un montón de poder.
-Nunca tuve menos poder en mi vida.
Perdiz mira al grupo de gente. Atrapa la mirada de la mujer joven que le dijo que actúe natural. Ella sacude un dedo a modo de advertencia; no se supone que debe mirar a la multitud porque los pone incómodos. Y, de hecho, ellos cambian su postura y apartan la mirada.
Se gira devuelta hacia Iralene.
-Tenemos mucho poder, Perdiz. –Ella le toca la nariz y la multitud dice awww—tal vez liderado por el séquito, pero la adoración es considerable. Lo pone nervioso—la inmediatez.
Él se recuesta, como si estuviera en un picnic de verdad, con los brazos cruzados por sobre su cabeza, mirando el falso cielo—todo con tal de pretender que el público no está allí, rodeándolos.
Iralene también se recuesta. Descansa la cabeza en su pecho, acariciándole la pera con la nariz.
-Tus amigas me odian. –Susurra él. -¿No se supone que yo sea el tipo bueno?
Ella musita. –Piensan que eres consentido, superficial y cruel.
-Wow ¿Yo soy consentido y superficial? Podría decir lo mismo de ellos.
-Piensan que te entregaron todo en bandeja de plata.
-No es la primera vez que escucho esa queja. –Los niños de la academia siempre pensaron que la tenía mejor que ellos—el hijo de Willux. Weed justo lo estaba acusándolo de esto también, en tantas palabras. Y después escapó de la Cúpula y estuvo fuera, y se vio increíblemente mimado para Pressia y Bradwell y, bueno, para todos los que conoció.
-Y cruel. –Susurra ella. –No reaccionaste a eso.
-Soy cruel. Tienen razón en eso. –Dice manteniendo la voz baja.
Iralene alza la cabeza y lo mira. –No eres cruel. No te conocen como yo.
-Le estoy fallando a todos los que conozco, todos los que me importan.
-¿Incluso a mí?
-Sí, a ti. Me importas, Iralene. Lo sabes.
-No olvidé mi promesa. –Susurra ella. –El favor por favor.
-¿Tienes un plan? –Ahora sabe por qué ella eligió este lugar. Estaba muy consciente de qué tan cerca del edificio de las cápsulas está.
-Traje una radio. Tendrás que bailar conmigo para que esto funcione.
-¿Es parte del plan? ¿Tengo que bailar frente a toda esta gente?
Ella asiente. –Tienes que bailar y alzarme y darme vueltas. Beckley va a ayudar. Y tengo a alguien dentro—un experto—esperando.
Mierda. -¿Bailando? ¿Podemos hacerlo de alguna otra forma?
Ella sacude la cabeza y sonríe. -Nop. Es parte del plan.
Iralene se sienta, mete la mano en la enorme bolsa de lona y saca una radio pequeña. La multitud murmura entre sí inquieta, como si esto fuera justo lo que hubieran estado esperando. La chica prende el aparato y juega con el dial. Una canción suena con claridad. Es como la música tintineante de ensueño de un viejo parque de diversiones al que fue de niño ¿Cómo se llamaba? Crazy John-Johns. Recuerda la calesita, la montaña rusa, el dulce caramelo enrollado al aire en un palo de papel.
Y entonces se escuchan tambores.
Él sabe qué se supone que haga. El baile debe ser su idea. Se levanta y extiende la mano. Ella la toma y Perdiz tira para ponerla de pie. Se paran sobre el pasto. Él alza una mano y pone la otra en la parte baja de la espalda de Iralene. La canción es alegre y triste al mismo tiempo. El cantante quiere ser más viejo, quiere vivir con su novia, quiere ser capaz de decirle buenas noches y después dormir con ella. La última vez que Perdiz bailó, fue con Lyda. Estaban en la cafetería de la academia, transformada para el baile con calcomanías de estrellas pegadas en el techo. Recuerda la forma en la que ella olía—a miel—y siente la seda de su vestido y, debajo, sus costillas. Eso fue cuando se besaron por primera vez.
