domingo, 26 de octubre de 2014

Arder/Quemar - Capítulo 56: En Todos Lados - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

PERDIZ
EN TODOS LADOS
Perdiz está atado a la camilla y cubierto completamente con una sábana blanca. Ahora están fuera del hotel. Iralene y Beckley, vestidos con batas blancas de laboratorio y máscaras de cirugía, lo guían por las calles, las ruedas repiquetean contra el pavimento. Sólo puede ver la sábana iluminada, fina y brillante sobre sus ojos. Sabe que hay gente corriendo cerca. Pasan por un grupo de voces. Se desata una pelea—puede oír a dos hombres enojados gritando.
Hay un alarido y más chillidos en la distancia—un par de disparos.
Se supone que esté muerto, pero se siente muy vivo—le duele el corazón, cada latido es como un golpe dentro de su pecho. Glassings murió. Todos podría hacerlo ¿Puede estar su hermana realmente conspirando para derribar la Cúpula? ¿Es esta sábana que cubre su rostro—la tela fina y blanca que le entra a la boca cada vez que respira—una advertencia? Muerte—¿es ese su futuro cercano?
Escucha a Beckley gritar. -¡Cuidado con el cordón!
La camilla vira, choca contra el concreto.
Se están moviendo tan rápido como pueden. Pasan agujeros, sacudiendo su cuerpo. No hay auto esperándolos esta vez. Por suerte, están en el mismo nivel en la Cúpula que el rascacielos con las cámaras de suspensión.
Perdiz no soporta no ser capaz de ver. Pellizca la sábana, la levanta unos centímetros a un lado y gira la cabeza. Tiene una vista lateral de todo, las calles llenas de gente. Algunos corren, siguiendo niños, llevando jarras de agua y cajas de píldoras soytex. Están metidos en tiendas con filas que serpentean por la cuadra. Algunos están ocupados sellando ventanas con lonas y cinta adhesiva por miedo a que la Cúpula protectora se rompa. Gracias a Foresteed, algunos tienen rifles en la espalda.
Aun así, siguen empujando. Como hombre muerto, es ignorado. Los Puros se han acostumbrado a la muerte. Se están preparando para más. Sus rostros son una mezcla de miedo, pánico y una extraña resignación—como si hubiera llegado al fin algo que estuvieron esperando por un largo tiempo.
Pero entonces ve a alguien escribiendo en uno de los posters, Perdiz e Iralene en una cita—un hombre garabateando en pintura roja oscura sobre sus caras: LA ESCORIA DEBE MORIR.
Perdiz se estremece. Esta gente los amaba a él e Iralene. Ellos fueron la razón por la que se casaron—para mantenerlos felices, darles un motivo para vivir ¿Y ahora son escoria? ¿Deben morir? Deja caer la sábana ¿Va a ser asesinado por Puros? ¿Es así como irá?
Una vez dentro del edificio, Iralene y Beckley rápidamente lo desatan. Todos corren por lo que se está volviendo una serie más familiar de pasajes y pasillos largos e inquietantes, pasando cuartos apenas iluminados zumbando con la maquinaria que mantiene a la gente suspendida viva.
-Justo arriba. -Dice Iralene.
Perdiz los sigue a ella y Beckley por una esquina y ve una puerta, la luz sale de la habitación al pasillo. Iralene y Beckley bajan el ritmo. Perdiz se estira, pausa y después golpea. Peekins y una enfermera levantan la vista de una gráfica.
-Ah, es bueno verte, Perdiz. –Dice Peekins. –Me alegra que pudieras llegar bajo las… circunstancias.
El cuarto es sorprendentemente brillante y cálido. Beckley e Iralene se quedan cerca de la puerta, manteniendo un ojo en el corredor.
Perdiz camina hasta la cápsula y puede ver la silueta emborronada del rostro de Odwald Belze—su tieso cabello blanco, sus ojos cerrados, sus mejillas cetrinas—cristalizado con una fina capa de hielo. La cicatriz en su cuello es roja, preservada cuando era una herida quirúrgica reciente. Perdiz recuerda la pequeña caja azul que contenía el ventilador removido de su garganta, y la cara de Pressia cuando descubrió que significaba que su abuelo había muerto.
-Las cosas se están desmoronando rápido. –Dice Beckley.
-Debemos movernos rápido. –Dice Iralene.
-¿Cómo se ven las cosas? –Pregunta Perdiz.
-Sólo un poco más y sabremos si habrá daño a largo plazo. –Dice Peekins.
-¿Daño? Pensé que o sobrevivía o no.
-Hay un montón de escenarios en el medio. –Dice Peekins, obviamente frustrado con él. –Silencio, por favor.
El médico y la enfermera trabajan velozmente. Ponen la cápsula en posición horizontal. El brillante calor incubado desempaña el vidrio. El latido en la pantalla cerca de la cápsula se acelera. De hecho, Perdiz se preocupa porque el corazón esté ahora latiendo demasiado rápido. Los bips llegan pronto.
Con un zumbido eléctrico, el vidrio se retrae en la cápsula, revelando el rostro de Belze—rígido y húmedo por los cristales de hielo derretidos.
-Interesante capacidad pulmonar total. -Dice Peekins, y mete la información en la computadora, su rostro contraído por la concentración.
La caja torácica de Belze sube y baja temblando y entonces toma aire por la nariz. Tira la cabeza para atrás, sus mejillas y carrillos se mecen, y luego su rostro se contrae. Sus ojos se aprietan. Sus pulmones parecen cerrados.
-¡No respira! –Dice Perdiz.
-Aguarda. –Dice Peekins, sus ojos moviéndose por el panel de control. –Sólo aguarda…
El corazón de Belze empieza a latir con fuerza—el bip es estridente y continuo—pero yace con rigidez.
-Está funcionando a toda marcha. –Dice la enfermera.
Perdiz grita. -¡Hagan algo! ¡No podemos perderlo!
Y entonces Belze toma otra bocanada de aire, lo que parece imposible. Ahora está aguantando demasiado aire.
Su rostro se torna de un rojo purpureo profundo.
-Aguanta. –Dice Peekins. –Aguanta, aguanta, aguanta.
Los labios de Belze empiezan a volverse azules.
-Jesús. Está muriendo. –Grita Perdiz. -¡Está muriendo justo aquí ante sus ojos!
Iralene trata de hacer retroceder a Perdiz de la cápsula. –Perdiz. –Dice suavemente.
Peekins repentinamente parece ser presa del pánico. -¡No sé qué más hacer! ¡Nunca hice esto con alguien tan viejo!
Y entonces el latido se detiene. El bip se vuelve una sólida línea mortal.
Perdiz se estira y toma los hombros de Belze, que siguen fríos.
-¡Retrocede! –Grita Peekins, pero Perdiz empuja el cuerpo del anciano lo suficiente para hacerle colgar una rodilla sobre la cápsula, y después se inclina sobre las costillas de Belze. Aprieta contra su pecho con todas sus fuerzas.
Nada.
Beckley grita. -¡Perdiz! ¡Déjalo ir!
El chico aprieta de nuevo.
-¡Si vas a hacerlo, hazlo bien! –Grita Peekins y apunta al lugar donde las costillas de Belze se juntan en el centro del pecho.
Perdiz retrocede y empuja, sus codos trabados. El anciano sigue rígido.
Perdiz cierra los ojos y lo vuelve a hacer una y otra vez. -¡No mueras! –Grita -¡No mueras! –Puede sentir la fina piel del viejo, los huesos en su pecho, el ceder de sus ligamentos.
-Se ha ido. –Dice la enfermera.
-Perdiz. –Dice Peekins. -¡Detente! –Sacude al chico por el hombro. -¡Para!
Perdiz, sin aliento y sudando, sigue.
-Es una causa perdida. –Dice Beckley.
-Para, Perdiz. –Dice Iralene. -¡Por favor!
Y Perdiz se pregunta si tienen razón. Abre los ojos. El rostro del anciano está tenso. Ya falleció. Perdiz sigue. Quiere llorar, pero entonces la máquina salta. Hay un latido… y otro. Los ojos del hombre se abren con un revoloteo y se centran en los de Perdiz.
El pecho de Belze sube y baja con sacudidas. Sus ojos están bien abiertos. Deja salir un suspiro profundo y repiqueteante.
-Odwald. –Dice Perdiz. Se inclina hacia el anciano. -¡Odwald! ¡Estás aquí! ¡Estás bien!
Perdiz se baja de un salto. Peekins y la enfermera trabajan ahora con rapidez, estabilizando a Belze. No mucho después, está tranquilo. Su respiración y latido son estables. Perdiz dice suavemente. –Vamos a reunirte con Pressia ¿Si? Te extraña. Quiere verte ¿Bien?
-Pressia. –Dice el hombre viejo, sus labios temblando con su nombre.
-Sí. Te extraña.
-Mi esposa.
Perdiz sacude la cabeza. –No, tu nieta.
El anciano parece confundido. -¿Dónde estoy?
-Está bien. –Dice Perdiz. –Está bien.
-¿Dónde está mi esposa? ¿Dónde está Pressia?
-Tu nieta. –Dice Perdiz.
-No tengo una nieta ¿Cómo podríamos si ni siquiera pudimos tener hijos propios?
Perdiz mira al resto.
-Está desorientado. –Dice Peekins. –Quizás sea temporal.
-Esto ocurre algunas veces. –Dice la enfermera.
Perdiz camina hacia la pared y se apoya en ella, tratando de aclararse la cabeza.