Pero aquí está Iralene. No sería lindo, no sería lindo, no sería lindoEl cantante sigue recitando la misma frase. Quiere vivir en el tipo de mundo que ambos encajen. Este no es, piensa Perdiz con la multitud oscilando a su alrededor. No lo es para nada.
La mano de Iralene encaja perfectamente en la suya. Ella se estira y toca la parte trasera de su cabello que roza el collar de su camisa. –Álzame y gírame ahora. Álzame.
Él la levanta mientras el cantante dice que quiere hablar sobre eso, incluso aunque lo empeore, pero todavía quiere hacerlo. Y mientras gira a Iralene, Perdiz piensa en Lyda, lo que lo hace peor, pero no puede evitarlo. Siente ese deseo. Cierra los ojos. Iralene es liviana. Le da más y más vueltas. Mira su rostro, retroiluminado con la falsa luz solar, y ella sonríe, y aun así, tiene los ojos llenos de lágrimas.  No sería lindo Ve la canción por un segundo como ella debe de verla— No sería lindo si todo esto fuera verdad… No sería lindo si realmente la amara… No sería lindo si pudieran casarse y quedarse juntos para siempre… ¿Eligió ella la canción? ¿Es esto lo que significa para ella? El cantante quiere casarse para que los dos puedan ser felices. Perdiz quiere llorar entonces, girándola y girándola.
La multitud aplaude ahora porque saben que la canción está terminando.
Si las cosas fueran diferentes—si no se hubiera ya enamorado de Lyda, tal vez él e Iralene podrían estar juntos. Quizás incluso podrían ser felices. Podría amarla de la manera que ella quiere que lo haga. Incluso desea—por un momento—que las cosas fuesen de la forma en la que Iralene lo imagina; sería mucho más simple. Entonces siente culpa por pensarlo. No, ama a Lyda, y va a ser el padre de su bebé.
El cantante le dice buenas noches, que duerma bien, la llama bebé.
Cuando Perdiz baja a Iralene, la multitud parece seguir girando a su alrededor, y mientras sigue sosteniéndola por la cintura, ella se lleva una mano a la frente y dice. -¡Perdiz! Estoy tan… mareada. –Y cuando se le aflojan las rodillas él la acerca más—tan cerca que ve el batir de los párpados de la chica.
El gentío lanza un grito ahogado y Beckley está allí enseguida. Le dice a Perdiz. –Levántala.
El chico la alza hasta su pecho.
-Atrás, gente. -Dice Beckley. –Llevémosla a algún lugar frío. –Le grita a los otros guardias. –Quédense aquí. Controlen a la gente. La llevamos a dentro. Asegúrense de que nadie nos siga.
Beckley guía a Perdiz lejos de la multitud, por el pasto en pendiente hacia el edificio en el que Iralene le prometió meterlo y guiarlo—el lugar que ella conoce desde siempre y al que nunca quiso volver.
Sus ojos se abren con un revoloteo. -¿Ves, Perdiz? Le soy fiel a mi palabra. Y tú también lo serás cuando llegue el momento de devolverme el favor ¿no?
-Por supuesto, Iralene. –Dice él dudando. –Por supuesto.
PERDIZ
RIESGOS
Alguien estuvo aquí antes que ellos. La falsa sala de estar titila sobre las paredes de cemento. Iralene sostiene la mano de Perdiz con Beckley a su lado. Esta es la casa que ella conoce. Él puede decir que la asusta ahora. Perdiz reconoce la felpuda alfombra blanca, el pequeño perro jadeante, los sillones enormes y sillas y arte moderna colgada de las paredes, y la cocina reluciente donde la imagen de Mimi una vez hizo muffins, una y otra vez, diciéndole a Iralene—sentada en el piano al otro lado del cuarto—que vuelva a empezar la canción.
Pero este bucle no es uno que Perdiz haya visto antes. La imagen de Iralene entra al cuarto usando una bata y pantuflas, después a la cocina, donde se sirve un vaso de leche y agarra un plato de galletas.
-Odio este. –Dice la Iralene real, apretando con más fuerza la mano de Perdiz. –Tu padre se lo hizo a mi madre. Un regalo del día de la madre.
Su madre llega desde la imagen de una puerta que Perdiz no recuerda que sea real. También lleva una bata, bien cerrada.
Mimi dice. -¿Qué hay de una charla de chicas con tu leche y galletas?
La falsa Iralene dice con alegría. -¡Bueno!
Perdiz sigue caminando. –El corredor está en la esquina ¿no? ¿El que lleva a las cápsulas?
La mano de Iralene se desliza de la de él. Ella camina hacia su imagen y la de su madre. –A veces pienso que él en realidad quería que fuéramos felices. –Dice.
Perdiz mira a Beckley, quien dice. –No tenemos mucho tiempo aquí. Si tardamos demasiado, la gente pensará que estás de verdad enferma y entrará en pánico.
Iralene se para dentro de su propia imagen. Conoce su parte y líneas. Alza la mano en perfecta sincronía con la imagen y se retuerce un mechón de pelo. Ella y la imagen dicen ambas al unísono. –Hay un chico en la escuela. Creo que es realmente especial.
-¡Oh, en serio! –Dice Mimi. -¿Y piensa él lo mismo de ti?
La imagen de Iralene baja la cabeza con timidez. Pero la Iralene real se estira y toca la cara de su madre. Por supuesto, no está allí. Su mano resbala en el aire. –Hay unos míos de cuando era incluso más joven. Con mi madre enseñándome a coser. Leyéndome cuentos en el sillón.
A Perdiz le da un escalofrío la idea de ver su vida en lugar de vivirla. -¿Las miraba mi padre?
-No podía simplemente meternos y sacarnos de suspensión cada vez que nos extrañaba. Debía tener estos pequeños momentos nuestros de vez en cuando. Y mi madre y yo los mirábamos, por supuesto. Eran versiones fantásticas de nuestras vidas. Nos amábamos allí dentro. Cada vez que nos traía uno nuevo, lo saborearíamos juntos.
Esto pasaba cuando el padre de Perdiz los ignoraba a él y Sedge, cuando los mandaba a la academia, cuando, después de que Sedge estuviera supuestamente muerto, ni siquiera se molestó en dejar que Perdiz volviera a casa para las vacaciones. Se siente extrañamente celoso, pero también enfermo. Esta no era manera de amar una familia.
Iralene ríe de la imagen de su madre, que está diciendo que tan maravillosa es la chica, cómo cualquier chico tendría suerte de ganar su corazón. –Ella nunca hubiera dicho eso en la vida real. Habría dicho: Debes hacer que se enamore de ti ¡Debes ser perfecta, Iralene! Si vale la pena, tendrás que engañarlo para que te quiera. –Se gira hacia Perdiz y Beckley mientras ambas imágenes siguen conversando. –No soy el tipo de chica de la que un chico se enamoraría con naturalidad.
Perdiz no está seguro de qué decir. Es encantadora—justo de la forma que es—pero no puede amarla.
Beckley es el que responde primero. -¿Sabes cuantos hombres te quieren? Tu imagen ha sido plasmada en cada pantalla.
-Quieren mi aspecto entonces. –Dice ella inexpresivamente.
Perdiz sacude la cabeza. –No, no lo compro. Con verte una vez de verdad—
-¿Y qué? -Dice Iralene con tantas ansias que lo interrumpe.
-Pueden ver a través de tu imagen. –Dice Perdiz. –Quién eres realmente. –Ella camina hacia él, toma su brazo y lo acerca. Perdiz se siente culpable cada vez que es amable con ella. Sólo le está dando falsas esperanzas, y está traicionando a Lyda ¿Pero qué debería hacer? ¿Ser cruel, en su lugar?
-Vamos. –Dice ella. –Por aquí.
Lo guía a él y Beckley por un pasillo. Las puertas a ambos lados están marcadas con placas—especímenes numerados y nombres. El aire zumba con electricidad. Iralene se detiene cuando llega a la puerta donde solía estar su nombre. El de su madre sigue allí debajo del espacio ahora vacío—MIMI WILLUX.