-¿Dónde estoy? –Dice Belze.
-Estás en un hospital. –Le dice Peekins con calma. –Vas a ponerte bien.
Perdiz dice. –Él no era su abuelo real. La encontró después de las Detonaciones y la cuidó como si fuera propia. Debe de haberla nombrado por su esposa. Fue como la hija que nunca tuvo.
Peekins le está explicando cosas al anciano. –Pasaste por una operación, y estuviste en un tipo de coma, pero vas a estar bien.
Beckley dice. –Está aquí, pero no lo está.
Perdiz mira el suelo. No acabó aquí. Sale del cuarto y camina por los pasillos.
Corre aunque se siente mareado. Con una mano en la pared, se apoya en ella cuando gira.
Iralene y Beckley lo siguen. -¿Qué pasa, Perdiz? –Grita Beckley. -¿A dónde vas?
-¡Perdiz! –Lo llama Iralene.
Saben a dónde va. Sigue corriendo dentado por los pasillos hasta que llega a la cámara de alta seguridad—la que está toda sellada y a la espera de que Perdiz descubra algún código, alguna contraseña.
El chico mira la puerta, sin aliento, mientras Beckley e Iralene lo alcanzan. -¿Qué tienes allí dentro? ¿Qué me dejaste? –Le está hablando a su padre directamente. Está
en todas partes; dentro suyo.
-Quizás no quieras saber. –Dice Iralene.
-Tal vez no puedas saber. –Dice Beckley.
Perdiz se gira y sacude al guardia. -El abuelo de Pressia no la recuerda. Lo traje de vuelta—pero una parte sigue muerta ¡Intenta tú darle eso a Pressia como un regalo! Tú trata.
-Tranquilo. –Dice Beckley, alzando las manos.
-¿Qué pasa si su padre está allí adentro? Hideki Imanaka es la persona que mi padre más odiaba en el mundo. Mi padre amaba a sus pequeñas reliquias. Debió de haber mantenido a Imanaka si pudo. Y podía hacer lo que sea ¿no?
Beckley camina hasta la pesada puerta de metal.
-He hecho todo lo que pude para progresar. Necesito que éste sea el padre de Pressia. Lo necesito.
-Tratamos un montón de combinaciones, Perdiz. –Dice Beckley. –No podemos abrirla.
-Vuélala.
-Tu padre se aseguró de que esto no sea sólo sobre un show de fuerza. -Dice Iralene. –Era sobre un secreto. Algo que tal vez sólo ustedes dos sepan.
Perdiz se corre las manos por el cabello -¡Mi padre y yo no compartíamos secretos! No compartíamos nada. –Ni siquiera amor, piensa Perdiz. Su padre ni siquiera lo amaba. Eso es lo que le dijo antes de matarlo. Nunca entenderás el amor.
¿Quiere su padre amor?
Perdiz mira a Beckley. Sus manos sostienen la memoria de comprimir las costillas de Odwald Belze. Están temblando, como una vez lo hicieron las de su padre. Es como si el viejo nunca lo fuera a dejar. Es, por un breve momento, como si su padre se hubiera metido en su camino, como si hubiera transferido su cerebro al cráneo de Perdiz y está dentro por siempre. Odia a su padre más que nunca, y sabe ahora qué quiere—qué demanda.
-Debo saber qué hay allí adentro, Beckley.  –Toma la manga de la bata de laboratorio de Beckley. –Debo decirle que lo amo.
-¿Qué?
Perdiz sabe que su padre quiere que salga de su propia boca. –Hay un parlante. –Susurra de espaldas contra la puerta sellada. –Quiere que lo diga.
-¿Estás seguro de que es eso? -Beckley no suena convencido, pero no conoce a Willux como Perdiz.
Iralene posa la mano sobre el frío metal de la puerta.
-El cuarto dentro de la cámara de guerra estaba lleno de viejas fotos, cartas de amor—escritas para cada uno. Todas las cosas que nunca dijo. Porque nunca las decía, nunca las escuchó de vuelta. Sé qué quiere. -Nunca estuve más seguro de nada en mi vida. –Perdiz lo sabe porque su padre está dentro suyo—un hechizo desde el interior. Eso es lo que no le puede decir a Beckley.
-Dilo. -Susurra Iralene.
Perdiz se gira hacia la puerta. Camina hasta el pequeño parlante. Cierra la boca y sacude la cabeza. No lo dirá. No puede. Quiere decir:
Déjame en paz. ¿Es esto lo que le pasa a todos los asesinos? Su cuerpo es una prisión. Perdiz golpea los puños contra la pared sobre su cabeza.
Intenta pensar en alguien más. Puede fingirlo. Pero su padre está allí en su cabeza—sus manos curvadas y ennegrecidas, su respiración silbante. Un Miserable al final. Y entonces, no está seguro de dónde viene, pero dice. –Un Miserable como yo. –Hay una canción sobre ser un Miserable, sobre la gracia de Dios. Quiere decirle a su padre que son todos Miserables. Que todos necesitamos ser salvados. Pone la boca contra el parlante. –Te quiero. –Dice. –Eres mi padre. Siempre te quise. No tuve opción más que hacerlo.
En alguna parte dentro de las cerraduras elaboradas de su padre, sus palabras coinciden con algún criterio ¿Fue sólo su voz? ¿Fue el dolor en ella lo que activó algo? Nunca lo sabrá.
Empiezan los clics. La puerta finalmente cede. Su sello está roto. Frío se filtra del cuarto helado.
Niebla roda hacia el pasillo.
Perdiz pone la mano en la puerta y lentamente la empuja para que se abra.
Una luz adelante se enciende con un parpadeo, iluminando cuatro cápsulas pequeñas.
Perdiz se acerca y ve infantes en cada una. Yacen de costado. Tienen tubos en la boca. Sus pieles están todas levemente cristalizadas y tintadas de azul, igual que Jarv Hollenback cuando lo vio por primera vez aquí abajo. El cuarto también tiene una mesa en la esquina con una caja de metal sentada arriba.
-Cuatro pequeños bebés. –Dice Iralene, entrando a la habitación e inclinándose sobre uno.
-Mi Dios. –Dice Beckley cuando pasa por la puerta. –Mi Dios.
Perdiz no lo entiende. Mira a Beckley, quien empalidece y retrocede.
El guardia se toma del marco de la puerta y mira a Perdiz con los ojos bien abiertos. –Jesús, Perdiz ¿No lo sabes?
El chico sacude la cabeza y mira a Iralene. Observa el entendimiento también llegar a su cara.
Mira a las cápsulas de nuevo. Esta vez busca placas con nombres en los bordes. Encuentra una pequeña etiqueta plateada frente a cada cápsula con las iniciales:
RCW, SWW, ACW, ELW.
rcw—sus iniciales: Ripkard, su nombre real; Crick, su segundo nombre; y Willux.
sww—las iniciales de su hermano: Sedge Watson Willux.
Se agarra de esta segunda cápsula y se mueve rápidamente hacia la tercera placa: ACW. Aribelle Cording Willux, su madre.
Dice, -No, no. –Mientras sus ojos se disparan hacia la placa final: ELW. Su padre. Ellery Lawton Willux.
¿Podría ésta ser su familia—reconstruida?
Piensa en los bebés prematuros detrás del banco de ventanas en el cuarto de bebé. Clones—hechos de la codificación genética de Puros y Miserables.
¿Está mirando a su madre y padre—como infantes? ¿Está mirándose a sí mismo y a Sedge? ¿Es esto lo que su padre le dio? Su familia ¿De vuelta?
Una de sus rodillas cede. Se toma del borde de una cápsula y camina hacia la caja de metal en la única mesa. La mira por un momento. Le corre la sangre en los oídos. Sus ojos se empañan. Parpadea, y la caja vuelve a estar en foco.
Tiene que abrir la tapa.
-No. –Dice Iralene. –Déjala.
Pero no puede. Saca la tapa con los pulgares. Resuena contra la mesa.
Dentro, hay instrucciones médicas—un programa para envejecer los especímenes para que eventualmente tengan la diferencia de edad correcta para ser una familia de nuevo. ACW y ELW tienen que ser sacados y envejecidos por veinticinco años, y entonces SWW puede ser sacado. La madre y padre de Perdiz tuvieron a Sedge cuando tenían veinticinco años. RCW puede ser sacado dos años más tarde.
Y entonces… ¿Qué tenía su padre en mente? ¿Serían una familia? ¿Una familia normal? ¿Reunida y completa?
Tal vez no se arrepentía de haber matado a su madre e hijo mayor porque seguían vivos.
Perdiz vuelve a las cápsulas—los pequeños infantes ¿Qué hará con ellos? Ésta es su herencia.
La radio de Beckley lanza un graznido ¿Puso la hermana de Perdiz el plan en acción? ¿Están los supervivientes invadiendo? ¿Es este el principio de otra guerra sangrienta? Dice. -Iralene, dime algo en este mundo que importe. Dime algo sagrado.
-Tú importas. –Susurra ella. Pero esto no es lo que él necesitaba oír.
Beckley vuelve a entrar al cuarto. -Lyda y Pressia han sido encontradas.
-¿Piensas que ha empezado? –Pregunta Perdiz.
-Un grupo se formó no lejos de la Cúpula. –Dice Beckley. –De acuerdo a los reportes, parece que se mueven.
Iralene y el guardia salen al pasillo y, por un momento, son sólo Perdiz y los infantes. Su padre también pensó que estaba haciendo lo correcto. Pero ahora Perdiz sabe que él no es su padre. Su padre siempre le fue un extraño. Perdiz va a tratar de salvar la Cúpula, no por lo que significa, o por lo que aspira a ser, sino porque cada persona importa. Puede tratar de salvar vidas.
Iralene trata de nuevo. –El hogar es sagrado, Perdiz.
-Tenemos que traer a Lyda y Pressia al cuarto de guerra. A Odwald Belze también.
-La familia es sagrada. –Susurra Iralene. –Un hogar lleno con la familia.

Él camina hacia el pasillo. Las luces en la habitación se apagan con un parpadeo. La puerta se cierra automáticamente. El único ruido es el sonido de las cerraduras volviendo a su lugar con clics.

sábado, 18 de octubre de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 54: Otro cielo y 55: Palabra desde lo Alto - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

PRESSIA
OTRO CIELO
El aire en el tacho es cerrado y cálido por sus cuerpos. Pressia y Lyda se habían enderezado para estar sentadas lado a lado. Se sostienen las manos como hermanas. A Pressia le hubiera gustado haber tenido una hermana. Recuerda cómo era esconderse en la cabina en la parte trasera de la barbería quemada, sola.
Mientras Chandry las empuja, Pressia le cuenta a Lyda sobre Irlanda—los jabalíes; las criaturas ciegas y viciosas en el bosque; la enredadera con espinas. Le confiesa lo que le hizo a Bradwell, y cuando lo hace, puede ver sus grandes y negras alas. Dice. –Quiero volver con él. –De hecho, justo ahora, atrapada en este tacho, moviéndose hacia alguna locación desconocida, se iría si pudiera. El vial, la fórmula, salvar vidas… A veces desearía que alguien más pudiera hacerse cargo en su lugar. Quizás sólo esté siendo infantil, pero extraña ser protegida, cuidada. Echa de menos a su abuelo.
No le dice a Lyda que ella y Bradwell están casados. No es algo que alguien más vaya a entender ¿Puede el bosque ser una iglesia? ¿Son las promesas susurradas de dos personas suficientes?
Lyda le aprieta la mano en la oscuridad. –Lo entiendo. –Dice. –Justo ahora, es como si pudiera sentir a mi otro yo aún allí afuera en el bosque—corriendo entre los árboles. Quiero ser ella otra vez…
-No es lo mismo allí afuera. –Dice Pressia, y le explica los efectos de los ataques más recientes de la Cúpula—los incendios, la destrucción, las Fuerzas Especiales más jóvenes y crudas y fáciles de matar. Y los soldados que son como Terrones. Las muertes en ambos bandos.
-¿Y las Madres? –Susurra Lyda.
-Sobrevivieron mejor que la mayoría. Madre Hestra quería que te dijera que te extraña, que eres como una hija para ella.
Lyda suspira. –No puedo vivir aquí por el resto de mi vida, Pressia. Debes entender. Este lugar tiene que ser detenido. Me recuerdas la primer vez que salí—pálida y débil. Me criaron para ser pálida y débil. –Dice Lyda. –Me educaron para ser callada y dulce. No sabía de qué era capaz. Tú vas por allí pensando que no es justo que los Miserables tengan que vivir allí afuera. Pero yo sé que no es justo que los Puros tengamos que vivir—detrás de vidrio, correteando en nuestro mundo falso. Si la Cúpula cayera, sería piadoso—no para los Miserables, sino para los Puros.
-No sé… -Dice Pressia. -¿Estás segura de eso, Lyda? ¿Realmente lo crees?
-Es algo que quizás nunca entiendas. Pero esa es mi verdad. Mía.
-Tengo la cura, Lyda. Tengo lo que necesitan para ayudar sobrevivientes, para salvarlos. No podemos tratar de…
Lyda le aprieta la mano en la oscuridad de nuevo y le cuenta a Pressia sobre la cámara interna en el cuarto de guerra.
-Hay un botón. Puede liberar un gas venenoso y matar a los sobrevivientes. A todos.
-¿Quién tiene acceso a él?
-Sólo Perdiz.
-Nunca lo haría. –Dice Pressia.
-¿Incluso si pensara que es para salvar gente en el proceso? –Dice Lyda. -¿No crees que será capaz de racionalizarlo?
Pressia dice. –No sé qué va a pasar, pero le prometí a las Madres que trataría de sacarte ¿Es eso lo que quieres?
-Más que nada.
El cesto se detiene.
-Hay algo más, Pressia. Perdiz puede comunicarse con otra gente en lugares distantes. Si tu padre está allí afuera…
Pressia no está completamente sorprendida. El sistema de comunicación es cómo Bartrand Kelly supo que Willux estaba muerto y que Perdiz estaba al mando. –Si pudiera hablar con mi padre, me gustaría escuchar su voz. Me gustaría que sepa que estoy aquí. Pero no puedo pensar en nada de eso ahora. No puedo.
-Quiero creer en cómo una vez era entre Perdiz y yo—cómo nos amábamos. Pero tampoco puedo pensar en eso.
Escuchan el chirrido de los goznes de una puerta. Y luego están en movimiento de nuevo, bajando lo que parece ser una rampa.
El carrito se detiene nuevamente.
Chandry abre la tapa y allí arriba hay estrellas—miles. Milagrosas e inexplicables luceros como agujeritos brillantes en otros planetas distantes. Ambas se levantan y Pressia espera una ráfaga de viento.
Pero no, no están afuera. La imagen sobre ellas no es del cielo. Se encuentran en un teatro con filas curvadas de asientos. El cielo es sólo un techo—oscuridad moteada por bombillas de luz.
IL CAPITANO
PALABRA DESDE LO ALTO
El arenero donde Il Capitano y Helmud fueron atados a un marco de un par de hamacas y golpeados, es parte de una escuela primaria, e Il Capitano yace de lado sobre un catre mohoso y casero en lo que debió una vez haber sido la biblioteca, ahora sin techo, sólo las vigas y travesaños restantes. Los rodean estanterías de metal, algunos todavía llenos de pedazos de ceniza y polvo—¿Qué solían ser libros? Helmud ocupa la mayor parte de la almohada plana, fría y húmeda—tan nauseabunda que realmente no vale la pena el leve confort. A veces, un ex-soldado de la ORS entra, le da tragos de agua y se va con rapidez.
Il Capitano escucha voces, huele el humo de fogatas ¿Cuánta gente hay allí afuera? Escucha ganado. No—un bebé llorando. Sus ojos están casi cerrados por la hinchazón.
¿A dónde fue Pressia? A la Cúpula ¿Dónde está Bradwell? Aquí no ¿Simplemente lo dejó rodeado de estantes de libros muertos? Il Capitano se cansa de nuevo. Cabecea y sueña.
Recuerda la forma en la que su madre les leía, recuerda las grandes páginas en los libros. Il Capitano en la cama de arriba, Helmud debajo. Cada uno envuelto en sábanas blancas. Verano. Un ventilador de pie en la esquina cortando aire—un zumbido constante. La luna encerrada en la ventana.
Cuando ella enfermó, quería salvarla. Cuando se fue, tomó el mando. Se sentó en su silla para leerle libros a Helmud. Una sábana vacía arriba. Cuando su hermano dormía, Il Capitano ponía el rostro frente al revolver del ventilador, dejándolo tartajear su voz—cantando desde atrás.
Lo están pinchando. Helmud se endereza en el catre detrás suyo.
-Un par de costillas rotas. Mayormente contusiones. Todos los cortes fueron cosidos. Con suerte dejó de sangrar internamente. –La voz es áspera y baja. –Quizás un par de fracturas en las piernas. Difícil de decir.
Y entonces está la voz de Bradwell. -¿Cuánto antes de que pueda pararse y moverse? –Il Capitano apenas puede ver sus rostros a través de las ranuras de sus ojos.
-Sufrieron deshidratación. Pero están tomando fluidos. Tendrían que estar de pie pronto—o
él tendría, debería decir.
El polvo en el aire—la ceniza de hojas, encuadernados ¿Cuánto tiempo pasó? No puede decir si fueron horas o días.
Bradwell está a su lado, arrodillado. La otra persona se va. El chico endereza el saco de Il Capitano.
-¿Cómo estás?
-Bien. –Murmura.
-¿Helmud? ¿Estás bien? –Dice Bradwell
Il Capitano siente el sacudir de la cabeza de Helmud.
-Bien. –Dice Bradwell, y se para y toma asiento en su pequeño baúl.
-¿De dónde vino eso? –Pregunta Il Capitano.
-Tuve que ir y tomarlo de los cuarteles. Sabes cómo soy con él.
-Un día, lo dejarás ir. –Dice Il Capitano. Él ha dejado ir su propio pasado. Está limpio.
-Un día. –Bradwell frota los nudillos contra la superficie. –En este baúl, mis padres siguen vivos de alguna forma. Empecé a reescribir su manuscrito. Tenemos más pruebas. Escribí un montón de cosas, Cap. Necesitaba hacerlo. Me alegra que estés mejor. - Bradwell se para y se mete las manos en los bolsillos. –Estaba preocupado.
-Sigues preocupado. –Dice Il Capitano. –Puedo notarlo.
Bradwell mira el cuarto, cruza los brazos sobre el pecho. –Volví a la bóveda.
-¿Por qué?
-Escondí la bacteria allí en uno de los agujeros que solía ser una caja del depósito de seguridad.