-¿Sigue viniendo tu madre?
-No puede permitirse envejecer, especialmente ahora que vuelve a ser soltera. –Dice Iralene como si fuera un hecho. –Pero ha estado fuera para todos los funerales y nuestra cita. –Apoya la mano en la puerta. –Aunque yo no volveré. Le hice prometer que podría ser libre ahora. –Ladea la cabeza. –Bueno, tan libre como pueda.
Siguen por el pasillo.
Este lugar es acechantemente oscuro y frío y lúgubre. Existen cuerpos detrás de cada puerta zumbando. Cuerpos mantenidos en el tiempo—¿por cuánto? Demonios. Weed tenía razón. Si puede liberarlos, arriba por aire, ¿Qué va a hacer con todos ellos?
-¡Dr. Peekins! -Llama Iralene por el corredor.
Escuchan el ruido de zapatos. Peekins da vuelta una esquina y se detiene con las manos en sus anchas caderas.
Es un hombre bajo y con pies de pato de la generación del padre de Perdiz. –Iralene. -Dice.
-Hola. –Dice ella con calidez.
Los dos se abrazan.
Iralene dice. –El rostro del Dr. Peekins era el primero que veía cada vez que salía a tomar aire.
-Y a veces también tenía que dormirte, lo que era desagradable cuando eras pequeña, antes de que entendieras por completo. –Desagradable es el tipo de eufemismo que la gente de la Cúpula usa ante algo horrible, inadmisible… Perdiz sólo puede imaginar cómo era anestesiar a Iralene de niña.
La chica inclina la cabeza y dice. –Me contaste historias para dormir ¿Recuerdas? El bebé en la canasta en el bosque que creció fuerte y hermoso.
Los ojos de Peekins están húmedos ¿Fue una figura paterna para Iralene? –Por supuesto que recuerdo. –Entonces Peekins se voltea hacia Perdiz. -¡Y este debe ser el mismísimo joven! –El hombre mantiene la mano en alto. Perdiz la sacude. –Nunca tuvimos el placer de conocernos, pero por supuesto, sé quién eres. –Como buena medida, también sacude la mano de
Beckley, lo que agrada a Perdiz. Mucha gente lo ignora.
-Perdiz necesita tu ayuda. –Le dice Iralene a Peekins.
Los ojos de Peekins recorren el pasillo de lado a lado. Se acerca un paso, bajando la voz. Parece saber que ayudar a Perdiz podría ser peligroso ¿Le contó Foresteed que está a cargo?
-¿Tiene que ver con Weed?
-¿Ha estado aquí? –Pregunta Perdiz.
-Mandó palabra. El bebé Hollenback. –Dice Peekins con suavidad. –Y ahora Belze.
-Sí. –Dice Perdiz. -Odwald Belze ¿Puedes ayudar?
Peekins se frota la ceja. –No se supone…
-Es importante. –Dice Perdiz.
-Sí, pero hay conflictos, sabes. –Se rasca el mentón. –Cosas más allá de mi control. Lo que puedo hacer es limitado.
Iralene toca su hombro. –Por favor ¿Puedes intentar?
Su cara se suaviza. –Por aquí. –Siguen a Peekins por un pasillo y después otro. -Belze es un hombre viejo y un Miserable, y ha sido mantenido sedado por mucho tiempo. Los congelamientos profundos son mucho más complejos que los cortos, como Iralene sabrá—parecido a la forma en la que trabaja la anestesia.
-¿Puedes traerlo con cuidado? –Pregunta Perdiz.
-Siempre tengo cuidado. –Dice Peekins, y se detiene frente a una muerta marcada como ODWALD BELZE. –Pero hay riesgos.
-¿La otra alternativa es nunca sacarlo al aire—nunca intentarlo siquiera? –Pregunta Perdiz. -¿Qué diferencia hay entre suspensión permanente y muerte?
Iralene asiente. –Cada vez que me sedaban me preguntaba si había sido olvidada.