Il Capitano siente como si un globo hubiera explotado en su pecho. -¡Gracias a Dios! –Quiere llorar. –Pensé… -Decide no confesar haberla perdido ¿Por qué admitir tal absoluta falla? –Eso fue inteligente.
-Te saqué la bacteria cuando estabas borracho. No creí que estuvieras en la mejor forma para mantenerla a salvo. Y tuve justo tiempo suficiente para esconderla cuando entraron a las corridas.
-Gracias y, siento eso. –Dice Il Capitano.
-Bueno, sólo hay algo más. –Dice Bradwell.
Il Capitano sabe que no quiere oír esto. -¿Qué?
-No está.
-¿No está? –Dice Helmud
-¿Estás seguro de que revisaste el agujero correcto? –Dice Il Capitano. –La pared estaba llena de ellos.
-Los revisé todos. -Bradwell se corre las manos por el cabello. –Alguien la tomó.
-¿Gorse?
-Hablé con todas las personas que estaban en la bóveda. Están de mi lado ahora. Actúan como si fuera un Dios. No fue ninguno de ellos. Estoy seguro.
Le encantaría estirarse y ahorcarlo—un viejo instinto. Pero, por supuesto, él mismo pensó que fue quien la perdió. No puede realmente culpar a Bradwell, y no tiene la fuerza para asfixiar a nadie ahora de todas formas.  Y entonces se da cuenta de cómo se siente realmente sobre la bacteria. Quizás la quería desaparecida. –Sería un alivio que ya no esté en nuestras manos. –Dice. –Excepto que significa que está en las de alguien más.
Bradwell lo mira, confundido. -¿Por qué sería un alivio?
-No podemos tirar abajo la Cúpula.
-¿Qué?
Il Capitano quiere decirle que fue perdonado. Está limpio. –No puedo volver.
-¿Volver a qué?
-A quién solía ser.
-Debemos hacerlo, Cap.
-¿Por qué?
-Para que no haya una división ¿No estás cansado de ser nada? ¿De ser algo dejado para morir?
Il Capitano no puede mirarlo. Ha sido nada por tanto tiempo que no se puede imaginar otra cosa. –Siempre habrá una división. Siempre seremos nosotros y ellos. Y si esta separación desaparece, habrá otro nosotros y ellos.
-Deben enfrentarse a lo que hicieron.
-¿Por qué?
-Todos están esperándome—adoradores de la Cúpula, revolucionarios, la ORS, incluso algunas de las Madres. La solidaridad nos salvará—tú lo dijiste. Incluso los adoradores de la Cúpula creen que esta podría ser una manera de unirse a los Puros, en su propia forma retorcida. Bajaron de los cuarteles, subieron de la ciudad y salieron del bosque y de los Fundizales. Quieren que los lidere.
Esto duele. Il Capitano ha estado tratando de amasar un ejército todos estos años, y viene Bradwell y se lo lleva. Sabe que no es el punto, pero aun. -¿Cuántos hay?
-Demasiados para contar. Y ahora no tengo nada.
Il Capitano se sienta, apoyando la espalda de su hermano contra la pared.
Helmud dice. –Contar. –Tal vez piense que necesitan saber cuántos hay exactamente si terminan dirigiéndose hacia algún tipo de batalla.
-Ahora es el momento. –Dice Bradwell. –Necesitamos la bacteria ¿Cómo sino van los Puros a aprender?
-¿Te refieres a cómo sino tendrás una oportunidad de castigarlos? ¿En serio estás jugando a ser Dios?
-Willux jugó a ser Dios—no yo. –Clava los talones de sus botas en el sucio suelo. -¡Pressia está atrapada allí, Cap! ¿Quieres que simplemente la abandone?
-¿Estás haciendo todo esto para traerla de vuelta? -¿Será Bradwell el héroe en todo esto? Pressia presionó a Il Capitano para hacer lo correcto ¿No está haciéndolo por fin? ¿No vale de algo?
-Lo hago porque es la misión. Hasta ahora, era tu misión.
-Dijiste que enseñabas Historia Eclipsada porque debíamos aprender  del pasado para no repetirlo ¿No es este sólo otro apocalipsis, más pequeño—bajo tus propios términos esta vez?
Bradwell se sienta en el suelo, se apoya la cabeza en las manos. Sus alas vuelan el polvo a su alrededor. Se frota los ojos ¿Está por llorar?
-¿Qué? –Dice Il Capitano. -¿Qué pasa?
-Perdí la bacteria. Nos emborrachamos, Cap. Nos emborrachamos. Despertamos. Nos capturaron. Trate de esconderla. Ya no está. –Mira a Il Capitano. -¿Qué soy, Cap?
-¿A qué te refieres?
-¿Soy un ser humano? ¿Un animal? ¿Soy siquiera el hijo de mis padres? ¿Qué crees que soy?
-No importa lo que pienso.
-Para mí sí.
-Eres un profeta. Eso es lo que algunos dicen. Un ángel, tal vez, con esas alas. Crees en la verdad. Esa es la razón de es por qué Pressia te ama.
-¿Cómo podría amarme así?
-Ahora sabes cómo me siento.
-Cómo me siento. –Dice Helmud ¿Está también enamorado de ella?
-Realmente la amas ¿O no?
Il Capitano asiente. Bradwell parece aceptarlo. Por alguna extraña razón, incluso parece estar feliz de escucharlo. –No mandó palabra todavía ¿No? Tenemos tiempo. Quizás podamos encontrarla.
-Quizás. -Dice Bradwell.
-Palabra de lo alto. –Dice Il Capitano, recordando cómo lo puso Bradwell. –Sigue habiendo algo de tiempo.
Helmud dice. –Lo alto. –Il Capitano lo siente arqueando la espalda, mirando hacia arriba por la biblioteca sin techo, al cielo. -¡Lo alto! –Dice de nuevo.
-Lo sabemos, Helmud. Lo sabemos. Cállate ¿Sí? –Le dice a su hermano.
-¡Lo alto! –Dice Helmud nuevamente, y entonces agarra el mentón de Il Capitano y lo empuja hacia arriba.
-¡Fuera! -Dice Il Capitano.
Helmud apunta al cielo.
Il Capitano mira hacia arriba de mala gana. Bradwell también lo hace.
Y allí hay un pequeño punto, tambaleándose en círculos, revoloteando hacia abajo.
-¿Qué es eso? -Dice Bradwell.
La pequeña cosa chisporrotea y se acerca más haciendo espirales.
Freedle.
Aterriza al pie del catre de Il Capitano, alza las alas. Helmud se estira. Freedle salta a su mano. Helmud lo alza. E Il Capitano ve un pequeño borde blanco de un pedazo de papel que fue deslizado dentro de la caja de su cuerpo.

Un mensaje.

lunes, 13 de octubre de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 52:Ángel y 53: Sueño - TRADUCIDOS - Julianna Baggott

IL CAPITANO
ÁNGEL
Los brazos de Il Capitano están atados, dejándolo colgado de un marco de metal que solía ser un set alto de hamacas detrás de una escuela primaria. Helmud está tomado de su cuello. Hay una fila de gente esperando su turno para golpearlos a ambos con palos. Sólo puede ver a través de la ranura de uno de sus ojos inflamados; el otro se le cerró por la hinchazón—esto era de la paliza de antes: un gratis por todo. Los cuerpos de los supervivientes están doblados y envueltos, pero su ojo lloroso emborrona los detalles de sus cicatrices y fusiones, lo que es una bondad.
Habían elegido sus propios palos—algunos finos como látigos y otros pesados como tablas. Un superviviente está armado con lo que parece un viejo palo de golf, torcido y curvado. Il Capitano y Helmud están cubiertos en una mezcla de cortes sangrientos, moretones profundos y ampollas. El cuerpo de Il Capitano arde con un dolor tan agudo que siente la mente ligera.
Y recuerda ser pequeño—le taparon los ojos, le dieron un palo y le dijeron que golpeara un burro de colores brillantes colgando de la rama de un árbol. Era una fiesta de cumpleaños. Llevaba pantalones de pana nuevos que se agitaban a cada paso. Su madre se quedó todo el rato, lo que era raro, y sostuvo la mano de Helmud en lugar de dejarlo vagar por ahí.
Il Capitano sabía que la cumpleañera era de una familia rica porque tenían una pileta—aunque era otoño y estaba tapada.
Ya habían abierto los regalos, y los chicos en la fiesta se rieron del suyo—una muñeca de plástico. Era un presente barato, y la cumpleañera era demasiado grande para ella. Y entonces, cuando llegó su turno, golpeó el burro tan fuerte como pudo. Y cuando le dijeron que su turno había acabado, siguió golpeándolo. Le pegó una y otra vez hasta que escuchó un pop y llovieron caramelos, desparramándose por todos lados mientras el burro se mecía abierto.
Se sacó la tela de los ojos y miró a los niños pelearse. Helmud se libró del agarre de su madre y se les unió, pero ahora Il Capitano estaba más enojado aun. Los niños habían sido recompensados por reírse de él. –Ve y sírvete. –Le dijo el padre de la niña empujándolo por la espalda.
Se negó. No iba a buscar los restos de los chicos ricos. Se quedó allí y observó. Más tarde robó algunos de los caramelos de Helmud; alguien le debía algo.
Ahora él es el burro.
Incluso sin otra culpa o pecado, se merece esta golpiza sólo por haber perdido la bacteria.
Escucha a gente llamándolo—burlándose. Su visión es borrosa a causa del sudor y sangre. Parpadea por la brillante luz del día. El sol—incluso nublado como siempre—le causa un dolor abrasante en el cráneo. En su mayoría ve a adoradores de la Cúpula, pero algunas madres también se acercaron. Lo odian completamente. Además, reconoce un par de soldados de la ORS ¿No hizo cosas buenas por ellos?
Sus rostros demacrados saltan dentro de foco. Sus afiches de reclutamiento prometían comida sin miedo y que la solidaridad los salvaría. Se fue, y se marchitaron. Vinieron a presenciar su violenta ejecución porque los abandonó, porque muchos fallecieron y aquellos que se mantienen con vida están muriendo de hambre. Sabe cómo es ser abandonado. De niño, miró al cielo en busca de aeroplanos, deseando una pequeña conexión con su padre, un piloto que dejó la familia antes de que Il Capitano pudiera reunir siquiera un par de recuerdos del hombre.
Aun así, los soldados se ven casi felices. Los sobrevivientes aman una paliza. Hay tanto por lo que pagar. Cuando alguien es elegido para acarrear algo de culpa, es un alivio. Il Capitano conoce ese sentimiento. Mató personas y a veces pensó, con bastante simpleza
, la gente merece morir.
Pero dijo que lo sentía. Y fuese Dios o Santa Wi o alguna fuerza espiritual que ni siquiera puede comprender, se sintió perdonado ¿Por qué lo dejan sufrir así? ¿Se merece la golpiza? ¿Dios ya se dio por vencido con él?
Algunos de los que están en la fila son más nervudos y fuertes de lo que piensa, mientras otros llevan su fuerza en hombros endurecidos y estómagos musculosos. Il Capitano y Helmud no tienen los ojos tapados, lo que parece injusto, ya que ninguno simplemente batea el aire. Pero sólo los dejan golpearlos tres veces cada uno. Si alguien va por un cuarto golpe, Margit está allí para mantener la fila avanzando. –Guárdalo. –Dice. –Todos quieren el suyo, así que devuelta a la línea.
Busca a Bradwell. Fue forzado a mirar el gratis por todo, pero no fue golpeado en el proceso. Los sobrevivientes todavía le tienen una cierta estima. Se fue.
Algunos de los sobrevivientes dicen un nombre cuando lo golpean—algunos muertos, algunos que Il Capitano mató o que podría haber salvado si no hubiera ayudado a montar un régimen tan cruel como la vieja ORS. Cada nombre le resuena en la cabeza. Al principio se encorvaba y combatía los golpes, después sólo se preparaba para recibirlos y, ahora, los acepta.
Un hombre bajo, de torso ancho, lo golpea en los muslos con una tabla. -¡Minnow! –Grita. -Minnow Wells ¡Mi Minnow! –Suena como el apodo de un niño—de la forma en la que la madre de Il Capitano cambió de una forma muy profunda quién era al dejar de llamarlo Waldy ¿Minnow era el hijo o hija de este hombre? ¿Su amor?
Il Capitano recibe los golpes. -Minnow. Minnow Wells. –Susurra.
Sabe que posiblemente haya un golpe final, como el que le dio a la piñata. Probablemente morirá por las heridas internas más que por la sangre manando de él ¿Primero se detendrá su corazón o el de Helmud?
Una vez se imaginó cómo sería decirle a Pressia que Bradwell murió ¿Será Bradwell el que le diga de su muerte y de la de Helmud? Espera que en ese momento ella se dé cuenta de que lo ama. Eso es todo lo que él quiere. Se imagina que llorará y que Bradwell será quien la consuele.
En este escenario, podrían estar sentados dentro de una Cúpula quebrada.
Podrían haber llegado a esa realidad—sin él.
Estuvo cerca.
Alguien lo golpea con tanta fuerza que su cuerpo se arquea y balancea. La multitud—ahora cientos—celebra. Pero Il Capitano recuerda no tener peso—arriba, en el cielo, en esa aeronave. Si tiene un alma, y si el alma deja el cuerpo una vez alguien muere, le gustaría despegar como esa nave.
Me gustaría volar. Es su nueva oración. Me gustaría volar sólo una vez más.
Lucha por mantenerse despierto. Siente una sombra de entumecimiento colocarse sobre sus ojos. Oscuridad. La lucha. Su cuerpo se sacude. Sus manos son garras azules sobre su cabeza. Trata de mojarse los labios y saborea sangre. Escucha la voz de su hermano tarareando en su oreja—una tenue canción, una que Il Capitano no reconoce.
Los golpes pararon. El viento le suena en los oídos. La cosa se calmó y silenció
Excepto por una voz.
Il Capitano fuerza un ojo para que se abra.
Ve las alas de Bradwell arqueándose sobre sus hombros. El viento sacude sus plumas. Los sobrevivientes todavía sostienen sus palos y tablas, pero se callaron.
Bradwell tiene una forma de hablar que hace que la gente lo escuche. Siempre la tuvo. Historia Eclipsada. Bajo tierra. Tenía seguidores. Dirigía un movimiento.
¿Convenció Bradwell a Gorse para dejarlo hablar con la gente? ¿Hizo un caso en nombre de Il Capitano y Helmud? ¿Trata de salvarlos?
Escucha la palabra malvado. Quizás no esté intentando de salvarlos para nada. Il Capitano sabe cómo se siente la maldad—en la piel es como odio, pero cuando la encuentras bajando hasta tu estómago, es en verdad temor. El miedo es de donde viene la maldad. Y el odio siempre le vino fácil a Il Capitano porque se odiaba a sí mismo—con tal profundidad, tal totalidad, como si le hubieran disparado con auto desprecio, un spray de perdigones.
Por un vengativo segundo, piensa, Déjalos matarme a golpes. Déjenlos meterme el odio a palos. Sabe que hacerlo será su castigo. Matar a alguien—eso no puede ser lavado. Lo tendrán que llevar consigo—más fácil en grupo, más sencillo mover el pecado de una persona a otra, pero nunca indoloro. Llevarán su muerte por siempre.
Y la de Helmud también.
Igualdad—eso es de lo que Bradwell está hablando ahora ¿En este mundo?
Pero sea lo que sea que dice, funciona. Alguien había trepado a la punta de las viejas hamacas y está serrando la cuerda con un cuchillo. Otros sobrevivientes envolvieron sus brazos alrededor de las piernas de Il Capitano para que él y su hermano sean atrapados una vez la soga se rompa.
Sus vidas han sido salvadas ¿Por Dios? ¿Por la Santa Wi? ¿Por Bradwell?
Y entonces Bradwell está allí. Abraza a Il Capitano y Helmud.
-¿Qué pasó? –Susurra Il Capitano con su labio hinchado y partido.
-Hice un trato con Gorse. Le prometí llevarlo con su Hermana si me daba un par de minutos para dirigirme a la multitud. Y entonces le dije a la gente que fui enviado por Dios. Un ángel.
Il Capitano sonríe a pesar de que duele. –Las alas ayudaron.
-Finalmente son buenas para algo. –Dice Bradwell.
-Buenas. –Dice Helmud.
Bradwell llama a algunos de los supervivientes. –Límpienlos. Il Capitano estaba perdido pero ahora ha sido encontrado.
Los sobrevivientes empiezan a darse órdenes entre sí. Miran a los hermanos, perplejos pero también un poco sorprendidos. Las miradas ponen nervioso a Il Capitano. Siempre prefirió el miedo a la admiración, pero tal vez sea lo mismo. Poder. Por un segundo, se pregunta si Bradwell realmente los salvó a él y a Helmud porque los ama como hermanos o por alguna otra razón más compleja. Tal vez sabe que lo necesita para conseguir lo que quiere ¿Y qué quiere realmente Bradwell? ¿Derribar la Cúpula o regresar a Pressia antes de que ella decida quedarse allí?
-¿Qué sigue? –Le pregunta Il Capitano a Bradwell, pero el chico no lo entiende. La voz de Il Capitano está tan cruda que sólo puede susurrar, y sus labios están tan hinchados que sus palabras salen confusas.
Bradwell se arrodilla y apoya una mano en su pecho. -¿Qué dijiste?
-¿Qué sigue? –Dice Helmud, hablando por su hermano.
Bradwell dice. –Esperamos palabra.
-¿De Pressia? -Pregunta Il Capitano
-Esperamos palabra de lo alto. –Dice Bradwell en voz alta para que todos puedan escuchar. -¿Quién más? ¿Dónde más?
El brillo se centra en el rostro de Bradwell. Oscuridad traga los bordes de la visión de Il Capitano. Parpadea y parpadea e intenta decir algo. Pero entonces el mundo se vuelve negro.
PERDIZ
SUEÑO
Perdiz despierta; una figura está inclinada sobre él. Se sacude, se sienta. -¿Qué demonios?
Se encuentra en el sillón de su suite de luna de miel. Las cortinas están cerradas, excepto por un pequeño centímetro de luz… y allí está Foresteed, mirándolo. Lleva un uniforme militar—uno viejo de los días de la Ola Roja Honesta. Tiene enganchada una banda roja alrededor del bíceps, medallas brillan en su pecho, y una gorra se sienta levemente inclinada en su cabeza.
-¿Qué demonios quieres? –Dice Perdiz.
-Esto es lo que hemos estado esperando, Perdiz. Todos estos años. Es el momento. –Su voz suena casi nostálgica.
-¿Tiempo para qué, Foresteed?