-Nunca te habría olvidado. –Dice Peekins. –Lo sabes.
El hombre abre la puerta. Iralene y Perdiz lo siguen hacia un cuarto pequeño. Beckley se queda en el pasillo, haciendo guardia.
Y allí hay una cápsula de dos metros, con el vidrio empañado y gris hielo. Perdiz siente un escalofrío—desde muy adentro hasta la superficie de su piel. Peekins limpia el vidrio, revelando el rostro congelado de un hombre viejo.
Su expresión es tensa y dolorida. Tiene una larga cicatriz rosa oscuro corriéndole por el cuello, bisecada a un tercio del camino como una cruz. El abuelo de Pressia.
-¿Dónde está su pierna? –Pregunta Iralene.
-Vino así. –Dice Peekins. –Es un tipo de fusión en realidad. Algo de las Detonaciones. Hay un nudo de cables en el muñón. De qué, exactamente ¿quién sabe?
Perdiz recuerda estar con su media hermana cuando murió su madre—la sangre homicida llenando el aire. Ambos perdieron tanto. Y aun así, aquí está el hombre que cuidó de ella toda su vida, la única figura paterna que alguna vez conoció y que piensa que está muerto, y Perdiz puede devolvérselo. Es el mejor regalo en el que puede pensar. Amor, devuelto. –Quiero que sea tratado con mucho cuidado. –Dice Perdiz.
-Por supuesto. -Dice Peekins. –Sólo puedo tratar ¡Sin promesas!
-No le digas a Foresteed o Weed o a nadie más en el poder. –Incluso aunque Glassings respondió por Weed, Perdiz no está seguro. –Te lo estoy pidiendo directamente ¿Si?
Peekins asiente. –Sí, sí.
-Hay algo más por lo que vino. –Dice Iralene.
-Creo que sé que te trajo. –Dice Peekins
-¿Qué? –Pregunta Perdiz.
-No eres la primera persona en bajar y preguntar por eso. Cualquier cosa encerrada con tanta seguridad debe de haber sido de increíble valor para tu padre ¿no? –Así que sabe que Perdiz quiere que se le permita entrar a la cámara ¿Quién vino antes que él? Probablemente Foresteed. Tal vez Weed ¿Trataron miembros de Cygnus obtener acceso?
-¿Sabes qué hay allí dentro? –Pregunta Perdiz sin rodeos.
-Lo que está en el cuarto no es para ti. –Perdiz no está seguro de qué se supone que signifique eso ¿Es para su padre? ¿Para alguien más?
-No esperaba encontrar mi herencia, Peekins.
Este comentario sorprende a Peekins. Su cabeza se sacude un poco, y entonces aparta la mirada.
-¿Sabes qué hay en el cuarto? ¿O debería decir quién?
Peekins no responde.
-Debes decirme.
-No. –Dice Peekins. –No lo hago.
-Estoy a cargo ahora ¿No escuchaste? –Es una mentira, pero Peekins podría no saber la verdad.
El hombre lo mira y parpadea.
-Dr. Peekins, pensé que sabía cómo seguir órdenes. –Dice Beckley, parándose en la puerta con una mano en la pistola.
-Estoy siguiendo órdenes.
-¿De quién?
Mira a Perdiz. –De tu padre.
¿Su padre está vivo? ¿Es esto lo que Peekins está diciendo? -Jesús, Peekins. –Dice Perdiz tratando de reír. -¡Está muerto!
El doctor no se mueve, no dice nada. Se ve tan congelado como uno de los cuerpos en suspensión ¿Por qué estaría siguiendo las órdenes de su padre? –A menos que no esté muerto ¿Es él quien está en la cámara, Peekins? ¿Mi padre? ¿De alguna manera fue resucitado? –Perdiz apoya el hombro contra la pared para estabilizarse. -¿Es esa urna supuestamente llena con sus cenizas y puesta en exhibición en cada endemoniado funeral sólo un fraude? –Empiezan a pitarle los oídos. Lo maté, se recuerda. Lo maté. Quería que muera, y lo hizo.