-Vienen a por nosotros. Tu padre está muerto. Sólo somos nosotros ahora. Sólo nosotros.
-¿Quiénes vienen? Lo que dices no tiene sentido. Jesús ¿Dónde está Beckley? ¿Dónde está Iralene?
-Quería que habláramos a solas. –Dice Foresteed, metiendo la mano en el bolsillo del oscuro saco de su uniforme –Tengo otra pequeña grabación para ti, Perdiz. –Saca el mando y se lo da. –Presiona Play.
-No quiero escuchar más grabaciones ¿Me entiendes?
Foresteed se desabotona el saco, toma una pistolera alrededor  de su pecho y saca una pequeña pistola—de nuevo, se ve como si fuera del Antes. Sostiene el arma a su lado, apuntando al suelo. –Presiona Play. –Es la calma en su voz lo que lo asusta más que nada—indiferente, incruento.
Perdiz traga con sequedad. Toca el botón de play. La pantalla permanece en negro, pero escucha una voz—levemente amortiguada pero aun así distintiva.
-Debemos sacarte. –Es la de Pressia, inconfundible. – Van a llevarte y tomar al bebé una vez haya nacido.
Perdiz mira a Foresteed, pero el hombre le da la espalda. Pressia no le está hablando a Lyda ¿O no?
No tomarán al bebé, Quiere decir. Eso es de locos. ¿De dónde sacó Pressia eso? Se le acelera el pulso.
–Quiero volver con las Madres. –Dice Lyda. -Este lugar—no puede ser salvado. –Perdiz casi ríe. Lyda no puede querer volver con las Madres. Está aquí, a salvo. Pero sabe que no quería venir en primer lugar.
-Escucha, -Dice Pressia. –Tenemos la intensión de derribar la Cúpula. 
-¿Lo escuchas? -Murmura Foresteed, girándose devuelta hacia Perdiz. Con el brazo rígido empieza a golpear la pistola contra su pierna.
-¿Realmente van a hacerlo? –Dice Lyda. -¿Pueden? –Suena esperanzada. Dios mío ¿Por qué querría derribar la Cúpula? ¿Está celosa de la boda? ¿Le creyó a Pressia sobre lo del bebé siéndole apartado? ¿Se volvió loca?
-Si Perdiz se ha vuelto contra nosotros, –Dice Pressia. -Tendríamos que.
Eso es. El sonido se desvanece. Perdiz mira a la pantalla negra y brillante. -¿Vuelto contra ellos? –Dice Perdiz. Se siente completamente traicionado. –¿Entra, ve una boda y piensa que tiene el control de toda situación? –Está sorprendido, pero entonces escucha el golpe constante del arma de Foresteed contra su pierna. El hombre piensa que Pressia va a derribar la Cúpula. Esto es lo que estuvimos esperando, Perdiz. Todos estos años. Es el momento. Piensa que los Miserables vienen tras ellos. –Escucha, Foresteed. No pueden derribar la Cúpula. No hay forma de hacerlo.
-No sabes nada. El viaje a Irlanda la puso en contacto con gente muy avanzada que podrían vernos como una amenaza.
-No, no. –Perdiz se frota la parte de atrás del cuello. –Algo está mal. Sacaste esta grabación fuera de contexto.
-Debemos detenerla. –Dice Foresteed. –No se le puede permitir ganar ningún ímpetu. Tuve que tomar acción.
Perdiz se para. -Foresteed… ¿Qué hiciste?
-Estoy armando nuestra milicia en la Cúpula.
-¿Le estás dando armas a gente que se estuvo suicidando?
-Sólo a nuestra milicia—hombres en buena condición física. Debemos defender lo que es nuestro. Las tropas de Fuerzas Especiales allí afuera son ahora patéticas. Fueron apurados—un mal lote. Ya no tenemos a nadie protegiéndonos. No en realidad. Tuve que abrir los stocks.
-Esto es de locos. Déjame hablar con Pressia y Lyda. Puedo corregirlas. Es sólo un malentendido.
-No puedes hablar con ellas. –Dice Foresteed.
-¿Por qué no? –Dice Perdiz, sintiéndose amenazado.
-Se fueron.
-¿Qué? ¿Estas bromeando? –Perdiz camina hasta las cortinas y las abre. Tiene vista a la calle. Ve el montón de gente debajo, corriendo en todas direcciones. Pánico ¿Llevan armas? Es un desastre. –¿Fueron a dónde?
-Si supiéramos dónde están. –Dice Foresteed. –Serías capaz de hablarles.
Perdiz se gira hacia Foresteed. -¿Salieron de la Cúpula?
-No tenemos evidencia de que nadie haya escapado. Creemos que están aquí, en alguna parte.
-¡Es un domo, por el amor de Dios! ¡No puede ser tan difícil encontrarlas!
Foresteed alza la pistola, la frota suavemente. –Sabes qué podría pasar…
Perdiz inspira profundamente. Se imagina a la Cúpula siendo infiltrada por alimañas, Amasoides, las Madres, la ORS… Ve a los Puros—pálidos y sorprendidos, completamente desprevenidos, caminando por allí en sus cardiganes, en sus zapatos de tacón. Serán apaleados hasta morir. La Cúpula será saqueada. Las Fuerzas Especiales sólo hará la cosa más sangrienta. La raza inferior—los Puros. Los Miserables traerán enfermedades con ellos—unas que ellos ya sobrevivieron pero ante las que los Puros no tendrán inmunidad. Si el sello de la Cúpula es roto, el aire en sí mismo los asfixiaría. Caos. Baños de sangre. Una lista de muertes enorme. Y entonces lo golpea. –Su mi hermana dice que tiene la intención, entonces es verdad.
-Tenemos confirmación de afuera. -Dice Foresteed. –Capturamos al traidor que los llevó a la aeronave. Obtuvimos información suficiente sobre él para confirmar que tienen algún tipo de agente—una guerra química de alguna clase.
-¿Qué traidor?
-Un soldado de las Fuerzas Especiales que se rebeló.
No Hastings. No Silas Hastings. Por favor, no. -¿Quién?
-Alguien a quien una vez conociste bien, resulta. Hastings.
Perdiz aprieta su agarre sobre las cortinas. –No lo torturaste para obtener—
-No. Intentó combatirlo, pero no había mucho que pudiera hacer. Está programado para rendirse ante nosotros. Codificación de comportamiento. –Dice Foresteed melancólicamente. –Si sólo tu madre no hubiera bloqueado la tuya.
Perdiz está agradecido por eso. Sigue pudiendo tomar sus propias decisiones—para mejor, para peor. -¿Puedo hablarle?
Foresteed camina hacia Perdiz, parándose en el rayo de falsa luz solar entrando por la ventana.
Foresteed brilla con sudor. Levanta la pistola y la posiciona en el bolsillo mullido detrás de la mandíbula de Perdiz. Dice. –Vamos a estar listos. Tu hermana, si es encontrada, será ejecutada. Y tú, Perdiz—mejor haz lo correcto y ayuda a atraerla. Porque ¿Sabes lo que pasaría en una revolución? - Foresteed aprieta más la pistola. –Los Miserables te cortarían la cabeza primero, pero no si me dan ganas a mí de hacerlo primero ¿Sabes lo que digo?
Perdiz asiente y, entonces, como un disparo en el estómago, piensa en su propio bebé ¿Será este niño lo suficientemente fuerte para sobrevivir si la Cúpula es derribada? Sólo por ser concebido allí afuera no lo hace más duro o más inmune.
-¿Tienes un plan? –Pregunta Foresteed.
-Necesito conseguirle a su abuelo. Lo necesito. -¿Podía confiar en Arvin para mandar palabra entre Cygnus? ¿La ayudaron ellos a escapar? ¿O la están buscando también?
Foresteed bizquea. Sus ojos se aprietan con gotas acuosas. Dice. -¿Puedo confiar en ti?
-Ya lo dijiste. Mi padre está muerto. Sólo somos nosotros ahora, Foresteed. Tú y yo.
Foresteed sonríe con un lado de la boca y baja el arma. Sus ojos bizquean sobre el rostro de Perdiz. –Correcto. Tú y yo. –Se endereza el uniforme de la Ola Roja Honesta con un par de sacudidas. Es posible que Foresteed espere con ansias esto, tan nostálgico como es por los viejos días de la Ola Roja Honesta. Le da a Perdiz un saludo rápido y camina hasta la puerta, con la pistola aun en una mano. Sin mirar atrás, dice. -Toma al viejo. –Y después camina por la puerta y el corredor.
Perdiz trata de sacudirse el sentimiento permaneciente de la pistola presionada bajo su mentón.
Beckley aparece. –El reporte salió. Estado de emergencia. Un mensaje grabado de Foresteed. Dijo que los Miserables van a alzarse. Dijo que el momento es ahora ¿Es verdad?
Perdiz le estudia la cara un momento. –Sé lo que piensas de mí.
-¿Lo haces?
-Piensas que estoy demasiado metido. Piensas que no tengo idea de qué estoy haciendo. Piensas que me voy a ahogar. Nada o húndete, y le estás apostando al último.
-¿Son esas metáforas? No entiendo las metáforas.
-Afuera con la mierda. Crees que me hundo ¿O no?
-Perdiz, no tenemos tiempo para—
-Ni siquiera puedo decir si me hundo o si el agua es la que sube a mi alrededor. –Mira la habitación sin ver nada, sintiéndose ciego.
-Perdiz ¿Qué puedo hacer? Dame una orden.
Eso es verdad. Se supone que esté a cargo—incluso si no tiene poder, Beckley está de su lado ¿O no? –Debes llevarme con Peekins—las cámaras.
-Deberíamos ir rápido. Se está empezando a poner caótico allí afuera.
-Iralene viene con nosotros. Y nadie puede vernos.
-Encontraré la forma.
-Glassings. Lo necesito a salvo. También debo hablar con él.
Beckley sacude la cabeza y mira por la ventana, como si tratara de discernir el clima—como si pudiera cambiar. La piel alrededor de sus ojos es oscura—así que sin dormir.
-Beckley ¿Qué pasa?
-Glassings.
-¿Qué con él?
El guardia lo mira. –Murió en la noche.
-¿A qué te refieres? ¿Estuvo Foresteed involucrado? ¿Lo hizo él?
-Coágulo de sangre. En su corazón. Los hombres de Foresteed entraron para interrogarlo sobre Lyda y Pressia, pero se había ido.
Perdiz se pregunta si sabía en algún nivel que volvían a por más, si quiso morir porque no podía aguantar otra ronda. –Debería haber ido a verlo. Fui a los Archivos de Seres Queridos a ver la caja de mi hermano—estaba vacía. Podría haber estado allí. Quizás podría haber…
-Se fue, Perdiz. Ahora debes concentrarte en los vivos.
Perdiz siente que no tiene padre—un huérfano que ha quedado huérfano de nuevo. –Pero necesito verlo. Necesito a Glassings. No puedo hacer esto solo…
-Debes tener algo de fe en otras personas.
Ve a un hombre corriendo en diagonal por la calle con un rifle agarrado a la espalda. Milicia.
Perdiz alza la mirada y ve su propio reflejo. No soy mi padre, quiere decirle a la brumosa imagen de su propio rostro. No soy mi padre. Pero entonces recuerda nuevamente la mano temblante de la dependienta. Sí, su hermano está en todas partes. Su madre está en todas partes. Pero su padre también. Dice. –Soy un hijo de Willux ¿Qué aprendí sobre tener fe en otra gente?
Beckley se acerca y lo agarra por los brazos. –Ve a por Iralene. Debemos irnos. Ahora.
Perdiz camina con rapidez por el pasillo al cuarto. Se siente robótico. No puede procesar la muerte de Glassings. Agarra la manija fría. Piensa en la vida y la muerte—una fina membrana que las separa. Una puerta… a veces cerrada, a veces abierta.
Iralene duerme pacíficamente, sus suaves rulos cubriendo la almohada de seda.
Camina hasta ella, se sienta en la cama y gentilmente le sacude el hombro. –Iralene. –Susurra. -Iralene, despierta. Iralene.
Ella abre los ojos y se acuesta sobre su espalda. –Estaba teniendo un sueño. –Dice. –Sigo sin acostumbrarme a qué tan reales son, Perdiz. Era tan real.
-¿Uno bueno esta vez?
Ella asiente.
Él frota los puños—nudillos saltando nudillos. –Estoy asustado, Iralene. Foresteed le dijo a la gente que se acerca un levantamiento.
Ella se sienta y apoya una mano en su pecho. –Estaremos bien, Perdiz. No importa qué.
-No, -Dice el chico. –Si vienen por nosotros, gente morirá, Iralene ¿Entiendes lo que digo?
Ella lo envuelve con los brazos. Susurra. –En el sueño, éramos felices. Teníamos una casa, con cortinas floreadas. Tú la construiste, Perdiz. Estaba en un campo y el viento soplaba por entre el pasto. Creo que era el futuro.
-No creo que así sea cómo funcionan los sueños, Iralene.
-Era tan real. Mejor que el orbe. Caminábamos de cuarto en cuarto y espiábamos por las ventanas ¿Qué dirías si hiciera un lugar como ese real?
Le gusta el sonido de la voz de la chica. Cierra los ojos por un momento e imagina la casa.
-Tulipanes. –Dice ella. –Eso era lo que estaba bordado en las cortinas. Tulipanes—miles de ellos. Podía tocar la costura con las puntas de mis dedos y después, cuando miré fuera por otra ventana, había un campo de tulipanes, bamboleando sus pesadas cabezas en las brisas.
-¿No era sólo un orbe?
-No, era real ¿Crees que no escuché sobre la casa que Lyda te hizo? ¿Ese mundo oscuro y cenizo del orbe? No es la única que puede hacer un hogar para ti, Perdiz.
-¿Quién te contó sobre eso?
-Sé cosas—más de las porque me das crédito.
-No lo quería decir de esa forma. Es sólo que… ¿De qué casa estás hablando sobre hacernos?
-¿Qué pasa si pudieran crear un hogar para nosotros donde todos estemos juntos? Todos nosotros. Incluso a quienes perdiste, Perdiz.
¿Un mundo con su madre y Sedge? No con su padre—no él, no. -Glassings murió en la noche. –Sólo puede susurrar las palabras.
-Glassings también podría estar allí. –Dice Iralene, como si no le temiera a la muerte, y quizás no lo hace.
-Eso es lo que llaman paraíso, Iralene.
-¿Pero y si pudiera se aquí, en la Cúpula?
-No es posible. Sigues soñando.
-Podríamos ser felices allí. Es el futuro en el que podríamos entrar un día, si queremos. Recuéstate. –Dice. –Recuéstate conmigo y sueña un poco. –Se ve somnolienta. Sus ojos son tan claros como el cristal y hermosos.
Él no puede soñar—ni siquiera un poco. Tiene que sacar al abuelo de Pressia a por aire. Debe encontrarla y a Lyda—ella es con quien se supone que debe entrar en el futuro. -No. –Ya gastó demasiado tiempo. –No puedes estar aquí sola. Ya no es seguro. Ven conmigo.
-¿Dónde más quisiera estar?
-Te dejaré prepararte. –Dice.
Ella promete no tardar.
Perdiz camina hacia la puerta, la cierra despacio y trota por el pasillo, esperando que Beckley haya encontrado una forma de sacarlos sin ser vistos.
Cuando camina dentro de la sala de estar de la suite, ve una camilla cubierta con sábanas blancas. No es lógico, pero piensa en Glassings; no puede ser para él. Está muerto…
La puerta de la suite se abre. Beckley le está hablando a alguien en el corredor, agradeciéndole a la persona en voz baja. Cierra la puerta, sosteniendo dos batas de laboratorio en perchas, se gira para mirar a Perdiz, que dice. -¿Qué pasa? ¿Quién está enfermo?
-No enfermo, -Dice Beckley. –Muerto.
-¿Quién?

-Por ahora, -Responde Beckley, -Tú.

sábado, 4 de octubre de 2014

Arder/Quemar - Capítulos 51: Ruedas - TRADUCIDO - Julianna Baggott

LYDA
RUEDAS
Lyda no tiene mucho tiempo. Pressia, todavía vestida de guardia, está dormida al otro lado de la cama, pero puede despertar en cualquier momento.
Abre gentilmente su mesita de luz y saca el libro Propio del Bebé. Ve su escritura. Ansío. Ansío. Ansío. Las palabras cubren hoja tras hoja. Es todo lo que ha escrito.
Los márgenes están vacíos. Pone el libro de costado y escribe a lo largo del borde exterior justo lo que Pressia le dijo que le escribiría a Bradwell—un mensaje en código:
Nuestras vidas no son accidentes. Este es el inicio, no un final. Haz lo que debas hacer. Y dibuja un rudimentario cisne flotando en una onda. Podría haber parecido como si hubiera enloquecido la noche anterior pero estaba pensando con claridad—sobre el próximo paso y cómo llegar hasta allí. Tenía el corazón altamente destrozado, pero ya no hay salvajez en él. Ahora siente un dolor implacable. Sabe qué debe pasar. Pressia puede no estar segura de si es el momento de derribar la Cúpula, pero Lyda lo está.
Rasga el borde del papel en el que acaba de escribir. Anoche dejó salir a Freedle y ahora chasquea la lengua suavemente, llamándolo. Escucha el
Tick y después un zumbido de alas, y momentos después, se enciende en su palma abierta. Lyda susurró. –Hubo una vez en la que la madre de Pressia te liberó para que buscaras a su hija. Y lo hiciste. Esta vez, con suerte, Cygnus te sacará de la Cúpula y tendrás que encontrar a Bradwell y darle este mensaje.
Alza una de las finas alas de Freedle y, a través de su fina cubierta, puede ver el mecanismo interno. Lyda enrolla el mensaje alargado y pequeño y lo encaja en el cuerpo de la cigarra, pero deja una pequeña cola—un poco que sobresalga, algo que alguno de los otros pudiera notar.
La cigarra abre sus finas alas de metal, aletea, se levanta sobre su mano y revolotea por el cuarto.
Lyda abre la puerta del placar. Hace a un lado los vestidos de maternidad, sus perchas resonando en la barra, pero cuando llega al final del closet, estirándose hacia su armadura casera tejida con perchas, no hay nada. Se fue.
¿Vinieron anoche y se la llevaron? ¿Supieron todo el tiempo que estaba aquí? Se siente invadida, traicionada—y arrebatada de la cosa que hizo para protegerse.
Escucha dos voces en el pasillo hablando rápidamente, con urgencia. Lyda presiona la oreja a la puerta y reconoce la de Chandry—aguda y chillona—y el bajo del guardia. Se imagina a Chandry entrando, rebuscando entre su ropa, y arrancando la armadura. Probablemente ya la tiraron a la basura.