Peekins sigue sin contestar. Perdiz quiere golpearlo en la cabeza. Quizás Weed tenía razón y un pequeño acto de violencia es necesario de vez en cuando. –Dime la verdad, Peekins—ahora. Dime lo que sabes.
-¿O qué?
Perdiz retrocede. Tortura. –O te haré entrar.
-¿Dónde? -Dice Peekins. –Escuché que pusiste fin a todo eso.
El chico aprieta la mandíbula. Mira a Iralene y Beckley en busca de ayuda ¿Pero qué pueden decir ellos? Peekins está declarando lo obvio. –Llévanos a la cámara de alta seguridad ¿Puedes manejarlo?
Peekins los guía por los pasillos hacia uno de los finales frente a la gran puerta de metal. Tiene cerrojo y barras, con un sistema de alarma iluminado con azul montado en la pared y un teclado a un lado de la puerta.
Perdiz posa la mano en la pantalla azul, esperando que funcione como alguno de los sistemas de huellas en el cuarto de guerra y antecámara de su padre, pero como Peekins predijo, nada sucede. Se inclina, buscando un escáner de retinas, pero nada ilumina sus ojos.
Mira el teclado ¿Es esto lo único que lo separa del cuerpo suspendido de su propio padre, presuntamente muerto? ¿O de Hideki?
Empieza a escribir todas las palabras clave que asocia con su padre:
Cisne. Sin respuesta.
Cygnus. Sin respuesta.
Fenix, Operación Fenix. Nada.
-Peekins, ¿Estoy cerca? ¿Es así como funciona?
Peekins está callado. Perdiz lo odia por esto. –Mierda. –Murmura. Está tan frustrado que empieza a errarle a las letras, escribiendo mal—aprieta BORRAR, BORRAR, BORRAR y empieza de nuevo. Siete, los siete.
Escribe cada uno de los nombres de los Siete—el de su madre, de su padre, Hideki Imanaka, Bartrand Kelly…
Entonces a Beckley le llega un mensaje por su auricular. –Los otros guardias dicen que la multitud está empezando a preocuparse. Quieren llamar a una ambulancia. Un doctor se identificó a sí mismo y preguntó si puede ayudar. Debemos irnos.
-Todavía no. –Dice Perdiz.
-¡Tenemos que! –Dice Iralene, tirándolo del brazo, haciendo que se equivoque de nuevo.
-¡Iralene! ¡Suéltame! –Empieza de nuevo. Edén, Nuevo EdénNada funciona.
Peekins se acerca y susurra. –No se supone que estés aquí en verdad. Conozco la verdad.
¿Que Foresteed tiene todo el poder real? ¿Que lo está chantajeando? ¿O está Peekins diciendo que sabe que Perdiz mató a su padre?
-La verdad es que mi padre está muerto. No puedes seguir sus órdenes. –Le grita Perdiz a Peekins.
-¡Sé que lo está! –Entre más dice que su padre murió, menos real se siente. Las palabras parecen desprenderse de su significado y son sólo sonidos. –Sólo tratas de meterte en mi cabeza ¿O no? ¿Para quién trabajas en realidad? ¿Foresteed? ¿Weed?
Peekins alza el mentón y no dice una palabra.
-Voy a meterme en esta cámara, Peekins. Con o sin tu ayuda. Deberías estar en el lado correcto cuando el momento llegue.
-Reconozco el lado bueno del malo. -Dice Peekins lentamente. -¿Y tú?
Perdiz se inclina hacia delante y pone la cara a un centímetro de la del hombre. –No me presiones ¿Me escuchas? No me presiones.
Por primera vez, Peekins se ve un poco asustado. Asiente lentamente ¿Así se siente un bully? Se pregunta Perdiz. Si es así, se siente bien.
Beckley dice. –Vamos.
-Tenemos que irnos. –Dice Iralene. –Sígueme.

Y empiezan a correr por los pasillos, pasando placa tras placa—tantos cuerpos, congelados, atrapados, pero con vida.