Las voces se detienen. Hay un sonido chirriante, algo repiqueteando por el suelo de madera—¿algo sobre ruedas? Y entonces hay un golpe en el cuarto de bebé. Sabe qué está pasando. Lo están tirando todo abajo.
El sonido despierta a Pressia, que se tensa y sienta.
Lyda se presiona los dedos a los labios.
-¿Qué está pasando allí afuera? –Pregunta Pressia.
-Es Chandry Culp. La que me está enseñando a tejer y, bueno, cómo ser una buena madre. Está derribando el cuarto del bebé. Lo está destruyendo.
-Tu madre le ordenó a Beckley que reemplacen todo allí.
-Mi madre. –Dice Lyda. –Tiene la prueba de que necesitarán llevarme después de sacarme al bebé. Mi madre reportará que estoy certificablemente loca. Quizás lo estoy. –Se sienta junto a Pressia en la cama.
-No. -Dice Pressia. –No digas eso.
-¡Niñas! –Es la voz chillante de Chandry. -¡Niñas, salgan ahora! -¿Va a hacerla desarmar el cuarto del bebé—como castigo?
Lyda chasquea la lengua en busca de Freedle de nuevo, quien pedalea por el aire.
-¡Freedle! -Dice Pressia.
-¡Él está bien! –Dice Lyda, y rápidamente lo toma en sus manos y lo guarda en el bolsillo de su sweater. –Mejor mantenerlo oculto.
Pressia toma la mano de Lyda. -¿Hay alguna forma?
Lyda sabe qué está preguntando ¿Se puede salir de aquí? –Siempre la hay.
Entran al pasillo. La puerta del cuarto del bebé está lo suficientemente abierta como para ver a Chandry en un traje azul brillante, inclinada sobre un gran tacho rectangular sobre ruedas. Está levantando un montón de lanzas afiladas a mano. El orbe ya no está. Chandry también estuvo trabajando duro. Está levemente sin aliento y sudorosa. Murmura para sí misma con enojo. -¡Qué lindo desastre que hicimos! ¡Qué lindo desastre! -Cuando aparecen en la puerta, alza la mirada. -¡Tú! –Le dice a Pressia. -¡Empieza a ayudar!
-¿Y yo? –Pregunta Lyda.
-Alguien reportó que un orbe está roto. Un hombre de reparaciones está aquí. -Lyda mira a Pressia ¡Recordó decirle al guardia! –Quiere saber qué exactamente está mal con él. –Dice Chandry. -¡Personalmente, no creo que deberías seguir teniendo acceso a ese orbe! ¿Pero alguien pidió mi opinión? ¡No! ¡No lo hicieron!
-Bueno. –Dice Lyda. –Iré a verlo.
-Y después vuelve justo aquí. Has sido malvada ¿Me entiendes? Malvada ¡Y tiene que parar!
-Lo prometo. –Dice Lyda. -¡Ya no más de eso!
Chandry asiente una última vez y Lyda camina velozmente hacia la sala de estar. Allí, en la mesa del comedor, está Boyd, usando un mono gris, trabajando en el orbe. -¡Viniste rápido! –Dice Lyda.
Él se levanta y sonríe. –Siempre a tu servicio.
-¿Lo arreglaste?
-Trabajo en ello. –Dice Boyd. –Es un problema de cableado, creo. –No hay nada malo con él, en absoluto ¿así que esto significa que sabe que fue llamado por un motivo completamente diferente?
-Bueno, en verdad necesito tu ayuda. –Dice Lyda.
-Lo estoy suavizando.
-¿Debes llevártelo a la tienda? Pensé que quizás necesitaría ser llevado. –Se refiere a que espera que las pueda sacar—a Pressia y Lyda juntas ¿Pero entenderá?
-Veo tu punto. –Dice Boyd. –Sí. Pensé en ello.
-¿Lo hiciste?
-Sí.
Boyd atornilla un panel negro al orbe, lo aprieta. Se lo entrega a Lyda. -¡Aunque ya está mejor! ¿Ves?
Ella lo admira. -¿No eres un salvador? –Dice Lyda, queriendo decir
Sálvanos.
-Fue lindo ver a Chandry aquí esta mañana. -Dice Boyd, perezosamente guardando sus herramientas.
-¿La conoces?
-Somos vecinos, de hecho. El Sr. y la Sra. Culp son grandes personas.
Lyda se alarma ¿Le está tratando de decir algo?
-De la clase de vecinos que ayudan al resto ¿Sabes?
-En serio… -Dice Lyda.
-En serio. –Dice Boyd. –Siempre puedes confiar en un Culp. -¿Le está diciendo que confíe en Chandry? Lyda tiene ganas de llorar ¿Es una broma? ¿Confiar en Culp?
¿Chandry? Si lo hace, y Boyd está equivocado, terminará en el centro de rehabilitación. Pero si Boyd en verdad es parte de Cygnus y también los Culp, entonces esta podría ser su única oportunidad.
Boyd se estira y le sacude la mano. Se está yendo. Ella lo abraza y susurra. –Devuélvelo al exterior. Es un mensajero. Déjalo ir. –Toma a Freedle de su bolsillo y se lo mete en el del mono gris de Boyd.
Cuando lo suelta, parece confundido, pero debe tener fe en que encontrará a Freedle y hará como le dijo y en que Freedle tendrá el sentido y la fuerza suficiente para entregar el mensaje. Lyda le sonríe a Boyd, le palmea el hombro.
-Ten cuidado con el orbe. –Dice él, pero mira a su panza. Se refiere a Cuida del bebé ¿Está diciendo que no la volverá a ver—por un largo tiempo?
-Lo haré, Boyd. Gracias. –Dice. –Gracias por todo.
-De nada. Espero que todo funcione. –Él le sonríe—con cuidado pero con una pizca de esperanza.
Ella sonríe y después camina por el pasillo.
Cuando entra al cuarto del bebé, Pressia no está a la vista. El gran cesto de plástico sobre ruedas yace en el medio de la habitación. Chandry la mira inquisitivamente y después a las cámaras montadas en las esquinas altas. Los trapos tapándolas ya no están, pero una parece haber sido retorcida para apuntar a una esquina, dejando parte del cuarto fuera de la vista.
-¿Vas a quedarte ahí parada? –Dice Chandry. -¡Deberías haber hecho todo esto sola! –Su tono sigue siendo duro ¿Está haciendo un show? Alza una lanza. –Aquí. –Dice asintiendo hacia el tacho.
Lyda toma la lanza y camina hacia el cesto. Mira dentro y allí, entre todo el desastre de su pieza—los restos de libros y lanzas, pedazos de su vestido, el estante de un par de libros, incluso el bol de cenizas, ahora dado vuelta y todo lo que queda de la cuna—está Pressia. Ella alza la vista y asiente. Confía en Culp. Eso es lo que parece estar diciendo. Lyda deja caer la lanza al cesto.
Chandry tiene un montón de ellas en una mano. Se acerca a la pared que la cámara no está filmando. –Acerca ese tacho. –Dice Chandry. -¡Muévete!
Lyda hace caso. Empuja el tacho hacia el punto que le están señalando. Una vez allí, Chandry asiente. Quiere decir,
Ya no estás a la vista. Entra.
El cesto está oscuro y desordenado con los restos de su pieza. Mientras Lyda entra, Chandry sigue hablando. -¡No sé qué te poseyó para hacer semejante desastre asqueroso! Un niño es un regalo muy, muy bendito.
Pronto, Lyda y Pressia están sentadas en el suelo del tacho. Está sucio con ceniza, como en casa.
Chandry está tirando el último par de lanzas, diciendo. -¿Ibas a traer a este niño en este horrible lugar? ¿En qué estabas pensando? Tú madre tenía razón sobre ti.
Eso duele ¿Qué dijo su madre sobre ella?
-¡Necesitas ayuda! ¡Ayuda real y profesional! Probablemente nunca estés bien de la cabeza ¡Es una condición permanente!
Lyda cierra los ojos. Sabe por qué Chandry dice esto; es una advertencia. Se refiere a que debe salir ya. Su madre volverá a por ella con un equipo de profesionales. Será llevada al centro de rehabilitación y nunca se le permitirá salir. Una condición permanente. Lyda piensa en lo que leyó en su evaluación psicológica: institucionalización de por vida. Abre los ojos.
Pressia se estira y le toma la mano. Debe de saber que esto es duro para Lyda. Es como perder una madre, en un sentido. Quizás peor. Un rechazo. Pressia le da un apretón, y Lyda se lo devuelve.
Chandry Cierra la tapa y el tacho se queda a oscuras.
El cesto empieza a rodar. Lyda puede sentir las ruedas empujando. Escucha su suave rechinar.
Chandry las llevó fuera del cuarto. Se detiene en el pasillo por un momento ¿Las dejó?

No—está de vuelta, tarareando una pequeña tonada, empujando el tacho de basura masivo.
Le dice al guardia. –La pobre chica tuvo un shock. No queremos que pierda el embarazo. Déjenlas a las dos dormir por el resto del día. Ya comieron. Devoraron. No las molesten ¿Me escuchas?
El guardia debe de asentir porque Chandry empieza a moverse de nuevo, las ruedas saltando y agitándose bajo ellos. Lyda se apoya en el piso para estabilizarse y siente el metal tejido estrechamente—su armadura. Está aquí. Tal vez Chandry supo que esta era la forma para que Lyda la mantuviera.